En el verano de 1914 Thomas Masaryk cumplió 66 años. Muchas personas habrían considerado que era momento de retirarse. Pero el reconocido mundialmente sociólogo y veterano político checo aún tenía trabajo pendiente: la liberación de su nación del yugo del Imperio Austro-Húngaro. El Asesinato de Sarajevo que cambiaría radicalmente el mundo también se convertiría en el momento para actuar.
Pero a pesar de los anhelos checos de independencia y libertad y su simpatía por los Aliados, la realidad era que aquel verano de 1914 seguían siendo súbditos imperiales. Y así miles y miles de checos y eslovacos se vieron reclutados en el ejército de sus opresores y enviados al frente oriental a luchar contra sus hermanos eslavos de Rusia.
Y a pesar de todo los checos lucharon valiente y fieramente. Pero se convirtieron en el chivo expiatorio de los fracasos austriacos. Así por ejemplo el fracaso en Lviv, causado por el pánico sufrido por las tropas húngaras, fue atribuido a los checos y los eslovacos y cientos fueron sometidos a consejo de guerra y fusilados. Obviamente, la actitud de los soldados cambió radicalmente. Pocos meses después comenzaron las deserciones masivas.
Mientras tanto, al otro lado del frente los checos y eslovacos residentes en Rusia comenzaron a organizarse. Tras varias infructuosas peticiones por fin consiguieron la autorización del Alto Mando Ruso para organizar una brigada, la Druzina. El 9 de octubre de 1914 la Druzina Checa partía de Kiev hacia el frente. No solo resultaron ser unos excelentes combatientes, sino que además gracias a saber alemán podían dedicarse por las noches a operaciones tras las líneas para recabar información.
La presencia de la Druzina en el frente animó aún más las deserciones checas en el Ejército Austro-Húngaro. La más sonada fue la deserción completa del 28º Regimiento de Praga, “los Hijos de Praga”. Destinados a los Cárpatos, tras contactar con las tropas rusas al otro lado del frente, el regimiento cruzó las líneas en formación mientras la banda del regimiento tocaba “Ted’anebo Nikdy”, “Ahora o Nunca”.
Pero para sorpresa y decepción checa, los desertores siguieron siendo tratados como prisioneros de guerra por los rusos y enviados a campos, muchas veces con los oficiales austro-húngaros de los que acababan de huir, sufriendo así maltratos e incluso asesinatos. Las protestas y ruegos checos consiguieron al menos que Nicolás II accediera a permitir a los prisioneros checos y eslovacos trabajar en la industria de guerra, haciendo así al menos alguna aportación a la derrota del Imperio.
Los acontecimientos de nuevo darían un giro inesperado. La desastrosa gestión de la guerra por parte de Rusia provocaba innumerables bajas en el frente y hambre en el interior, mientras toneladas y toneladas de suministros proporcionados por los Aliados se pudrían en los puertos por incapacidad de gestionarlos. Tras numerosos disturbios, Nicolás II echó la culpa de la situación a las “tendencias liberales” de la Duma y proclamó su disolución. El 10 de marzo de 1917 el ejército se amotinó en Petrogrado y comenzó así la Revolución Rusa.
Dos días después se formaba un Gobierno Provisional con Alexander Kerensky al frente. Kerensky estaba dispuesto a llevar a cabo las reformas necesarias a la vez que Rusia se mantenía en la guerra. Los suministros paralizados en los puertos comenzaron a fluir de nuevo y se comenzó a preparar el ejército para lanzarse a la ofensiva. Una de las medidas adoptadas por Kerensky for fin satisfacía las peticiones checas: los prisioneros de guerra podrían unirse a la Druzina y combatir. La Druzina fue rebautizada como Legión Checoslovaca.
La denominada Ofensiva Kerensky resultó ser un sonado fracaso. Las tropas rusas estaban agotadas y tras un empuje inicial, el contraataque alemán destrozó las posiciones rusas. La Legión Checoslovaca en cambio siguió combatiendo con firmeza en su sector en Zborov. Pero cuando regimiento tras regimiento ruso se deshizo y comenzó la desbandada general, los checoslovacos no tuvieron más remedio que retirarse.
Kerensky tenía buenas intenciones e ideas, pero llegaban demasiado tarde a un país destruido y sin recursos. La agitación popular comenzó de nuevo y los bolcheviques vieron su oportunidad. El 6 de noviembre de 1917 tenía lugar la revuelta dirigida por Lenin y Trotski que tuvo un éxito inmediato.
Los bolcheviques tenían ideas diametralmente opuestas a las de Kerensky con respecto a la guerra. Para ellos era una guerra entre potencias imperialistas moribundas y la nueva Rusia de los soviets no podía tomar parte. De inmediato se iniciaron negociaciones de paz con los Imperios que culminarían en la firma del Tratado de Brest-Litovsk el 12 de marzo de 1918. Masaryk ordenó a la Legión mantenerse estrictamente neutral.
Por el tratado los soviéticos renunciaban a buena parte de Ucrania y la Rusia europea, con lo que la Legión Checoslovaca se encontraba en un peligro inminente de caer en manos austrohúngaras una vez se aplicara el tratado y los Imperios pasaran a ocupar los territorios cedidos. Los legionarios se pusieron en marcha y llevaron a cabo su retirada a través de Ucrania hacia Bakhmach. Con los alemanes pisándoles los talones, los legionarios requisaron todos los trenes disponibles en Bakhmach y se dirigieron a Penza, ya en territorio soviético y por tanto fuera del alcance de los alemanes y austro-húngaros.
Ahora quedaba la cuestión de cómo abandonar territorio soviético. El Consejo Nacional Checoslovaco, el gobierno provisional dirigido por Masaryk, pensó la posibilidad de usar la ruta hacia Archangelsk y Murmansk, pero la presencia de tropas alemanas la hacía imposible. No quedaba más remedio que organizar una ruta de evacuación hacia Vladivostok por medio del Transiberiano, con el objetivo de unirse a los Aliados en el Frente Occidental y continuar la lucha. El Dr. Girsa del Consejo Nacional, junto con el general ruso Dieterichs, que había comandado la Druzina y no tenía intención de someterse a los bolcheviques, viajaron a lo largo del Transiberiano para preparar la ruta dejando en cada estación a operarios, ingenieros y telegrafistas de la Legión.
A pesar de una mayoría ideológica entre los legionarios a favor de esta postura de apoyo a las potencias occidentales, algunos centenares no opinaban lo mismo y simpatizaban con las ideas soviéticas. Decidieron abandonar la Legión y unirse a los sóviets o al Ejército Rojo. Uno de estos centenares fue nada más y nada menos que Jaroslav Hasek, el autor de Las Aventuras del Soldado Swejk. Hasek fue declarado traidor y puesto en busca y captura por la Legión.
Esta postura ideológica de la Legión también causó los recelos cuando no la abierta hostilidad de los soviets donde había presencia checoslovaca. Con el fin de apaciguarlos, Stalin ordenó que se facilitara el tránsito de la Legión pero con un mínimo de armas. Esto daba carta abierta a que los soviets locales requisaran armamento y material a la Legión.
A mediados de abril de 1918 consiguieron llegar los primeros trenes de la Legión a Vladivostok. Pero no habían llegado barcos Aliados para evacuarlos y la gran mayoría de los legionarios seguía sin poder avanzar en Siberia. Mientras tanto, el embajador alemán en Rusia, el Conde Mirbach, hacía todo lo posible para impedir la evacuación y que la Legión pasara a engrosar las filas de los Aliados en el Frente Occidental. Dijo a las autoridades rusas que los Aliados pretendían abrir un frente en el Pacífico para ayudar a la contrarrevolución y que la Legión sería la punta de lanza de esta ofensiva. Para complicar las sospechas, los contrarrevolucionarios del Ejército Blanco, al igual que había hecho el Ejército Rojo, hicieron intentos de reclutar a la Legión para su causa, aunque sin éxito.
El 14 de mayo de 1918, en Chelyabinsk, tras semanas de hostigamiento y maltrato por parte de las milicias soviéticas, la situación explotó. Mientras un tren de la Legión esperaba en las vías para continuar, llegó en sentido contrario un tren de prisioneros de guerra húngaros. Los pasajeros de ambos trenes estuvieron un buen rato insultándose y amenazándose hasta que un objeto metálico salió de una ventana del tren húngaro y alcanzó en la cabeza a un legionario, matándolo. Se desató una batalla campal y la milicia de Chelyabinsk la paró como pudo y detuvo a varios oficiales checos, entre ellos al Coronel Vojcechovsky, un oficial ruso que se había unido a la Legión. El soviet local anunció que a la mañana siguiente ejecutarían a los oficiales checos por los desórdenes causados. Los legionarios no dudaron en actuar. Tomaron las armas y en pocas horas se hicieron con el control de Chelyabinsk.
La reacción de Moscú tampoco se hizo esperar y Trotsky comunicó a los soviets de Siberia la Orden 115 que estipulaba el desarme de la Legión Checa y que sus miembros se alistaran en el Ejército Rojo o fueran enviados a campos de trabajo. Los telegrafistas de la Legión interceptaron los mensajes transmitiendo la Orden 115 y la comunicaron a todos los mandos.
A partir de ahora cada grupo de la Legión se convertiría en una base de ataque. Tomar el control del Transiberiano era una locura, pero no había otra opción. El 25 de mayo comenzó la locura. Las tropas de la Legión estacionadas en Penza, dirigidas por el Coronel Cecek, tras tres días de intensos combates se hicieron con la ciudad. Mientras tanto, la unidad de Vojcechovsky se puso en marcha hacia el este para ir liberando estaciones. Y en las profundidades del interior de Siberia, la unidad dirigida por el Coronel Gajda también iba liberando kilómetro tras kilómetro de vía con el poco armamento que le quedaba. La milicia de Marianovka atacó a los legionarios allí presentes pero fracasó. En pocos días la Legión controlaba Penza, Chelyabinsk, Marianovka y Novinikolayevsk, con lo que las vías de la región del Volga estaban totalmente en sus manos.
A comienzos del verano el contingente de Gajda tenía ante sí un objetivo que era muy diferente a lo que se había enfrentado hasta ahora la Legión: Irkutsk. Irkutsk, en el lado occidental de las montañas del Baikal era un objetivo clave porque allí empezaba el tramo más complicado del Transiberiano, con 39 túneles. Un cartucho de dinamita bien colocado en uno de esos túneles podía inutilizar durante años la línea.
Mientras tanto, Gajda y su grupo se habían hecho con Mariinsk y el de Cecek con Samara. El 22 de julio Cecek se hizo con Simbirsk, la ciudad natal de Lenin. Y en Vladivostok Dieterichs era testigo de acontecimientos inquietantes. El soviet se estaba haciendo con la gran cantidad de armas y material que los Aliados habían enviado antes de la revolución. Tras infructuosas negociaciones, Dieterichs, asistido por el crucero japonés Asachi, tomó el fuerte de Vladivostok y con ello el control de la ciudad el 29 de junio de 1918.
Sin la Legión saberlo, ese verano de 1918 se había convertido en la estrella de la prensa internacional. Los boletines enviados por dos periodistas que viajaban con la Legión, Carl Ackerman y Hermnan Berstein, eran seguidos con avidez por los lectores. Y es que ciertamente la Legión Checoslovaca era un ejército como nunca se había visto. Con base en sus trenes este ejército combatía, reparaba vías y trenes, cocinaba y hacía pan, arreglaba uniformes, proporcionaba asistencia médica a las poblaciones locales e incluso publicaba periódicos. El Capitán Novotny, antiguo funcionario de Correos de Bohemia, instituyó un servicio postal para toda Siberia con sus propios sellos. Y se organizó un banco para gestionar el dinero y pagas de los legionarios.
La lucha debía seguir para poder avanzar hacia la salvación, así que el contingente de Gajda se dirigió a Irkutsk. A pesar de los temores iniciales la ciudad cayó con rapidez, pero un tren soviético cargado de explosivos consiguió escapar y ponerse en camino hacia los túneles del Baikal. Había que dirigirse de inmediato a Kultuk, la entrada del primer túnel. Mientras Gajda se dirigía con el grueso del contingente en tren a Kultuk, un grupo de quinientos hombres se puso en marcha a través de las montañas para poder atacar por detrás la ciudad. Tres días después ambos grupos se lanzaban al asalto simultáneamente, tomando por sorpresa completamente a la milicia local.
En lo más intenso del combate, de repente se oyó una tremenda explosión y toneladas de rocas, tierra y trozos de metal y madera volaron en todas direcciones. Donde estaba la estación solo quedaba un cráter. Una bala perdida había impactado en los explosivos del tren y había hecho saltar todo por los aires. El peligro para los túneles había pasado, pero ahora tocaría reconstruir vías e infraestructuras para los siguientes trenes.
A miles de kilómetros de allí el grupo del Coronel Vojcechovsky se preparaba para tomar Ekaterinburgo. Tras días y días de intensos combates, el 25 de julio tomaban la ciudad. Lo que no sabían es que sin quererlo habían provocado una ejecución que aún hoy día causa fascinación, indignación e intriga a partes iguales. Meses atrás, tras el triunfo de la Revolución, los dirigentes soviéticos se encontraron con el dilema de qué hacer con los Romanov. Tras irlos ubicando en diferentes lugares, finalmente decidieron mantenerlos en arresto domiciliario en una dacha en Ekaterinburgo. Cuando llegaron noticias del avance de Vojcechovsky, el soviet de Ekaterinburgo empezó a enviar frenéticamente mensajes a Moscú. Estaban convencidos de que la Legión trabajaba para los zaristas y que venían a la ciudad para liberar a Nicolás II y su familia. El 17 de julio se tomó la decisión fatal. Los Romanov fueron conducidos al sótano de la dacha y ejecutados. Después se llevaron los cuerpos a una mina abandonada, los quemaron y arrojaron los restos a una galería inundada.
El grupo de Cecek se dirigió a su siguiente objetivo, Kazan. Lo que debería haber sido un duro combate se convirtió en un paseo porque la milicia soviética entró en pánico al saber del avance de los checoslovacos y huyó. Además de tener miedo, sabían que no podían contar con la población local, mayoritariamente zarista, hasta el punto de que tras la llegada de los checos salieron de sus escondites un total de 4000 oficiales zaristas que llevaban viviendo ocultos allí desde la Revolución.
Estos oficiales zaristas revelaron un sorprendente secreto a Cecek: en Kazan se ocultaban también las reservas de oro de los Romanov, por valor de 560 millones de rublos. El contingente del Ejército Blanco que llegó pocos días después para hacerse con la ciudad planteó a Cecek una exigencia: llevarse las reservas de oro hasta Vladivostok para ponerlas a salvo de los soviéticos a cambio de dejar continuar a la Legión hacia el este. Cecek se negó inicialmente ya que suponía implicarse totalmente en la guerra civil rusa. Pero sin armas ni hombres suficientes para oponerse a los Blancos, no tuvo más remedio que aceptar.
Volviendo al Baikal, Gajda lanzó el siguiente ataque, contra Verchne-Udiinsk. Mientras parte del contigente avanzaba a pie hacia la ciudad, la otra parte se dirigió a la ciudad a bordo de tres barcos capturados, al mando del Coronel Usakov y disfrazados del soldados del Ejército Rojo. Usakov desembarcó en Verchne-Udiinsk y exigió que se llevara de inmediato ante el comisario local, ya que requería urgentemente armas para luchar contra legionarios que había en la otra orilla.
El comisario cayó en la trampa y ordenó de inmediato que se cargaran casi todas las armas disponibles en la ciudad en los barcos. Pero cuando los barcos se disponían a partir, exigió que Usakov se quedara con él como garantía de retorno de las armas. En ese momento Gajda atacó la ciudad. Desarmada tras la estratagema de Usakov, la milicia no pudo resistir, aunque aún tuvo tiempo de hacer lo tan temido por la Legión: volar el túnel del tren. Y el comisario, tras ver el ridículo que había hecho, disparó a bocajarro en la cabeza a Usakov.
El panorama parecía desolador, pero tras una inspección del túnel se descubrió que los daños no eran muy significativos. Tras un funeral con todos los honores para Usakov, Gajda y sus hombres se pusieron a trabajar y en pocas semanas el túnel estaba despejado. Una vez conseguido, Gajda transmitió el mensaje de su éxito y se puso en marcha. Dieterichs partió de Vladivostok y ambos contingentes de la Legión se encontraron a finales de agosto de 1918. Por fin toda la línea del Transiberiano estaba bajo control de la Legión.
Los legionarios celebraron el milagro que habían obrado y pensaron en lo poco que les quedaba para viajar al Frente Occidental y luchar contra sus verdaderos enemigos, los Imperios Centrales. Pero no podían imaginarse que los Aliados estaban tramando planes muy distintos. Pronto llegaron nuevas órdenes a los mandos de la Legión. Se suspendía la evacuación por Vladivostok. La Legión debía volver a tomar rumbo oeste para luchar contra los bolcheviques.
CONTINUARÁ