La operación duró pocos minutos. El “gran trabajo” que la Brigada de Dublín del IRA llevaba semanas preparando con un meticuloso plan y una operación de inteligencia asombrosa se llevó a cabo el 21 de noviembre de 1920 a las 9 de la mañana con frialdad, eficacia y brutalidad. En unos quince minutos se atacó en sus residencias, ocultas tras un gran secreto, a diecinueve hombres vinculados a los servicios de inteligencia militares británicos dedicados a la caza y captura de rebeldes irlandeses. Catorce acabaron muertos, los otros cinco o consiguieron escapar o tuvieron la suerte de no estar en sus casas.
La acción llevada a cabo por el Pelotón de Michael Collins, como sería conocido el comando organizado por el líder irlandés, había sido un gran éxito para el IRA, aunque posteriormente se sabría que no todas las víctimas eran espías ni sobre todo de la infame “Banda de El Cairo” que imponía el terror en Irlanda y había sido responsable de numerosas agresiones y abusos contra civiles. Pero iba a causar un punto de no retorno en el conflicto.
Los ánimos en el Castillo de Dublín, sede de la Administración de la Corona Británica, estaban muy caldeados. El IRA acababa de dejar en ridículo la seguridad en Dublín, uno de los pocos lugares de Irlanda que los británicos podían afirmar con seguridad que controlaban. Y catorce camaradas de las fuerzas del Castillo habían muerto en sus casas, algunos en sus dormitorios y con el pijama puesto. Se tenía que responder con alguna acción espectacular. Y pronto se encontró un objetivo: organizar una gran redada en el partido de fútbol gaélico que esa tarde enfrentaría a Dublín con Tipperary en el estadio de la GAA (Gaelic Athletic Association), Croke Park.
La orden de la operación decía lo siguiente:
“Hay un partido de fútbol [gaélico] entre un equipo de Tipperary y uno de Dublín que tendrá lugar en Croke Park a las 14:45 horas de esta tarde. Rodearán el campo y apostarán hombres en todas las salidas, cada piquete deberá tener al menos un oficial y 15 hombres.
Un cuarto de hora antes de que acabe el partido un Oficial Especial de Inteligencia avisará por megafonía a todos los presentes en el partido que solo podrán abandonar el campo por las salidas. Se disparará a todo el que intente salir por otros lugares. Se detendrá y registrará a todos los hombres”.
Nadie se detuvo a pensar en el peligro que suponía llevar a cabo esa operación en un lugar repleto de civiles, con pocas salidas y con hombres armados extremadamente nerviosos y enfurecidos por las muertes de la mañana.
Mientras tanto en Croke Park los preparativos para el partido estaban a plena marcha. Era un partido peculiar. No se jugaba ninguna liga ni torneo, se trataba de un “partido de reto”. Unas semanas atrás, el equipo de Tipperary había escrito al Freeman’s Journal retando a Dublín a un partido al poner estos en duda la superioridad de Tipperary. Dublín aceptó el reto y se fijó la fecha del 21 de noviembre para el partido. La GAA aprovecharía además el partido para recaudar fondos para los presos republicanos y sus familias.
Una hora antes del comienzo del partido tres oficiales de la Brigada de Dublín del IRA fueron a Croke Park. Habían recibido aviso de un informante de la policía de Dublín de que iba a tener lugar una redada en Croke Park y aconsejaron a la junta directiva de la GAA suspender el partido. La junta vio las posibilidades y decidió que era demasiado tarde. Ya había numeroso público en el estadio y anunciar la suspensión podía o causar pánico o impedir vaciar con rapidez el estadio porque muchos espectadores reclamarían en la salida la devolución de la entrada. La GAA temía además que una suspensión tan repentina podía dar a entender que tenían alguna implicación en los asesinatos de la mañana y por eso querían que la redada no tuviera éxito. Finalmente, hubo un exceso de confianza: no era la primera vez que las fuerzas británicas organizaban una redada masiva y nunca había habido un incidente grave.
El partido acabó comenzando con un retraso de media hora. Apenas 10 minutos después de iniciado, un avión sobrevoló el campo dos veces. Justo después llegaron a las afueras del estadio una docena de camiones con una fuerza combinada de soldados, RIC (la policía de Irlanda) y Auxiliares (una fuerza creada específicamente para combatir la rebelión y formada en su mayor parte por veteranos de la Primera Guerra Mundial). Lo que sucedió a continuación está envuelto en el caos de los acontecimientos, los testimonios contradictorios y las comisiones de investigación que trataron de tapar los hechos.
Las fuerzas británicas y las comisiones de investigación posteriores afirman que nada más descender de los camiones recibieron disparos desde el interior del estadio, hecho que nunca se ha demostrado. Algunos testigos afirmaron que al ver a las tropas los vendedores de entradas que todavía estaban fuera del estadio salieron corriendo hacia el interior, reacción que como dijo un testigo “es lo más prudente que puede hacer cualquier hombre irlandés en estos tiempos al ver tropas”. Fuera cual fuera el motivo o el desencadenante, el caso es que en lugar de establecer los controles que se habían ordenado, las fuerzas británicas entraron en el estadio y comenzaron a disparar indiscriminadamente.
Durante 90 interminables segundos se dispararon 114 balas de rifle, 50 balas de ametralladora de un blindado que estaba fuera del campo y una cantidad desconocida de balas de revólver. Para cuando el oficial al mando, el Mayor Mills, consiguió controlar a sus hombres la tragedia se había desatado.
Los disparos comenzaron en el lado del estadio que da al canal, en el mapa el fondo sur. Los disparos provocaron una estampida, con lo que además de las balas muchas personas fueron heridas al ser arrolladas o intentando saltar los muros en la otra punta del estadio. Las víctimas mortales acabarían siendo 14 personas, algunas muertas en el acto, otras en los días posteriores.
Una de estas personas fue Jane Boyle. Jane, de 27 años, estaba pasando el día con su prometido, Daniel Byron. Por la mañana habían ido a la iglesia de Saint Kevin, donde iban a casarse en una semana. Por la tarde fueron al partido en Croke Park. Cuando comenzó la avalancha, Jane y Daniel salieron corriendo cogidos del brazo hasta que una bala acabó con la vida de Jane. Fue enterrada días después vestida con su traje de novia.
Fuera del estadio se encontraba William Robinson, de 11 años. William no tenía dinero para la entrada, así que había hecho lo que solían hacer algunos niños, subirse a un árbol de los que había junto al estadio para ver el partido desde allí. Al oír el ruido de los camiones británicos se giró para mirar y una bala le atravesó el pecho y un hombro, tirándole del árbol. William falleció dos días más tarde en el Hospital de Drumcondra.
La masacre se cobró la vida de otros dos niños. John William Scott, de 14 años y también fuera del estadio, recibió en el pecho una bala rebotada. Fue llevado a una casa cercana donde moriría 45 minutos más tarde. El otro niño, Jerome O’Leary, de 10 años, estaba subido al muro tras la portería del lado del canal. Le dispararon en la cabeza.
En el caos del interior del estadio la gente corría por sus vidas. James Teehan, de 26 años, natural de Tipperary, corrió hacia la salida de la esquina noreste del estadio, pero fue atrapado en la avalancha. Murió de una parada cardiaca. El mismo destino sufriría James Burke, de 44 años, casado y con un hijo.
James Matthews es otra de las personas que corrió hacia la salida noreste. Al ver la avalancha de gente intentó escalar un muro, pero recibió un disparo en una pierna y cayó. Poco después estaba muerto. Dejaba una mujer y cuatro hijas, una de ellas aún no nacida.
Dentro del caos auténticos héroes intentaron salvar vidas. Patrick O’Dowd, de 57 años, había conseguido subirse al muro que separaba Croke Park del patio del Belvedere College. Desde allí se dedicó a subir a gente atrapada en la avalancha y a pasarlos al otro lado. Uno de los rescatados por Patrick contó al día siguiente cómo le ayudó a pasar el muro para justo después Patrick caer sobre él con la cara cubierta de sangre. Había recibido un balazo en la cabeza.
En el centro del campo los jugadores también corrían por sus vidas. Michael Hogan, de Tipperary, estaba llegando al borde del campo cuando recibió un disparo. Fue el único jugador muerto en la masacre y en 1926 se puso su nombre a una de las gradas principales de Croke Park.
Thomas Ryan, de 27 años, fue uno de los testigos de la muerte de Michael Hogan. Thomas era uno de los miembros del IRA que había participado en la operación de la mañana, aunque su grupo era uno de los que no había encontrado a su objetivo. Al comenzar el tiroteo en el estadio, corrió a la esquina noreste atravesando el campo y vio a Michael Hogan tendido en el suelo. Se detuvo para arrodillarse junto a él y susurrarle la oración de contrición. En ese momento le dispararon por la espalda. Murió esa noche en el hospital.
Tom Hogan, un joven mecánico de 19 años de Limerick, recibió una bala en el hombro que causó tantos daños que hubo que amputarle el brazo izquierdo. La herida se gangrenó y acabó muriendo cinco días después, la última víctima de la masacre.
Michael Feery, veterano del Royal Marine Labour Corps en la Primera Guerra Mundial, consiguió salir de Croke Park herido en la pierna. Le llevaron a una casa cercana pero no pudieron hacer nada por su vida. Durante cuatro días estuvo sin identificar en la morgue del hospital de Jervis Street hasta que su mujer logró localizarlo.
Daniel Carroll, de 31 años, consiguió salir ileso del estadio y recibió fuera un disparo en la pierna hecho desde un camión de la policía. A pesar de que la herida no parecía grave, hubo complicaciones y murió un día más tarde en el hospital.
Joseph Traynor, un obrero de 20 años, intentó huir escalando el muro del lado del canal de Croke Park. Recibió dos disparos en la espalda y cayó fuera del estadio. Cuando acabó el tiroteo fue llevado a una casa cercana y de allí al hospital de Jervis Street, donde murió esa noche.
Y antes de que acabara el día, ya fuera de Croke Park, hubo otras tres víctimas. Dos miembros del IRA que habían sido capturados el día antes, Dick McKee y Peadar Clancy y un civil llamado Conor Clune detenido en una redada el sábado en un hotel fueron interrogados, torturados y ejecutados en el Castillo de Dublín. Las autoridades británicas afirmaron que murieron al intentar fugarse.
Como era de esperar, en los días siguientes las autoridades británicas establecieron el relato oficial de que lo ocurrido en Croke Park era un lamentable suceso provocado al disparar miembros del IRA desde el estadio a sus fuerzas. Semanas después un tribunal militar investigó los hechos y su sentencia del 8 de diciembre simplemente corroboró la versión oficial. El Partido Laborista británico en cambio organizó una comisión de investigación por su cuenta. Tras visitar Croke Park e interrogar a testigos durante semanas, la comisión llegó a la conclusión de que si bien la acción en Croke Park no fue una represalia premeditada, estaba claro que nadie había disparado a las fuerzas británicas y estas causaron una masacre.
El Domingo Sangriento fue el aviso de que se iniciaba el final del conflicto y que se llegaría a él por medio de más violencia. En las semanas siguientes el IRA intensificó sus acciones y el Gobierno Británico sus acciones de represalia. El final no llegaría hasta la tregua de julio de 1921 que dio paso a las negociaciones de paz.
Las víctimas de Croke Park no verían ese final y para mayor desolación aún, casi todas pasarían al olvido durante décadas. Aparte de Mike Hogan, que recibió homenajes a lo largo de los años por parte de la GAA, el resto de víctimas fueron enterradas y olvidadas públicamente, ocho de ellas incluso en tumbas sin marcar ya que sus familias no habían podido permitirse nada más. No sería hasta 2014 con la publicación del libro de Michael Foley The Bloodied Field que estas víctimas salieron del anonimato y se creó una fundación para darles el respeto que merecían. Y así por fin en 2016 Nancy, la hija de James Matthews que no había nacido cuando ocurrió la tragedia, pudo ver homenajeado al padre que nunca conoció.