Después de que hayas matado a los pretendientes en tu palacio con engaño o bien abiertamente con el agudo bronce, toma un bien fabricado remo y ponte en camino hasta que llegues a los hombres que no conocen el mar ni comen la comida sazonada con sal; tampoco conocen éstos naves de rojas proas ni remos fabricados a mano, que son alas para las naves.
Conque te voy a dar una señal manifiesta y no te pasará desapercibida: cuando un caminante te salga al encuentro y te diga que llevas una pala de aventar sobre tu espléndido hombro, clava en tierra el remo fabricado a mano y, realizando hermosos sacrificios al soberano Poseidón un carnero, un toro y un verraco semental de cerdas vuelve a casa y realiza sagradas hecatombes a los dioses inmortales, los que ocupan el ancho cielo, a todos por orden.
Y entonces te llegará la muerte fuera del mar, una muerte muy suave que te consuma agotado bajo la suave vejez.
Tengo sentimientos encontrados hacia las ediciones llamemos populares o juveniles de grandes clásicos. Por un lado veo su gran utilidad y el cómo han permitido que muchos conozcan grandes obras de la literatura. Por otro lado la eliminación de partes consideradas difíciles de entender o extensas con el fin de simplificar y acortar la obra hace que se pierdan pasajes muy valiosos. Y cuesta convencerse de leer la obra original “porque ya lo leí hace años en el colegio”.
Me ocurrió con El Quijote, que no leí completo hasta años después de acabar el colegio. Y así tardé años en descubrir esa sublime entrada del hidalgo a Barcelona, aclamado como una estrella o ese momento en el que Cervantes se “cuela” en su libro.
Me ha ocurrido con obras de Dickens, que poco a poco estoy leyendo en estos tiempos. Y me ha ocurrido con la Ilíada y la Odisea, que al leer completa me llevó a esta intrigante parte de la profecía de Tiresias con la que comienza el artículo.
Para situarnos: después de liberar a sus hombres del hechizo de Circe, ésta dice a Ulises que habrán de viajar al Hades para consultar al bardo Tiresias, que tenía el don de adivinar el futuro, para saber cómo volver a Ítaca. Así lo hacen, y Ulises, siguiendo las indicaciones de Circe para conseguir hablar con los muertos, recibe esta profecía de Tiresias que entre otras cosas le anuncia el final de sus aventuras.
No se vuelve a mencionar nada de esto hasta que casi al final de la Odisea Ulises se lo cuenta a Penélope:
…cuando un caminante, al encontrarse conmigo, diga que llevo una pala de aventar sobre mi ilustre hombro, me ordenó que en ese momento clavara en tierra el remo, ofreciera hermosos sacrificios al soberano Poseidón un cabrito, un toro y un verraco semental de cerdas, que volviera a casa y ofreciera sagradas hecatombes a los dioses inmortales, los que poseen el ancho cielo, a todos por orden.
El texto acaba poco después. Nunca vemos narrado este último viaje de Ulises y queda el misterio de su significado. ¿Qué simboliza este viaje? ¿Por qué esta transición del remo a una herramienta agrícola?
Adam Nicholson, en su obra The Mighty Dead: Why Homer Matters tiene una teoría al respecto. Según Nicholson, el texto elaborado en la Antigua Grecia proviene de historias y tradiciones mucho más antiguas, que remiten a la época anterior a las migraciones de los pueblos que acabarían instalándose en Grecia y que procedían de las estepas de Ucrania.
Este último viaje sería algo más que otra aventura. Sería un recordatorio de los orígenes. Ulises y los suyos ahora son griegos civilizados que tienen el mar como camino, pero no deben olvidar que antes fueron barbaroi de tierra adentro que desconocían el pontos atrygetos, el “mar no cosechable”.
Nicholson desgrana poco a poco diferentes aspectos de los dos poemas de Homero y el sustrato cultural sobre el que se construyen las historias mientras nos lleva a los escenarios de esas historias. Las estepas de Ucrania y los palacios minoicos; los petroglifos de Extremadura donde podemos ver a guerreros que exhiben, como los guerreros de la Ilíada lo que son y los que los hace poderosos: sus armas; el río Tinto y las primitivas minas de los alrededores que podrían haber sido escenarios inspiradores del Hades…
Algunos de los planteamientos de Nicholson pueden no parecer suficientemente rigurosos y seguramente han sido puestos en duda por la comunidad académica. Pero no es, a fin de cuentas, lo más importante del libro. Nicholson nos explica su visión y su pasión, la forma en la que ambos poemas le han inspirado y los momentos de su vida que le han hecho pensar en ellos.
Algunos tan propios de un aventurero como el momento en el que estuvo en peligro de naufragar con un velero. Otros escalofriantes, tanto por el hecho como por la manera descarnada en que Nicholson lo cuenta: el día que visitando Palmira un hombre le violó y temió que acto seguido le asesinara, tal y como podría haber hecho cualquiera de los guerreros de la Ilíada.
Y es que Nicholson, y el propio Homero, no idealizan en ningún momento a los protagonistas de la Ilíada y la Odisea ni los proponen como modelos de nada. Nicholson hace, por ejemplo, un paralelismo entre la Ilíada y una banda de matones que llegara a un barrio rico para hacerse con joyas y matar a placer.
Y nos hace reflexionar sobre el horror post-masacre de los pretendientes en la Odisea, cuando Ulises hace ahorcar incluso a las sirvientas que les ofrecieron alimentos, un momento que parece puesto por Homero para recordarnos de nuevo que Ulises, con toda su inteligencia y astucia, es en el fondo un matón sanguinario y que a Nicholson le recuerda a esas personas cultas, inteligentes y con estudios que no dudaron durante la Shoah a la hora de cometer atrocidades.
No quiero de todas maneras terminar con un tono tan pesimista. Quiero dejaros con otro fragmento del final de la Odisea que es quizás el de mayor ternura. Ulises ya está en casa, los pretendientes han muerto y se preparan en la casa para pasar la noche.
Pero Penélope se mantiene distante. Decide poner a prueba a Ulises y pide a una sirvienta que saque la cama de su habitación y la prepare en el patio de la casa. Esto es imposible, ya que la cama la construyó el propio Ulises usando como primer pilar el tronco de un olivo que cortó al construir la casa.
No se trata simplemente de si es o no verdaderamente Ulises quien Penélope tiene ante sí. La otra gran cuestión es si tiene ante si a su marido. Han pasado años separados. Penélope aún no conoce las aventuras que ha vivido, pero puede intuir que ha estado con otras mujeres, que las circunstancias pueden haber cambiado su carácter.
Ulises ha vuelto a casa, pero ¿ha vuelto para ella? ¿Quiere construir una nueva cama, una nueva vida, o quiere seguir aferrado al tronco que sirvió de base para construir su vida juntos? La respuesta de Ulises no deja ninguna duda:
¡Oh mujer! En verdad que me da gran pena lo que has dicho. ¿Quién me habrá trasladado el lecho? Difícil le fuera hasta al más hábil, si no viniese un dios a cambiarlo fácilmente de sitio; mas ninguno de los mortales que hoy viven, ni aun de los más jóvenes, lo movería con facilidad, pues hay una gran señal en el labrado lecho que hice yo mismo y no otro alguno.
Creció dentro del patio un olivo de alargadas hojas, robusto y floreciente, que tenía el grosor de una columna. En torno suyo labré las paredes de mi cámara, empleando multitud de piedras, la cubrí con excelente techo y la cerré con puertas sólidas firmemente ajustadas. Después corté el ramaje de aquel olivo de alargadas hojas; pulí con el bronce su tronco desde la raíz, haciéndolo diestra y hábilmente; lo enderecé por medio de un nivel para convertirlo en pie de la cama, y lo taladré todo con un barreno.
Comenzando por este pie, fui haciendo y pulimentando la cama hasta terminarla, la adorné con oro, plata y marfil, y extendí en su parte interior unas vistosas correas de piel de buey, teñidas de púrpura. Tal es la señal que te doy; pero ignoro, oh mujer, si mi lecho sigue incólume o ya lo trasladó alguno, habiendo cortado el pie de olivo”.
Penélope sintió desfallecer sus rodillas y su corazón, al reconocer las señales que Odiseo daba con tal certidumbre. Al punto corrió a su encuentro, derramando lágrimas, echóle los brazos alrededor del cuello, le besó en la cabeza (…) y Odiseo lloraba, abrazado a su dulce y honesta esposa.
Así como la tierra aparece grata a los que vienen nadando porque Poseidón les hundió en el ponto la bien construida embarcación, haciéndola juguete del viento y del gran oleaje; y unos pocos, que consiguieron salir nadando del espumoso mar al continente, lleno el cuerpo de sarro, pisan la tierra muy alegres porque se ven libres de aquel infortunio: pues de igual manera le era agradable a Penélope la vista del esposo y no le quitaba del cuello los níveos brazos.