“Señor, ahora deja marchar en paz a tu servidor, porque mis ojos han visto tu salvación”.
Con esta cita bíblica se despedía John Brown el 9 de marzo de 1859 de la familia de esclavos que había liberado en Missouri en el muelle que les llevaría a la libertad en Canadá. La operación había comenzado un 19 de diciembre de 1858 cuando Brown tuvo noticia de un esclavo que había huido de Missouri a Kansas para pedir ayuda porque iban a vender a toda su familia. Brown y sus hombres llevaron a cabo el rescate al día siguiente y tras unas semanas de ocultarse en Kansas y después cautelosamente viajar hacia el Este en unas condiciones invernales durísimas, Brown les dejaba en Detroit para que pasaran a Windsor, Canadá.
Esta acción, a pesar de la enorme repercusión que tuvo, no era en realidad el gran plan en el que Brown llevaba trabajando desde 1857. Había decidido que era necesario empezar una revuelta en el Sur que hiciera desmoronarse el sistema de la esclavitud.
Lo primero de todo era conseguir financiación y con la fama adquirida en Kansas Brown no tuvo ninguna dificultad en esto. Un grupo de seis adinerados abolicionistas que pasaría a ser conocido como los Seis Secretos, no dudó en proporcionar a Brown todo lo que pidiera y “sin hacer preguntas”. Otros abolicionistas hicieron sus aportaciones, algunos económicas, otros simple apoyo moral, como Henry David Thoreau.
El gran escollo era Frederick Douglass. A pesar de la simpatía y reconocimiento del trabajo de Brown, Douglass no podía entender que una acción violenta pudiera ser la solución y el temor a las represalias le hizo adoptar una postura totalmente contraria a los planes de Brown, hecho que tendría graves consecuencias como veremos más adelante.
A pesar de este sinsabor, John Brown comenzó a dar los pasos necesarios. Primero de todo la compra de armas, que discretamente se enviaron a Iowa. A continuación, la selección de las personas que participarían en la operación y su adiestramiento.
Pero esta revuelta no podía ser una acción militar sin más fines que los destructivos. Brown tenía intención de atacar el Sur y liberar un territorio en el que los esclavos podrían vivir libres y gobernarse a sí mismos, en base a una constitución. Para llevar a cabo esta parte del plan, Brown viajó en mayo de 1858 con sus seguidores a una ciudad muy especial donde conocería a otra figura clave del abolicionismo. La ciudad era Chatham, Ontario, Canadá y la personalidad era Harriet Tubman.
Chatham era una de las ciudades fronterizas canadienses que había acogido la gran multitud de esclavos fugados que se habían refugiado en Canadá tras la aprobación de la Ley de Esclavos Fugitivos. Entre sus residentes se encontraba Harriet Tubman, que al igual que Frederick Douglass, era una esclava que se había fugado y se había convertido en pieza clave del Ferrocarril Subterráneo, llevando a cabo numerosos viajes al Sur para llevar a esclavos a la libertad, a pesar del grave riesgo que corría si era capturada. En cambio, a diferencia de Douglass, Tubman estaba dispuesta a la acción directa y era la aliada perfecta para Brown gracias a las redes y contactos que tenía establecidos para sus expediciones de liberación.
Reunida la convención, el 10 de mayo de 1858 se adoptaba una constitución y se nombraba un gobierno provisional que se encargaría de tomar el control del territorio liberado por Brown. ¿Y cuál iba a ser ese territorio? A continuación, John Brown procedió a explicar su plan.
El objetivo era Harpers Ferry, Virginia. ¿Qué tenía de especial? Además de ser una ciudad fronteriza desde la que poder iniciar con facilidad un avance hacia el Sur, allí se encontraba un arsenal del Ejército de Estados Unidos que podía proporcionar cantidades ingentes de armas. El plan consistía en tomar el arsenal, anunciar la revuelta para que esclavos de la zona se unieran e ir avanzando por Virginia e incluso otros estados liberando más esclavos hasta causar un colapso total del sistema esclavista.
Con los planes tan avanzados, era necesario ponerse en marcha con rapidez, pero un contratiempo amenazó con dar al traste con todo. Un contratiempo llamado Hugh Forbes.
Hugh Forbes, un aventurero inglés que había luchado en las filas de Garibaldi, había sido contratado unos meses antes por John Brown para adiestrar a sus hombres y elaborar los planes que se concretaron en el ataque a Harpers Ferry. Las personalidades de Forbes y Brown no eran precisamente compatibles, así que en breve surgieron conflictos. Airado, Brown se negó a pagarle su sueldo a Forbes. Forbes a su vez amenazó con revelar los planes y empezó a enviar cartas anónimas a algunos senadores.
Ante este peligro y sobre todo el pánico de los Seis Secretos, que temían ser descubiertos, Brown no tuvo más remedio que posponer el ataque y actuar visiblemente lejos de Virginia para desacreditar a Forbes. De ahí la vuelta a Kansas, que a su vez llevaría a la operación de liberación de esclavos con la que iniciábamos el artículo.
Una vez terminada la operación, era el momento de volver a poner en marcha los planes. Mientras Brown recorría los Estados Unidos dando conferencias y obteniendo más apoyos y dinero, Tubman ponía en marcha sus contactos para obtener reclutas. Pero algo no funcionaba. Apenas nadie se ofrecía a participar y todo eran evasivas sin dar muchas explicaciones. ¿El motivo? Debido a las filtraciones de Forbes, los planes del ataque habían llegado a oídos de Douglass. Y aunque Douglass en ningún momento se planteó traicionar el plan, discretamente hizo todo lo posible para desanimar a quienes pudieran pensar unirse.
Llegado el verano, Brown solo contaba con unos veinte reclutas para un plan que requería centenares o incluso mil personas para tener éxito. Pero esto no iba a detener a John Brown. Tenía ya su Ejército Provisional de los Estados Unidos.
“Y el Señor dijo a Gedeón: El pueblo que está contigo es demasiado numeroso para que yo entregue a Madián en sus manos; no sea que Israel se vuelva orgulloso, diciendo: ‘Mi propia fortaleza me ha librado’.”
Jueces 7:2
Poco a poco reclutas y armas se fueron trasladando a las cercanías de Harpers Ferry, a una granja alquilada por Brown en Sandy Hook, Maryland: Kennedy Farm. Brown adoptó una identidad falsa, Isaac Smith, y se dejó la larga barba con la que ha acabado pasando a la Historia en la mayoría de retratos.
Entre los reclutas se encontraban tres de los hijos de Brown: Oliver, Watson y Owen y dos de sus hijas, Annie y Sarah. La misión de Annie y Sarah era tratar de dar una imagen de “normalidad” a la granja y evitar las sospechas que podía levantar un grupo de hombres solos, además de vigilar los alrededores.
Ignorando el sabotaje a sus planes hecho por Douglass, Brown le propuso encontrarse el 24 de agosto en Chambersburg, Pennsylvania. Allí, Brown expuso los planes del ataque e invitó a Douglass a unirse. Desconocemos si Douglass llegó a revelarle a Brown que sabía desde el principio lo que planeaba Brown, pero sí sabemos que se negó a unirse al ataque. En cambio, el acompañante de Douglass, Shields Green, un esclavo fugado, no dudó en unirse al grupo.
La noche del 16 de octubre de 1859 el Ejército Provisional de los Estados Unidos comenzó el ataque. Dejando en Kennedy Farm a Annie y Sarah, a Owen y dos hombres más para cubrir una posible retirada, John Brown y sus hombres se dirigieron a Harpers Ferry. Una vez allí, atacaron primero la casa del Coronel Lewis Washington, un sobrino-nieto de George Washington. Se llevaron al Coronel como rehén y dos esclavos de la casa se unieron al grupo. El siguiente objetivo, el arsenal.
El arsenal estaba escasamente defendido y tomarlo supuso una breve escaramuza. Los hombres de Brown cortaron los cables del telégrafo y pararon un tren que iba dirección a Washington. Pero aquí John Brown cometió el primer error. Dejó continuar al tren, así que en breve llegaron a la capital noticias del ataque.
En esta situación lo mejor habría sido que la banda de Brown hubiera cargado todas las armas posibles y se hubiera refugiado en los montes cercanos a Harpers Ferry. Pero Brown ordenó quedarse. Quizás esperaba que las noticias del ataque llegaran a las plantaciones cercanas y que una masa de esclavos se uniera a ellos para comenzar la revuelta. Quizás pensaba que la milicia local no sería gran cosa y habría tiempo de afianzar la posición.
Pero este fue el segundo error. La milicia local estaba bien entrenada, así que al amanecer del 17 de octubre el arsenal estaba rodeado. Una vez la milicia capturó el puente sobre el Potomac, ya no había vía de escape.
Combate tras combate, los hombres de Brown tuvieron que irse retirando de los diferentes edificios del arsenal. Finalmente hacia las 3 de la tarde se atrincheraron en la sala de máquinas y hubo varios intercambios de disparos.
Brown trató de negociar y envió a su hijo Watson y al abolicionista Aaron Dwight Stevens. La milicia no dudó en dispararles. Watson acabó herido de muerte y Stevens capturado. El tiroteo continuó y otro de los hijos de Brown, Oliver, acabó gravemente herido y murió.
Mientras tanto, el Gobierno también tenía que actuar, sobre todo ya que se había atacado una instalación federal. El Presidente Buchanan mandó enviar la unidad militar más cercana, una compañía de marines y puso al mando al oficial de alta graduación más cerca de la zona. Era un coronel de Virginia llamado Robert E. Lee. Los marines llegaron al atardecer y se decidió esperar a la mañana siguiente.
Al amanecer del 18 de octubre, Lee envió al teniente J.E.B. Stuart (que también se haría famoso durante la Guerra Civil) para intentar negociar una rendición. Brown se negó y se dio la orden de asaltar la sala de máquinas y de matar a los rebeldes. Los marines lograron tirar la puerta abajo y bayoneta calada se lanzaron sobre los hombres de Brown, matando o hiriendo de gravedad a casi todos. El teniente Greene se lanzó sobre John Brown con un sable de desfile, el único que había podido conseguir. El escaso filo del sable no consiguió hacer una gran herida y Greene se dedicó a golpear a Brown con el sable hasta que se rompió y Brown cayó inconsciente.
Durante el asalto tres de los hombres de Brown, Kagi, Leeman y Leary trataron de huir lanzándose al río Shenandoah. Una lluvia de balas detuvo la fuga. Kagi y Leeman murieron y Leary, gravemente herido, moriría días más tarde.
Suele haber toda una leyenda de un Viejo Sur de caballeros elegantes y delicadas damas, todos corteses y nobles, benévolos guardianes de sus esclavos. Esa leyenda dista mucho de la realidad y los habitantes de Harpers Ferry lo demostraron con creces. Primero de todo, se dedicaron a mutilar los cadáveres, en especial los de los negros. Alguien se llevó de trofeo las orejas de Dangerfield Newby, muerto al comienzo del ataque. Un todavía agonizante Jeremiah Anderson fue pateado y un granjero le escupió en la boca el tabaco que mascaba. Después se pusieron a colocar los cadáveres alternando colores, poniendo a Newby abrazando a Watson Brown como burla a “esa familia amante de los negros”. Cuando por fin se cansaron, se cavó una fosa común en el terreno del arsenal y se depositaron allí los cadáveres. Pero la ignominia aún no había acabado.
Con la difusión de las noticias del ataque, una multitud de curiosos se había acercado hasta Harpers Ferry, entre ellos varios alumnos de la Facultad de Medicina de Winchester. Al caer la noche, los estudiantes excavaron la fosa y se llevaron a la facultad los cuerpos de Jeremiah Anderson y Watson Brown. El esqueleto de Watson acabó convertido en una grotesca exhibición anatómica y el de Jeremiah fue diseccionado y después desechado.
Las noticias también llegaron con rapidez hasta Kennedy Farm. Owen, Annie y Sarah, junto con el resto de la retaguardia, se dieron a la fuga. La determinación y fuerza de Owen consiguieron esquivar a las autoridades y llevar a todos a lugar seguro.
Mientras tanto, John Brown yacía malherido, pero para desgracia del Estado de Virginia y del esclavismo, las heridas no eran mortales. Habría juicio y por tanto el asunto iba a adquirir mucha más relevancia de la deseada. Brown iba a hacer todo lo posible para que fuera así.
El 25 de octubre de 1859 se iniciaba en los juzgados de Charles Town, Virginia, el juicio del caso Virginia v. John Brown, en el que el acusado se enfrentaba a cargos de traición contra la Mancomunidad de Virginia, varios asesinatos en primer grado y de incitación a la insurrección entre los esclavos del Estado. El juicio como era de esperar estuvo repleto de irregularidades y se hizo con prisas. No se permitió a Brown disponer de sus abogados y se le asignó una defensa que no hizo grandes esfuerzos. Y aunque hubiera sido así, estaba claro que la sentencia ya estaba escrita antes del juicio. En solo cinco días terminó el juicio y tras 45 minutos de deliberación, se condenó a John Brown a la horca.
Tras el anuncio de la condena, se permitió a John Brown dirigirse al tribunal. Entre otras cosas dijo lo siguiente:
“Este tribunal reconoce, supongo, la validez de la ley de Dios. Veo que aquí se besa un libro que supongo es la Biblia, o al menos el Nuevo Testamento. Me enseña que todas las cosas que quiero que hagan conmigo los hombres, debería yo hacerlas con ellos. Me enseña también que debo recordar que estoy vinculado a ellos. Siempre me propuse actuar según esas instrucciones. Creo que la acción con la que he interferido, y que siempre he admitido libremente haberla hecho, la he hecho en nombre de Sus pobres despreciados y que no fue incorrecta, sino correcta. Si ahora se considera que es necesario que deje mi vida en aras de la justicia y que mezcle mi sangre con la sangre de mis hijos y la de los millones de este país esclavista cuyos derechos son despreciados por leyes viles, crueles e injustas, ¡que así sea!”
La fecha de la ejecución se fijó para el 2 de diciembre. Esto daba a Brown 40 días en los que seguir haciendo campaña. Con acceso libre a la prensa, concedió entrevista tras entrevista para exponer sus motivos e ideas. Los artículos fueron creando en el Norte cada vez más el convencimiento de que era un mártir.
Mientras tanto, sus amigos y seguidores hicieron todo lo posible para intentar conseguir parar la ejecución. En Concord, Massachussetts, Henry David Thoreau daba un discurso que acabaría convertido en un alegato que merece la pena leer y aprender palabra por palabra en estos tiempos de leyes que están por encima de la justicia.
“¿No es acaso posible que un individuo esté en lo cierto y un gobierno equivocado? ¿Se han de aplicar las leyes simplemente porque existen? ¿O declaradas buenas por un grupo de personas aunque no sean buenas?”
Brown por supuesto también dedicó tiempo a escribir numerosas cartas a sus hijos y a su mujer. John insistió en que Mary no viniera a verle, pero ella hizo caso omiso y el 1 de diciembre, acompañada de una comitiva de abolicionistas de Philadelphia, pasó las últimas horas con su marido. La propaganda del Sur habla de nuevo de un trato caballeroso y correcto a Mary Brown. La realidad es que al visitar Harpers Ferry para conocer el lugar de los hechos, fueron recibidos con insultos y tiros al aire.
El 2 de diciembre, tras escribir unas últimas cartas, John Brown fue llevado al lugar de su ejecución, escoltado por numerosos efectivos de la milicia debido al pánico a que la ejecución fuera el detonante de otra revuelta. Al salir de la cárcel, había entregado a un seguidor una nota con sus últimas palabras.
“Yo, John Brown, estoy completamente seguro de que los crímenes de esta tierra culpable nunca serán purgados si no es con sangre. Iluso de mi, creí que se podría hacer sin verter mucha sangre”.
Pocos días después serían ejecutados también otros dos hombres de Brown: Shields Green, el acompañante de Douglass que decidió al momento unirse a Brown y John Anthony Copeland. Sus cadáveres acabarían también diseccionados y destruidos en la Facultad de Medicina de Winchester.
El cuerpo de John Brown, que acabaría protagonizando la famosa canción, también acabó siendo polémico. Hubo propuestas de destruirlo o diseccionarlo. Finalmente la familia consiguió llevárselo y se hizo un velatorio público en Philadelphia. Después fue trasladado a una funeraria de Nueva York para prepararlo para el entierro. Allí se descubrió que el nudo de la horca seguía al cuello de Brown. A continuación fue llevado a la granja familiar en North Elba, donde se celebraría el funeral.
La ceremonia tuvo como elemento principal el himno favorito de John Brown: “Blow Ye the Trumpet, Blow”:
1. Blow ye the trumpet, blow!
The gladly solemn sound
let all the nations know,
to earth’s remotest bound:
Refrain:
The year of jubilee is come!
The year of jubilee is come!
Return, ye ransomed sinners, home.
2. Jesus, our great high priest,
hath full atonement made;
ye weary spirits, rest;
ye mournful souls, be glad:
(Refrain)
3. Extol the Lamb of God,
the all atoning Lamb;
redemption in his blood
throughout the world proclaim.
(Refrain)
4. Ye slaves of sin and hell,
your liberty receive,
and safe in Jesus dwell,
and blest in Jesus live:
(Refrain)
5. Ye who have sold for nought
your heritage above
shall have it back unbought,
the gift of Jesus’ love:
(Refrain)
6. The gospel trumpet hear,
the news of heavenly grace;
and saved from earth, appear
before your Savior’s face:
The year of jubilee is come!
The year of jubilee is come!
Return to your eternal home.
Después el cuerpo fue llevado a una tumba cavada junto a una gran roca que había en la propiedad y desde la que Brown con frecuencia había contemplado el paisaje y meditado.
La profecía de Brown no tardó ni un año en hacerse realidad. La elección en noviembre de 1860 del abolicionista Abraham Lincoln provocó en diciembre la secesión de Carolina del Sur, seguida del resto de Estados que formarían la Confederación. En abril de 1861 estallaba la guerra.
En mayo de 1862 las tropas de la Unión tomaban Winchester. Un médico del ejército puso a salvo los restos de Watson Brown y a continuación los soldados quemaron hasta los cimientos la facultad de Medicina. Nunca más volvió a abrir. Watson fue llevado a North Elba para ser enterrado con su padre.
J.E.B. Stuart, que se convertiría en el oficial de Caballería más famoso de la Guerra Civil, moría en 1864 en la batalla de Yellow Tavern.
Y finalmente, Robert E. Lee, que en 1859 había dirigido el asalto al arsenal de Harpers Ferry y despreciado a Brown como un fanático y un loco, tras una brillante carrera como general de la Confederación, el 9 de abril de 1865 se rendía en Appomattox al ejército de un país que había convertido en héroe nacional a quien seis años antes era un terrorista. La secesión acababa y con ella se extendía a todo el territorio la aplicación de la Decimotercera Enmienda y la liberación de los esclavos.
“Con la multitud de vuestras maldades y con la iniquidad de vuestras contrataciones profanasteis vuestro santuario; yo, pues, hice brotar fuego de entre vosotros, el cual os consumió, y os puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que os miran”.
Ezequiel 28:18