Desde el día que Oliver Cromwell decretó como castigo a la rebelión irlandesa desposeer a los terratenientes locales para entregar las tierras a terratenientes ingleses se sembró la semilla de futuros conflictos. Pero a pesar de los continuos tumultos y ocasionales brotes de violencia década tras década, los terratenientes acabaron acostumbrándose a la situación y persistiendo en su dominio. Para lo que no estaban preparados era para el cambio de táctica con la Primera Guerra de la Tierra.
Los terratenientes como tales de todas formas solían estar bien protegidos del conflicto. Para empezar la cuarta parte de ellos eran lo que se conocía como “terratenientes ausentes”: propietarios que jamás en su vida pisaban Irlanda y vivían cómodamente en su mansión en Inglaterra. El resto que vivían todo el año o en parte en Irlanda rara vez tenían que abandonar la protección de su mansión, vigilada además por el Royal Irish Constabulary. Y no necesitaban moverse porque el “trabajo sucio”, la visita de las tierras, el cobro de las rentas, etc. lo realizaban sus agentes.
La vida de los agentes era por tanto otra historia. No es que hubiera una guerra constante y sanguinaria contra ellos, pero más de uno y más de dos aparecían muertos en alguna cuneta cada pocos años, por no hablar de tener garantizados insultos, maldiciones y la ocasional pedrada en cada visita por las tierras de su señor. Tampoco es que los agentes fueran unos ángeles por su parte. Los ingresos de muchos dependían de la recolección de las rentas, y es evidente que para realizar un trabajo tan desagradable se tenía que tener un carácter un tanto especial. Pero cosas de la vida, el agente que se acabaría haciendo más famoso en esta guerra y que acabaría con su nombre convertido en un nombre común no era precisamente ni el más cruel ni el más notorio: Charles Cunningham Boycott.
El Capitán Charles Cunningham Boycott era un militar retirado nacido en Norfolk que tras recibir una pequeña herencia en 1873 arrendó 240 hectáreas a orillas del Lough Mask, cerca de Ballinrobe, condado de Mayo. A su vez fue contratado como agente de The Neale, una propiedad de Lord Erne del mismo condado de Mayo.
Boycott no fue un agente excesivamente severo ni duro, pero no tenía muy buenas maneras y era un tanto repelente. Y tuvo la desgracia de estar en el condado de Mayo, que sería el epicentro de la nueva campaña por la tierra organizada por el líder nacionalista irlandés Charles Parnell con su Liga por la Tierra.
En un discurso el 19 de septiembre de 1880 Parnell sugirió una nueva manera de enfrentarse a los agentes de los terratenientes:
“Debéis ignorarlos cuando os los crucéis por los caminos, debéis ignorarlos en las calles del pueblo, debéis ignorarlos en las tiendas, debéis ignorarlos en el mercado, e incluso en la iglesia, enviarlos a un convento moral, aislándolos del resto del país, como si fueran leprosos”.
Parnell no había inventado nada nuevo. Estas tácticas de ostracismo ya se habían aplicado durante la Revolución Americana y seguramente mucho antes también. Pero aquí tendría lugar el caso más sonado que haría historia.
En 1880 los arrendatarios de Lord Erne solicitaron una reducción del 25 por ciento en las rentas. Lord Erne ofreció un 10 por ciento y las negociaciones no llegaron a buen puerto. Al decidirse algunos arrendatarios por el impago, se abrió un proceso legal contra once arrendadores. La notificación solo se consiguió entregar a tres. En el cuarto caso, contra una tal Sra. Fitzmorris, la Sra. Fitzmorris recibió al agente judicial y a los diecisiete policías que le acompañaban con toda una serie de improperios y gritos que alertaron a sus vecinos. En pocos minutos comenzaron a volar piedras y estiércol. Los policías acabaron buscando refugio en la casa de Boycott y la turba acabó persiguiendo también a algunos sirvientes del agente. The Neale había declarado la guerra a su agente.
El liderazgo de la campaña lo asumiría el párroco local y presidente de la sección local de la Liga por la Tierra, el Padre John O’Malley. Parece ser que los intentos del Padre O’Malley de que sus parroquianos emplearan la palabra “ostracismo” fueron un tanto infructuosos. Tras consultar a un amigo, el periodista americano James Redpath, este tuvo una idea:
“¿Y si lo llamamos ‘hacer un Boycott’?”
En su siguiente visita al pueblo, Boycott vería en sus carnes que estaba en marcha la campaña a la que acabaría dando nombre. Unas 500 personas se dedicaron a seguirle dondequiera que iba abucheándole. Al final tuvo que refugiarse cuatro horas en la comisaría. Mientras tanto, el acoso a sus trabajadores era constante y el hecho de además de ser agente tener tierras le dejaba en una posición muy vulnerable. Los pastores le abandonaron así que Boycott y su mujer tuvieron que ocuparse de las ovejas como pudieron. La lavandera dejó de lavarles la ropa y el panadero y el carnicero de Ballinrobe tenían miedo de suministrarles. Boycott y su mujer también tuvieron que ponerse a cosechar los cereales y consiguieron salvar la cosecha, por un valor de 500 libras, pero que difícilmente alguien iba a atreverse a comprar.
Todo podría haberse quedado en un conflicto local, pero Boycott decidió implicar a la prensa. El 14 de octubre de 1880 envió una carta a The Times contando sus desventuras. Y como ya sabemos que pasa cuando a un nacionalismo frágil se le toca la cresta, hubo toda una reacción de indignación y solidaridad en Inglaterra, y sobre todo en los sectores protestantes de Belfast. El Belfast Newsletter recaudó cientos de libras y orangistas propusieron enviar trabajadores armados a ayudar a Boycott con el resto de la cosecha: patatas y nabos.
Temiendo un baño de sangre las autoridades intervinieron y prohibieron el envío de una fuerza armada. Los orangistas decidieron cambiar sus planes y enviar de todas maneras a cincuenta y siete voluntarios desarmados y ver qué hacían las autoridades. Y claro está, las autoridades no tuvieron más remedio que enviar todo un batallón de infantería a escoltarlos.
Los orangistas claro está tuvieron que viajar por sus propios medios. Y llegados al campamento improvisado en las tierras de Boycott, más que ser una ayuda, empeoraron el problema. Ahora había más bocas que alimentar y el ejército tampoco fue muy previsor en su logística. Por suerte para ellos pero no para Boycott había comida cerca: los productos de la granja.
Al menos no había que temer por la violencia. Los miembros de la Liga de la Tierra de Mayo, viendo la situación, decidieron que no había ninguna necesidad de intervenir. Ya había suficiente caos en las tierras de Boycott sin su intervención.
Finalmente las patatas y los nabos fueron cosechados a un coste estimado de unas diez mil libras, treinta veces su valor comercial. Desesperado por la situación y temiendo por su economía, Boycott se rindió y el 27 de noviembre la familia abandonaba la granja escoltados por las tropas británicas y en una ambulancia del ejército, ya que no se pudo disponer de ningún carruaje.
La familia se instaló en un hotel en Dublín pero empezaron a llegar cartas amenazantes y el dueño del hotel les pidió marchar. El 1 de diciembre los Boycott se fueron a Gales y en marzo de 1881 viajaron a Estados Unidos adoptando el nombre de Cunningham.
Podría haber dado su brazo a torcer, pero Boycott volvió a Irlanda en septiembre de 1881 para asistir a una subasta de la que tuvo que salir escoltado al ser reconocido. A pesar de todo siguió trabajando para Lord Erne hasta 1886 cuando encontró otro trabajo con Sir Hugh Adair en Suffolk.
El 12 de diciembre de 1888 compareció en una Comisión Especial que investigó su caso y volvió a la oscuridad de la que nunca habría querido salir. Falleció en 1897 a la edad de sesenta y cinco. Para entonces casi todo el mundo había olvidado su historia aunque su nombre ya se había convertido en una palabra común que había llegado a todos los rincones del mundo y adaptado a decenas de idiomas.