En 1977 el geólogo Peter Johnson estaba llevando a cabo una investigación en Martin Bay, Labrador, cuando encontró un objeto inusual: una estación meteorológica muy oxidada y dañada y que no estaba identificada en sus mapas.
Los aparatos estaban marcados como propiedad del Canadian Meteor Service. No conocía tampoco ese instituto meteorológico. Supuso que se trataba de alguna instalación militar, lo cual explicaría la falta de información, la marcó en el mapa y continuó con su trabajo, olvidando el asunto por completo. Johnson lo desconocía, pero había encontrado el lugar de la única incursión conocida en tierra hecha por los alemanes en Norteamérica en la Segunda Guerra Mundial.
La Batalla del Atlántico suele ser ignorada en las historias de la Segunda Guerra Mundial al carecer de las grandes batallas o acontecimientos ocurridos en Europa, pero fue uno de los elementos cruciales de la guerra al ser la vía de suministros de los Aliados. La información meteorológica en aguas tan complicadas era vital para las operaciones: para los Aliados para saber cuándo podían tener buenas condiciones de navegación. Para los alemanes también para poder predecir dónde podrían estar los convoyes aliados o dónde podrían contar con niebla o mal tiempo que permitiera a los submarinos ocultarse o huir.
En el Atlántico borrascas y anticiclones suelen desplazarse de oeste a este, con lo que la información de las estaciones meteorológicas en Norteamérica era la más importante. Los Aliados tenían la ventaja obvia en este aspecto. Los alemanes tenían que conseguir de alguna manera disponer de esa información. Los primeros intentos con aviones y submarinos eran demasiado imprecisos y arriesgados. Se necesitaba algo más sólido y continuado.
Los ingenieros de Siemens se pusieron manos a la obra y diseñaron la estación automática Wetter-Funkgerät Land. La estación consistía en diez cilindros, uno de ellos con instrumentos y el resto baterías de níquel-cadmio pensadas para durar seis meses, además de una antena para transmitir datos cada tres horas por la frecuencia de 3940 kHz.
Varias estaciones se instalaron en el Ártico y dos fueron destinadas para Norteamérica. El despliegue de la estación nº 26, apodada Kurt, fue asignado al submarino U-537, comandado por el capitán Peter Schrewe.
El 18 de septiembre de 1943 el U-537 zarpó de Kiel llevando a bordo la estación y a un meteorólogo, Kurt Sommermeyer y su asistente Walter Hildebrant. El viaje fue bastante aciago, pero no por las patrullas aliadas. El submarino se vio envuelto en una tormenta que provocó que golpeara un iceberg. El submarino perdió el cañón antiaéreo y sufrió daños en el casco. No solo no podía sumergirse, sino que si un avión patrulla lo veía, no podría responder.
A pesar de esto el U-537 continuó su misión. Por un golpe de suerte, el 22 de octubre conseguía llegar a las costas del Labrador sin haber sido detectado. Ahora comenzaba la búsqueda de un lugar adecuado para la estación: un lugar donde se pudieran hacer mediciones útiles pero suficientemente remoto para que no la encontraran los Aliados o una partida de caza inuit. El capitán Schrewe acabó decidiéndose por Martin Bay, en la punta norte del Labrador.
Nada más llegar la tripulación se puso manos a la obra y se dedicó a la instalación de la estación y a la reparación de los daños en el casco del submarino.
La instalación se completó en 28 horas y fue un éxito. La estación funcionaba según lo previsto. Para ayudar en el camuflaje de la operación, la tripulación dejó tirados por la zona paquetes de cigarrillos americanos vacíos. Con esto y los rótulos del ficticio “Canadian Meteor Service” los alemanes esperaban que si alguien encontraba la estación pensaría que se trataba de algún dispositivo aliado y que debido a la censura de guerra no se había comunicado a nadie su existencia.
Y lo cierto es que ya fuera por el camuflaje o por la remota ubicación, la estación no fue detectada y al acabar la guerra el proyecto quedó en el olvido. Como hemos visto Peter Johnson la encontró en 1977 pero cayó totalmente en la “trampa” de los alemanes y la ignoró.
Casualidades de la vida, por esas mismas fechas un ingeniero jubilado de Siemens que estaba escribiendo una historia de la empresa, Franz Selinger, dio en los archivos con los papeles de Sommermeyer. Cuando acabó su investigación en 1981 se puso en contacto con un historiador del Departamento de Defensa canadiense, W.A.B. Douglas. Douglas y su equipo se desplazaron a Martin Bay y allí encontraron a Kurt, convertida en chatarra pero con el mástil de radio aún en pie.
La estación fue desmantelada y restaurada y hoy en día se encuentra en el Museo Canadiense de la Guerra, en Ottawa.