A finales de verano de 1918, los soldados de la Legión Checoslovaca pensaban que sus sacrificios por fin darían fruto. Habían luchado durante meses para hacerse con el Transiberiano, habían perdido amigos y compañeros, y ahora por fin vía Vladivostok podrían ir a luchar al Frente Occidental contra los Imperios. Pero los Aliados habían decidido finalmente intervenir en Rusia para evitar que los Imperios siguieran recibiendo la ayuda que les había proporcionado el Tratado de Brest-Litovsk. Entre otras cosas se decidió abrir un frente en Siberia y se consideró que las tropas ideales para ser la punta de lanza de esta ofensiva era la Legión Checoslovaca.
Los mandos de la Legión no daban crédito a lo que se les estaba pidiendo. Resignados, y al menos con el consuelo de que en agosto y septiembre los diferentes países Aliados fueron proclamando el derecho a la independencia de la nación checoslovaca, se prepararon para volver a tomar los territorios que apenas habían abandonado y que tanto sufrimiento habían costado.
El ponerse totalmente a las órdenes de los Aliados también requirió centralizar el mando. Gajda fue descartado por ser “demasiado salvaje” y Cecek, famoso por intentar consensuar sus acciones con los oficiales de inferior rango e incluso a veces con la tropa, “demasiado igualitario”. Finalmente se escogió a alguien menos emocional y más obediente, Syrovy, con Dieterichs como jefe del Estado Mayor. Se formaron tres secciones al mando de Gajda, Cecek y Ljupov.
Mientras tanto, los Aliados buscaron una manera de organizar un gobierno contrarrevolucionario en Siberia que pusiera orden y para ello decidieron confiar en el Almirante Kolchak. Kolchak había tenido de joven una fulgurante carrera militar, llevando a cabo exploraciones por Siberia y reformas en la Armada que le otorgaron el rango de Almirante a una edad muy temprana. En el extranjero cuando estalló la Revolución, Kolchak llevaba tiempo buscando maneras de ponerse al servicio de la contrarrevolución y finalmente su oportunidad llegó con el apoyo Aliado. El 21 de septiembre de 1918 tomaba un tren en Vladivostok para viajar a Omsk y convertirse en ministro de defensa del Gobierno Provisional, acompañado nada más y nada menos que de Radola Gajda, que llevaba un mes allí intentando conseguir refuerzos y suministros para sus hombres, siendo totalmente ignorado. El largo viaje permitió a Kolchak y Gajda conocerse e intercambiar sus opiniones sobre la situación.
Los primeros días de septiembre habían ido bien para la Legión, con una rápida reconquista de Samara por parte del grupo de Cecek, aunque con numerosas bajas. Pero a las pocas semanas las tornas cambiaron. Kazan volvió a control bolchevique y Samara pocos días después. Los legionarios estaban prácticamente solos en este combate. Las tropas Aliadas no estaban dispuestas a ir más allá del Baikal y las tropas rusas blancas eran más una carga que una ayuda. El desánimo y la ira comenzaron a expandirse entre las filas legionarias y la situación llegó a una crisis cuando a mediados de octubre la unidad del Coronel Jiri Svec se negó a seguir combatiendo. Svec no podía imaginarse una situación así y se lo tomó como un fracaso personal. Fue a su vagón, escribió a sus hombres una nota de disculpa y se pegó un tiro.
A pesar de los temores Aliados, el gran refuerzo de los Imperios debido a la paz firmada con la Rusia soviética nunca llegó a materializarse. El otoño de 1918 vio cómo poco a poco se iba desmoronando el Frente Occidental. El Imperio Austro-Húngaro fue el primero en venirse abajo, y tras abrir negociaciones con los Aliados a mediados de octubre, el 28 de octubre de 1918 el Emperador Carlos I abdicaba y se abría paso a la liberación de las naciones del Imperio. Ese mismo día se proclamaba la independencia de Checoslovaquia con Thomas Masaryk como su primer Presidente. Y a miles de kilómetros de allí se celebraba el funeral de otro soldado checo que ya no vería esa independencia, Jiri Svec.
Mientras tanto en Omsk Gajda perdía la paciencia. El 9 de noviembre de 1918 dio un ultimátum al gobierno de Omsk para que proporcionara suministros a sus tropas y que las tropas blancas combatieran en igualdad a la Legión. Al no satisfacer sus demandas, asaltó la sede del gobierno. Días después llegaban los suministros, pero la reputación de Gajda ante el Gobierno Checoslovaco quedaría ya muy afectada.
El 11 de noviembre de 1918 terminaba la Primera Guerra Mundial. La Legión ahora era necesaria para defender las fronteras de su país, pero el mando Aliado siguió insistiendo en que era necesaria en Siberia.
Y el 17 de noviembre de 1918 de nuevo la agitación volvía a Omsk. Un líder cosaco, el atamán Krasilnikov, destituyó al gobierno. En el consejo de emergencia creado, inesperadamente o no, se propuso el nombre de Kolchak como nuevo líder. Kolchak decidió aceptar y pocos días después anunció su nuevo comandante en jefe: Radola Gajda. El Gobierno Checoslovaco lamentó que Gajda rompiera así la neutralidad de la Legión y que diera la espalda a todo lo que habían defendido, fundamentalmente la oposición a todo totalitarismo, fuera de los soviets o de los rusos blancos.
A lo largo de diciembre de 1918 y enero de 1919 los trenes de la Legión volvieron hacia el interior de Siberia. Las condiciones invernales eran algo que nunca habían visto, con temperaturas de entre 20 y 50 bajo cero. Para sobrevivir la Legión se fijó en los expertos y adoptó las costumbres y vestimentas de los buriatos, la etnia dominante en la zona del Baikal. Y en la dirección contraria oleada tras oleada de refugiados trataba de llegar a Vladivostok para escapar mientras la gripe española hacía estragos.
Pero a pesar de la sorprendente capacidad organizativa y de adaptación a condiciones cambiantes, La Legión ya no era la de meses atrás. Sin refuerzos Aliados y con los suministros que necesitaban siendo interceptados por oficiales rusos blancos para venderlos en el mercado negro, la apatía y la desesperación comenzaron a dominarles. Algunos legionarios incluso dejaron las armas y se pusieron en camino a Checoslovaquia por su cuenta. Finalmente, los mandos de la Legión decidieron que la situación era insostenible y anunciaron que se limitarían a mantener el Transiberiano en marcha y en su poder y no participarían en más acciones de combate.
El único legionario que seguía combatiendo era ya en realidad un ex-legionario. Gajda, siguiendo las órdenes de Kolchak, se lanzó a una nueva ofensiva. Sugirió que la mejor idea era intentar enlazar con las tropas rusas blancas de Denikin al sur, pero le ordenaron continuar en dirección hacia Moscú. El Ejército Rojo había tenido tiempo de organizarse y prepararse así que la ofensiva se convirtió rápidamente en una retirada que en el sector de Gajda se llevó a cabo de una manera impecable aunque contraviniendo las órdenes. A su vuelta a Omsk, una tensa reunión entre Kolchak y Gajda acabó con la renuncia de Gajda.
Mientras tanto se organizaba por fin la evacuación de la Legión. La diferencia con respecto a meses atrás es que Checoslovaquia ahora tenía un Estado y no dependía de los Aliados. El Ministro de Guerra Stefanik adquirió varios buques antes propiedad de la Cruz Roja y se pusieron rumbo a Vladivostok. El primero en llegar a Vladivostok, el Roma, partió el 15 de enero de 1919 con 2500 legionarios a bordo. El 11 de marzo llegaban a Nápoles, desde donde las tropas siguieron por tren rumbo a Checoslovaquia.
Y a su vez Woodrow Wilson, decidiendo ignorar las exigencias francesas y británicas de retener a la Legión en Siberia, ordenó que se pusieran barcos americanos a disposición de la evacuación. El Sheridan anclaba en San Francisco el 27 de mayo de 1919 y tras una calurosa bienvenida los checoslovacos embarcaron el 29 en un tren que vía Salt Lake City, Denver, Chicago y Pittsburgh les llevaría a Nueva York. En cada parada fueron recibidos con júbilo tanto por americanos de origen checoslovaco como por gente que simplemente había leído sus proezas a través de los boletines enviados por Carl Ackerman y Herman Bernstein. Los legionarios no descubrieron hasta entonces que miles de americanos habían seguido con expectación su día a día en Siberia.
El 4 de julio anclaba en San Diego el Nanking con otro contingente de la Legión. Siendo 4 de julio el ambiente fue aún más festivo que en la llegada del Sheridan. Las multitudes gritaban “nazdar!” (“¡bienvenidos!”) a los hombres que desembarcaban. El Mayor Vladimir Jirsa hizo una señal a sus hombres y todos juntos cantaron “Hej, Slováci” (“¡Hola, Eslovaquia!”) mientras caían lágrimas por sus mejillas.
A partir del 11 de julio y en diferentes grupos los hombres del Nanking fueron embarcando en trenes para viajar a Washington. Una vez todos llegaron a Washington fueron recibidos en la Casa Blanca por Woodrow Wilson. En su discurso Wilson dijo:
“Las generaciones futuras recordarán con alegría la buena influencia que ustedes tuvieron el privilegio de ejercer sobre una buena parte de la población mundial y les otorgarán el lugar que se han ganado con tanto valor. Quizás no se haya visto nunca un registro más brillante que la retirada de sus fuerzas ante los ejércitos de Alemania y Austria, a través de una población al principio hostil, o la marcha de sus ejércitos de miles de millas a través de las vastas extensiones de Siberia, manteniendo siempre el orden y la organización”.
Después el Presidente bajó del estrado y dio la mano uno a uno a todos los legionarios. Días después embarcaban en el Aeolus y llegaban a Brest el 9 de agosto de 1919.
En agosto de 1919 los diplomáticos Aliados abandonaron Omsk, con el Quinto y Sexto Regimientos checoslovacos protegiendo la retirada. En otoño el frente siberiano comenzó a desmoronarse y Omsk se llenó de refugiados. Con tanta aglomeración, una epidemia de tifus y otras enfermedades hicieron estragos. El 6 de noviembre de 1919 el General francés Janin, al mando de las tropas Aliadas en Siberia, daba orden al Sexto Regimiento de marchar hacia Vladivostok. El 15 de noviembre el Ejército Rojo ponía sitio a Omsk y Kolchak pidió a la Legión que lo evacuaran, junto con el tren que llevaba la reserva de oro. A regañadientes aceptaron y dos días después Omsk caía en manos bolcheviques. Decenas de trenes de refugiados intentaron la huida a Vladivostok, quedando muchos por el camino por averías o falta de carbón y muriendo todos sus pasajeros de frío y hambre.
El Quinto y Sexto Regimientos continuaban su viaje hacia el este. El Quinto, acuartelado en Novosibirsk, cubrió la retirada del Sexto. Este a su vez esperó en Mariinsk y Achinsk para cubrir la retirada del Quinto. Con este sistema de saltos ambos regimientos fueron retirándose sin perder el control del territorio donde estaban.
Mientras tanto Gajda llegaba a Vladivostok con su tren blindado, el Orlík, caído en desgracia ante la Legión y con su misión en Siberia fracasada. A pesar de eso, muchos oficiales blancos le respetaban y acudieron a pedirle ayuda ante la actitud del General Rozanov, un sádico general blanco al mando del cuartel de Vladivostok. Tanto maltrataba a sus hombres que la protesta de unos cuantos acabó en un enfrentamiento en las calles de Vladivostok entre los soldados descontentos y los leales a Rozanov, apoyado por las tropas japonesas estacionadas en la ciudad. Al recibir noticias de la situación, Gajda decidió unirse a los rebeldes. Tras horas de combates, se hizo el silencio en la ciudad y en la madrugada oficiales de Rozanov fueron a buscar a los mandos de la Legión, Cecek y Klecanda, y les instaron a acompañarles a sus barracones. Una vez allí y tras un largo recorrido acabaron en una oscura y pequeña sala donde había un hombre golpeado por todas partes y en cadenas. Era Radola Gajda. El oficial ruso allí presente les dijo que a pesar de todo, sabían el servicio que los checoslovacos habían hecho a Rusia. Gajda podía irse. Cecek y Klecanda llevaron a Gajda al buque inglés Suffolk y allí permaneció con escolta hasta que el barco zarpó a Europa.
Llegado enero de 1920 44 mil legionarios seguían todavía en Irkutsk. Los generales Janin y Syrový telegrafiaron constantemente a París para recibir instrucciones sobre cómo actuar y sobre todo qué hacer con Kolchak, al que seguían protegiendo y escoltando mientras el Ejército Rojo se aproximaba cada vez más. Para complicar más las cosas a Kolchak, el antiguo gobierno de Irkutsk, que le era favorable, había huido y la ciudad ahora era dirigida por un partido denominado Centro Político, antiguos seguidores de Kerensky y por tanto antibolcheviques pero también anti-blancos. El Centro Político anunció que dejaría continuar su camino a la Legión, pero sin Kolchak. Janin y Sirový, estacionados en Verchne-Udiinsk, volvieron a telegrafiar a París, pero sin respuesta. Estaban solos. Tenían que tomar una decisión. Finalmente enviaron un telegrama a Irkutsk a los oficiales de la Legión, Krásná y Becvár. Becvár fue a ver a Kolchack y le anunció que tenían órdenes de entregarlo al Centro Político. Al amanecer guardias de la Legión condujeron a Kolchak a la enfermería de la prisión de Irkutsk.
El control de Irkutsk por parte del Centro Político duró poco ante el avance soviético. A finales de enero abandonaron la ciudad y de inmediato fue tomada por los bolcheviques. Siguiendo órdenes de Moscú, Kolchak fue arrestado y se ordenó una investigación sobre sus actos en Siberia. Ante las acusaciones de atrocidades y saqueos por parte de sus hombres, alegó ignorancia y pareció mostrarse sinceramente sorprendido. Al amanecer del 7 de febrero de 1920 los miembros del tribunal despertaron a Kolchak y le dijeron que se abrigara. Tras llevarle junto a un río lo fusilaron y lo arrojaron al río por un agujero hecho en el hielo.
Un mes después de la ejecución de Kolchak el Quinto y Sexto Regimientos llegaban por fin a Vladivostok. Se ordenó a Janin volver de inmediato a Francia donde se investigarían sus responsabilidades en el asunto de Kolchak. Aunque finalmente nunca hubo una reprimenda oficial su carrera militar quedó truncada por estos hechos de los que realmente no tenía responsabilidad. Por su parte Gajda también llegó a Francia pero con un recibimiento de famoso. Concedió entrevistas y asistió a la Academia Militar de Mandos de París donde se graduó con honores.
El 1 de abril de 1920 el contingente americano partía de Vladivostok y los últimos vestigios de orden en la ciudad desaparecieron por completo. El contingente japonés todavía permanecería dos años más siguiendo con el plan japonés, no acordado con los Aliados, de hacerse con parte de Siberia, pero finalmente hasta ellos renunciaron. Mes a mes el Ejército Rojo fue avanzando en todos los frentes hasta hacerse con el control de toda Siberia.
Volviendo a 1920, aun después de la marcha de los americanos todavía continuaron las evacuaciones. A finales de mayo el Mount Vernon partió con 3372 legionarios a bordo y ancló en Norfolk, Virginia, el 12 de junio de 1920. En junio de 1920 otros barcos canadienses que también evacuaban legionarios anclaron en Vancouver. Desde aquí como sus compañeros que habían ido por Estados Unidos, viajaron en tren hasta la costa este ante calurosas bienvenidas allá donde pasaban. Aún de todas maneras estos legionarios tuvieron que pasar un momento desagradable cuando el gobierno canadiense pretendió retenerlos para emplearlos en sus ferrocarriles. El plan fue inmediatamente abandonado y el contingente partió de Halifax en julio rumbo Trieste.
En diciembre de 1920 eran evacuadas las últimas unidades organizadas de la Legión Checoslovaca. Nadie sabía realmente si habían quedado soldados rezagados pero ya no se podía esperar más. En total, 70 mil hombres fueron evacuados. Otros 70 mil no vivieron para ver ese momento ni para volver a una Checoslovaquia por fin independiente. Muchos de los que consiguieron volver entraron en política para ayudar a construir el país. Otros simplemente volvieron a sus antiguos oficios y otros, emocionados por la cálida acogida que tuvieron en Estados Unidos, decidieron emigrar allí.
Gajda volvió a Checoslovaquia convertido en un héroe. Masaryk le nombró comandante militar de Kosice, donde hizo un gran trabajo modernizando y renovando la ciudad. Mientras tanto se interesó en política y tras años de estudio y su experiencia directa del bolchevismo y el autoritarismo por desgracia llegó a la peor de las conclusiones. Se unió al movimiento fascista checoslovaco y en 1926 participó en un intento de golpe de estado. Tras dos meses en prisión fue forzado a licenciarse. Aún así no se rendiría y en 1929 ganó un escaño formando parte de la Stríbrného Liga, de extrema derecha. De nuevo tomó parte en una conspiración y aunque finalmente fue absuelto en el juicio por traición, ahora sí desapareció de la vida pública. En 1938 descubriría el error de sus ideas políticas. Los nazis se dedicaron a buscar y encerrar en campos a todos los antiguos legionarios que pudieron encontrar.
Al acabar la guerra el nuevo gobierno checoslovaco decidió mantener a Gajda en prisión, esta vez acompañado de otro antiguo compañero, Jan Syrový, aunque por motivos distintos. Syrový, decidió colaborar con la ocupación y fue ministro del gobierno títere nazi. En 1950 el nuevo gobierno comunista perdonó a Gajda y condenó a Syrový a veinte años de prisión.
Los casos de Gajda y Syrový, como altos mandos de la Legión que fueron, tuvieron gran notoriedad. Pero hay otras muchas historias de sufrimiento y valor de legionarios mucho más anónimos, y entre tantas destaca una auténtica historia de película: la odisea de Josef Halama.
Josef Halama era uno de los miles de legionarios de los que se perdió el contacto y nunca más se supo. Durante años su esposa Maria esperó que volviera, cada vez más desesperanzada viendo cómo otros volvían a sus hogares. Finalmente Maria se rindió y asumió que tendría que criar sola a sus hijos y trabajar sola los campos de su granja en Bohemia.
Un atardecer Maria decidió descansar del trabajo y miró hacia el horizonte. En una colina vio una silueta que tenía un caminar que le resultaba familiar. De repente los hijos de Maria vieron que su madre gritaba e iba corriendo hacia el desconocido. Era Josef, que había conseguido volver. Halama era uno de los legionarios que desesperados acabaron dejando las armas para intentar volver a casa por sus propios medios. Acompañado de otros cuatro legionarios, durante años fueron caminando rumbo oeste. De los cinco solo Josef sobrevivió al viaje para volver a casa.
Wilson prometió a la Legión Checa que nunca nadie olvidaría su proeza y sacrificios. Pero la realidad es que la prensa y la opinión pública pronto olvidaron. La proeza había acabado entremezclada en la desastrosa intervención Aliada en Rusia y los gobiernos involucrados quisieron pasar página. Para mayor desgracia la ocupación nazi quiso eliminar a una élite que podía ser una fuerza opositora. Y para rematarlo, el comunismo se encargó de suprimir todo vestigio que quedara de unos hombres que con tanto valor se habían enfrentado a su naciente revolución y la habían puesto contra las cuerdas. Solo tras la caída del comunismo y la apertura de archivos se pudo por fin volver a investigar y darle el lugar que se merece en la Historia a estos valientes.