En 1653 el barco holandés De Sperwer navegaba rumbo a Dejima, la isla junto a Nagasaki donde los japoneses habían permitido el establecimiento de una sede comercial holandesa, cuando una tormenta hizo naufragar el barco en la isla de Jeju, Corea.
Entre los supervivientes del naufragio se encontraba Hendrick Hamel, un contable de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Hamel y sus compañeros pasaron unos meses en la isla para después ser trasladados a la corte en Seúl, donde se les comunicó que siguiendo la estricta política de “reino cerrado”, no podrían abandonar el país, aunque podrían vivir libres y salvo algún trabajo ocasional para la corte o los funcionarios reales, dedicarse a lo que quisieran.
Y así transcurrieron trece años hasta que Hamel y sus compañeros consiguieron en 1666 hacerse con un barco y llegar a Dejima. Durante los meses pasados en Dejima Hamel escribió una crónica de lo vivido en Corea, repleta de detalles sobre la historia del país, sus costumbres y organización política. Pero entre todo lo narrado hay una simple frase que abre un gran interrogante y que hace dudar si no es más que una fabulación típica de estas narraciones o si detrás hay una gran historia:
“Al noreste [Corea] está limitada por el amplio océano, donde cada año se captura un gran número de ballenas, algunas con arpones franceses y holandeses”
E incluso en una nota Hamel afirma que tiene un testigo que lo corrobora, un compañero de su tiempo en Corea:
“Y para confirmar que se han encontrado arpones de Holanda en ballenas en Corea, tengo a Benedictus Klerk de Rotterdam, que estuvo encarcelado en Corea durante trece años (…) él y otros compañeros en su juventud habían trabajado en la factoría de Groenlandia y por eso reconocieron los arpones…”
La “factoría de Groenlandia” era un puesto ballenero de Holanda que en realidad no estaba en Groenlandia sino en las islas Spitsbergen (Svalbard), dedicado a la captura de ballenas francas. Hamel y sus compañeros estaban afirmando que habían visto en el Mar del Japón una ballena que tenía clavado un arpón de Spitsbergen. La ballena franca no puede vivir en aguas cálidas, así que no podía haber llegado por una ruta meridional. Esto demostraba que el Paso del Noroeste o el Paso del Noreste, las vías marítimas que se suponía que a través del Ártico podían unir el Atlántico y el Pacífico, eran una realidad.
Hoy en día sabemos que ninguno de estos dos pasos existe y que solo los rompehielos han hecho posible navegar por estas aguas. Por tanto, ¿qué es lo que vieron Hamel y sus compañeros?
Lo más probable es que todo fuera una invención, un intento de darle más emoción al texto o quizás incluso llamar la atención de las autoridades para poner en marcha alguna expedición en busca del Paso. Si es así, Hamel fracasó en su intento. Su crónica fue tan solo una más de las decenas y decenas que por la época publicó personal de la Compañía de las Indias. El texto pasó desapercibido y de hecho hasta bien entrado el siglo XX nadie prestó atención a la estancia de estos holandeses en Corea.
Otra posibilidad es que el arpón hiciera el viaje de Spitsbergen a Corea por una ruta comercial. El Ártico siberiano, que para los europeos entonces era un lugar impenetrable e inexplorado, era un lugar con activas rutas comerciales donde un objeto de hierro habría sido un bien preciado y valioso que bien pudo ir pasando de un comprador a otro hasta acabar en manos del cazador de alguna tribu de la zona del Estrecho de Bering o Kamchatka y que lo perdiera enganchado a una ballena herida que logró huir. Difícil, pero no imposible.
Y aún quedaría una opción, aún más fantasiosa. ¿Y si realmente una ballena herida llegó a cruzar los océanos hasta llegar al Mar del Japón? Las dos especies que en el siglo XVII era viable cazar debido a su lentitud y a que flotan al morir son la ballena franca y la ballena de Groenlandia.
Antes de la masacre perpetrada por la industria ballenera, la ballena franca podía observarse en aguas tan meridionales como las de Madeira y Mauritania. Pero no consta que ninguna haya cruzado nunca el Ecuador, aguas demasiado cálidas para un animal con toneladas de grasa cubriendo su cuerpo. De hecho, los estudios genéticos hechos a las tres poblaciones de ballena franca: la atlántica, la pacífica y la austral, han concluido que llevan unos seis millones de años sin intercambiar material genético entre ellas y se pueden considerar tres especies separadas.
En el caso de la ballena de Groenlandia, se trata de una especie que vive exclusivamente en el Ártico y que se ha observado que es capaz de desplazarse por este océano ya que con su cabeza puede abrir respiraderos en gruesas capas de hielo. Pero precisamente durante la época que Hamel estuvo en Corea se estaba viviendo la etapa más cruda de la denominada Pequeña Edad de Hielo, que afectó al hemisferio norte desde el final de la Edad Media hasta mediados del siglo XIX y durante la que el hielo Ártico alcanzo máximos históricos. Resulta difícil pensar que justo entonces alguna ballena de Groenlandia lograra la proeza de hacer la travesía… pero ciertamente imposible no es.
Nunca sabremos qué vio Hamel ni qué había de cierto en su historia. Pero nada puede privarnos del placer de especular y soñar con un misterio de un lugar tan remoto y hermoso como el Ártico.