Una de las boutades más extendidas en el mundo gastronómico es la carta de alérgenos. En vez de ser una herramienta para proteger a las personas normales, es decir, a las que tenemos un estómago normal y no «a prueba de bomba», se ha convertido en una póliza de seguros para los establecimientos. Como los vasitos para llevarse el café bien caliente, que están obligados a rotular «CUIDADO: CONTIENE CAFÉ CALIENTE», no vaya a ser que a un estadounidense le dé por denunciar. Porque con esto de las guerras culturales, pensamos que vivimos en California, cuando en realidad vivimos en Atomarporsaco, sito en cualquier provincia española.
Nuestra ruta de hoy nos lleva hasta Atomarporsaco, El Bages, comarca catalana cuyo mayor éxito es su posición central en el mapa, lo que haría que desapareciera si Catalunya fuese un donut. En Atomarporsaco, El Bages, hay un restaurante poligonero. Tampoco podemos decir que es una diferencia significativa, ya que toda Catalunya es igual. Y como en todos lados, en el restaurante poligonero de Atomarporsaco, El Bages, les importa una mierda seca las restricciones alimentarias de los clientes, por mucho cartelito con alérgenos que tengan.
Cuando uno va al restaurante del polígono industrial de Atomarporsaco, El Bages, encuentra un menú bastante guay. Por ejemplo, cuando fuimos la semana pasada, abrimos los ojos con fruición al ver «Bacalao con garbanzos», que es uno de nuestros manjares preferidos. Como siempre, porque sabe más Chicotte por hideputa que por sabio, preguntamos:
—El bacalao con garbanzos, ¿lleva algo más?
—Nah.
—¿Es bacalao, garbanzos, y ya?
—Sí.
—¿Sin nada de carne ni nada?
—Sin nada.
—Pues sea.
Y de primero una crema de verduritas, que, bueno, pues normal.
Ventilada la cremita, nos llegó el bacalao. Bacalao con sorpresa. ¡Y qué sorpresa! ¡¡Un gambón argentino de calibre AAA!! Tras unos instantes de reflexión electoral, en los que nos debatimos entre la elección de devolver el plato y pedir una tortilla, separar el gambón y comernos el resto y devolver el plato pidiendo «bacalao con garbanzos Y YA», nos decantamos por la última opción. —Perdona, ¿recuerdas que te comenté si llevaba algo más aparte de garbanzos? Es que soy alérgico al marisco. Por eso te lo pregunté.
La cara de la mesonera fue muy expresiva, y se deshizo en disculpas. Tras hablar con la cocina, nos aseguró que prepararían un plato nuevo «desde cero», ya que en ese se había mezclado todo. Seguramente el cocinero debió preguntarse por qué narices hay clientes que rechazan gambones triple A —o como mierdas se calibren las cucarachas de mar—.
Ya con el plato reacondicionado en la mesa, nos dispusimos a probarlo. Y nos encontramos, de nuevo, con otra sorpresa. ¡Y qué nueva sorpresa! ¡¡El caldito de los garbanzos eran las sobras del fricandó!! ¡¡Seguramente del día anterior!!! Buenísimo, por cierto, con fibritas de carne y hasta un trozo de hueso de regalo.
Cuando vayan a comer fuera, en especial en los restaurantes de Atomarporsaco estén donde estén, no duden en avisar de sus restricciones alimenticias. Pero no sean imbéciles como nosotros. No pesquisen, indiquen. Sean asertivos: «Escolti, miri, jo és que no menjo ni paneroles de mar ni merdes». O mejor aún, sean más listos: eviten al máximo la interacción social, y pidan directamente el pollo con patatas. Nunca falla. Bueno, casi nunca…