El 9 de noviembre de 1938 un agitado Adolf Hitler abandonaba la cena conmemorativa del putsch de 1923 sin dar su habitual discurso. Acababa de enterarse de la muerte del diplomático vom Rath por las heridas sufridas en un atentado cometido por el joven judío Sendel Grynszpan. En su lugar tomó la palabra Goebbels, que dijo las siguientes palabras:
“El Führer ha decidido que el partido no organizará manifestaciones, pero si surgen espontáneamente, no se deberán frenar”.
Todo era en realidad un plan organizado desde hacía meses y que solo necesitaba un pretexto para atacar de manera violenta a la comunidad judía y dar otra vuelta de tuerca más a la presión ejercida: la Kristallnacht. Durante toda la noche se sucedieron los saqueos e incendios de propiedades y negocios judíos, además de sinagogas y los ataques, palizas y detenciones de judíos, con un saldo final de varios centenares de muertos.
El apartado oasis de Finkenkrug no se libró de esta violencia. La casa de los Kolmar también fue asaltada y Ludwig Chodziesner estuvo detenido cuatro días. Ni Gertrud ni nadie de la familia dejaron nada por escrito sobre lo sucedido por miedo, pero podemos imaginar que la casa debió quedar arrasada y que padre e hija fueron sin duda insultados y agredidos.
Pocos días después se aprobaba la Ley de Compensación, por la que se hizo pagar a los judíos los daños de la Kristallnacht con una quinta parte de la renta de cada uno. Se reclamó el impuesto incluso a los que habían huido al extranjero y muchos pagaron por miedo. Asimismo se prohibió a los judíos visitar museos, parques y salas de conciertos o utilizar algunas avenidas o paseos de las grandes ciudades, como Unter den Linden en Berlín.
El 24 de noviembre de 1938 Gertrud escribía a su hermana Hilde:
“Ayer vendimos nuestra casa”.
Esta breve frase destinada a evitar la censura ocultaba que se habían visto obligados a venderla por la prohibición de tener propiedades. Las siguientes semanas Gertrud estuvo ocupada empaquetando bienes para la mudanza y vendiendo o regalando lo que no entraba en su futura residencia, un apartamento en Speyererstrasse, 10. Era un barrio agradable, pero estaba lejos de la naturaleza y por supuesto no tenía el amplio jardín que tanta calma y felicidad había aportado a la familia.
La crueldad nazi llegaba hasta lo más absurdo y retorcido y otra medida prohibió la posesión de mascotas a los judíos. Y así, tras perder la casa y el jardín, Gertrud tuvo además que entregar a una vecina a Flora, su amada borzoi.
Y así Gertrud y su padre trataron de nuevo de iniciar sus vidas en un entorno urbano que les era ajeno. Gertrud contaba a Hilde la experiencia en una de sus cartas más memorables:
“Anteayer fui por calles que aún no conozco bien. Me sorprendí a mi misma al ver que en contra de lo que es habitual en mi, no estaba mirando las casas, las tiendas o a la gente. ‘Tienes que prestar atención’, me dije. Muy bien. Ni cinco minutos después dejé otra vez de mirar. Mi vista se había girado hacia el interior”.
Este refugio interior es el que daba fuerzas a seguir adelante a Gertrud a pesar de las humillaciones y las agresiones. 1939 se iniciaba con otra ley más que obligaba a entregar todos los objetos de valor en posesión de judíos: oro, joyas, platino… a cambio de un precio irrisorio, recibiendo los pagos en cuentas de depósito totalmente inaccesibles.
Mientras tanto, Georg, el hermano de Gertrud, fue expulsado de la oficina de patentes en la que llevaba años trabajando. Decidido a salir del país, solicitó visados a Chile para él, su mujer Thea y su hijo. Los visados de Thea y el niño se tramitaron con rapidez, pero el de Georg no. No queriendo retrasar más el viaje, Thea partió con el niño a Chile y Georg marchó a Inglaterra a esperar su visado.
La familia comenzó a tener problemas económicos, así que Gertrud decidió alquilar una habitación del apartamento. La inquilina era una mujer mayor que no podía pagar el alquiler así que se ofreció a “ayudar” con la casa. Y decimos “ayudar” porque apenas sabía hacer nada y además atormentaba a Gertrud con continuas preguntas y conversaciones banales. Gertrud no se vio con ánimos de echarla y como siempre, de la adversidad sacó virtud: esta inquilina inspiraría el monólogo “Señora amueblada (con derecho a cocina) a cambio de ayuda en las tareas del hogar”:
“Sí, ya tengo noticias de Inglaterra. Mi amiga quería buscarme allí un puesto de limpiadora. Pero ahora me dice que sería muy difícil… Pero con mi corazón, el trabajo duro está fuera de toda posibilidad. Por ejemplo, hacer camas inglesas es terriblemente agotador, por el ancho de las camas… ¿Pero cuándo voy a aprender inglés? No tengo tiempo… Ah, tengo dos patatas cocidas de anteayer. ¿Las quiere? Si no las tiraré… Y pensar que fui contable, la responsable de oficina de una gran empresa, ¡la mano derecha del director!… Por cierto, ¿necesita hoy su bol grande?…”
El 1 de septiembre de 1939 estallaba la Segunda Guerra Mundial. Gertrud no podía contar a Hilde lo que ocurría en sus cartas, pero al menos tenía el alivio de hablarle de las cosas cotidianas. Y el placer de escribirle cartas a Sabine:
“Me sentaría en la burbuja de jabón, que es como estar en una gran bola de cristal, y flotaría sobre las montañas, valles, ríos, ciudades y pueblos. Estarían todos muy, muy abajo y las casas parecerían de juguete. Y volaría sobre los campos hasta encontrarme unas altas montañas, así que mi burbuja tendría que subir para no chocar. ¿Y qué montañas son? Creo que son los Alpes y esto es Suiza. Y de repente veo una gran ciudad entre las montañas. Y cuando aprieto un poco el fondo de la burbuja, desciende, cada vez más abajo, hasta que planea sobre los tejados y llega a una calle tocando el suelo con suavidad. Mientras flotaba, había visto un cartel que decía que era la Landoltstrasse. No miro a mi alrededor sino que me voy directa a la casa frente a la que he aterrizado y llamo al timbre. Y una chica alta abre la puerta y pregunto: ‘¿Sabes si la Sra. Hilde Wenzel y Sabine Wenzel viven aquí?’ ‘Yo soy Sabine Wenzel’.”
El estallido de la guerra complicó el destino de Georg Chodziesner. Al encontrarse en Inglaterra, fue al igual que el resto de alemanes allí presentes internado como “ciudadano enemigo”, junto a otros refugiados pero también junto a militantes nazis y los primeros prisioneros de guerra. Semanas después él y otros cientos de alemanes fueron embarcados en el Dunera, un barco que les debería haber llevado a Canadá pero finalmente hizo el viaje hasta Australia en unas condiciones pésimas y denigrantes. En Australia afortunadamente el trato fue mucho mejor. Georg intentó repetidas veces conseguir viajar a Chile para reunirse con su familia sin éxito. Nunca más vería a su mujer Thea, que falleció en 1942. Georg terminó alistándose en el ejército australiano y en 1945 logró por fin reunirse con su hijo.
En diciembre de 1939 Gertrud consiguió cerrar un capítulo de su vida, yendo a Ludwigshafen a visitar a Karl Josef Keller. El gran esfuerzo y complicación de viajar por una Alemania en guerra solo tuvo como resultado verle un cuarto de hora y entregarle toda su correspondencia, con el amargo añadido de descubrir que dos años antes Karl se había casado sin decirle nada a Gertrud.
Y poco antes de la Navidad de 1939 Gertrud iniciaría la que acabaría siendo su última obra, la novela Susanna, finalizada en febrero de 1940. Es la historia de una institutriz que cuida de una chica con problemas mentales, que vive en su propio mundo y con su propio lenguaje. Es una novela breve, que deja con ganas de más y con un abrupto final. Pero en la obra de Gertrud Kolmar siempre hay algo más allá de la apariencia, y lo que parece un breve cuento es quizás más bien una narración sobre la propia Gertrud y sus dos personas: la institutriz Chodziesner, la mujer seria y discreta, la del mundo real; y la escritora Kolmar, la poetisa que vive en sus Mundos, en su lenguaje apartado del nuestro, la Susanna que está más allá de nuestra vida y que es propietaria de un borzoi.
La literatura se convirtió en el refugio de Gertrud para mantener la cordura en la Alemania en guerra. Así, en una carta a Hilde le pide que corrija uno de los poemas que le había enviado y que cambie una “i” por una “ü”, ya que una sola letra cambia todo el sentido de un verso y del poema y bromea con evitar que los estudiosos del futuro abran un debate sobre si es correcto el “manuscrito suizo” o “la copia de Berlín”.
En 1940 se aprobaba la Ley de asignación de inquilinos, por la que se obligaba a aceptar inquilinos judíos en el piso. La idea nazi era concentrarlos y facilitar acciones y redadas. Los Chodziesner tuvieron suerte con los inquilinos asignados, gente agradable y colaboradora, pero Ludwig Chodziesner sufrió una tranformación, quizás debida a la edad, a una demencia senil, a las circustancias o a todo junto. De repente, de ser una persona reservada y discreta como Gertrud, pasó a ser una persona muy sociable, que requería continuamente ompañía y escuchar los cotilleos de los inquilinos. La silenciosa unión de carácter y mente entre padre e hija quedó así rota. Tras años de sufrir y aguantar, Gertrud finalmente se hundió. Hasta ahora su padre había sido la razón de ser de tanto sufrimiento, pero Ludwig había dejado de ser el padre que conocía.
En el verano de 1941 Gertrud fue reclutada para trabajar en una fábrica de cartón en el distrito de Lichtenberg. Sorprendentemente el trabajo le gustó y estaba satisfecha. Dentro de lo que cabe no era un trabajo demasiado pesado y además le permitía alejarse del piso, de los inquilinos y del padre que había dejado de ser su padre.
Durante este periodo de tiempo Hilde Benjamin visitó todas las veces que pudo a su prima y su tío. En una carta plasmó sus impresiones sobre Gertrud:
“Si intentara explicar el carácter de Gertrud, diría que el muro tras el que vivía Gertrud no solo era imperceptible y peculiar; mostraba una gran calma y una inquietud solo interior. Parecía un carácter oscuro, pero no melancólico. Los colores que le rodeaban eran oscuros y cálidos. Era seria pero con solo una ligera amargura. Daba una impresión de ser fría pero no distante. Quizás solo se pueda intuir cómo era a partir de los matices de estas disparidades”.
Otro de los visitantes de los Chodziesner de este periodo fue Peter Wenzel. Aparte de dedicarse a recoger manuscritos para ponerlos a salvo, Peter organizó un intento de sacar a Gertrud y su padre de Alemania vía Suiza. No se decidieron a llevarlo a cabo.
El extraño oasis en el que se había convertido la fábrica de cartón para Gertrud se volvió aún más especial a finales de 1941 al iniciar un romance con un joven de 22 años de la fábrica. Fue una relación que seguramente nunca habría tenido lugar en circunstancias normales, pero hubo un entendimiento mutuo y la relación duró unos meses hasta que tuvo un final abrupto, al parecer por las cartas de Gertrud por una ruptura iniciada por el joven. Fue una relación en la fábrica y Gertrud mostró en todo momento en las cartas a Hilde una actitud descreída, calificándola de “una noveleta de amor de tres al cuarto”. Pero por mucho que tratara de disimular, Gertrud fue verdaderamente feliz.
En junio de 1942 llegaron duras noticias vía Hilde. Margot, la hermana que había huido a Australia, había muerto de problemas de corazón.
Y en septiembre de 1942 se exigió a Ludwig Chodziesner hacer una declaración de bienes. Era el primer paso para su deportación. Se obligó al padre a vender todos los bienes, el dinero obtenido fue ingresado en una cuenta de las SS y el 3 de octubre fue enviado al campo de Theresienstadt en el Tren Da 523, el tercer “gran transporte de ancianos”. En una carta a Hilde, Gertrud empezó a utilizar palabras en clave acordadas antes de la marcha de Hilde y para hablar de ella y su padre comenzó a hablar de “Käthe” (el segundo nombre de Gertrud) y “su exmarido”:
“Aparte de la visita de Hilde B. y de mi visita a Käthe, he vivido entre mis cuatro paredes ‘solitaria pero no sola’. Käthe siempre se alegra cuando viene alguien con quien poder hablar de su ex-marido, ya que siempre piensa en él. Él no le escribe, posiblemente para que su separación no le haga más daño a ella, y como eras amigo suyo, me ha preguntado Käthe si aún le escribes. Sin duda esperaba tener noticias de él por esta vía. Pero por desgracia no pude darle ninguna información…”.
El 15 de diciembre de 1942 escribía a Hilde:
“Así que aceptaré mi destino, aunque sea alto como una torre, aunque sea negro y sofocante como una nube. Aunque aún no lo he visto, lo he aceptado de antemano, me he enfrentado a él de antemano y sé que no me aplastará, no me cogerá demasiado débil. ¿Cuántos que se vinieron abajo nada más ver un destino demasiado grande para ellos se han preguntado si se merecían algún tipo de castigo, si tenían que purgar un pecado de alguna manera? Mi conducta y actitud no fue peor que la de otras mujeres. Pero sabía que no había vivido como debía y siempre estuve dispuesta a aceptar las consecuencias. Y aceptaré el sufrimiento que me venga encima y quizás lo acepte como mi penitencia y lo considere justo”.
En febrero de 1943 las autoridades notificaron la muerte de Ludwig Chodziesner en Theresiendstat. En las cartas de Gertrud no hay ninguna mención, así que quizás las noticias nunca le llegaron.
El 21 de febrero de 1943 Hilde recibió la última carta de Gertrud:
“Dices que de vez en cuando sientes un fuerte impulso de escribir. Yo también. A veces pienso que a pesar del trabajo, las presiones por falta de tiempo, la ansiedad y la fatiga, puedo empezar. Pero en los últimos días cuando algo empieza a tomar forma se desvanece. Escribí mi última obra, una historia, hace justo un año y creo ahora que si consigue tomar forma, escribiré otra obra de ficción”.
A primeros de marzo de 1943 Peter Wenzel haría la visita al apartamento que narramos al principio de estos artículos y en la que se encontró el piso vacío. Ahora sabemos que el 1 de marzo de 1943 Gertrud Kolmar y el resto de los habitantes del piso fueron detenidos. El 2 de marzo Gertrud fue enviada a Auschwitz desde la estación de Moabit en el 32º Transporte al Este. El tren llegó a Auschwitz el 3. A partir de aquí se pierde el rastro. No quedó ningún registro. Quizás fue seleccionada para el exterminio nada más llegar, quizás fue seleccionada para trabajar y murió semanas o meses después.
Los mundos de Gertrud Kolmar fueron convertidos en cenizas. Pero gracias a la diligente labor de familiares y amigos, sus obras sobrevivieron al nazismo. Hoy en día la Gertrud Kolmar strasse de Berlín atraviesa el lugar donde estaba la Cancillería del Reich y pasa sobre el búnker de Hitler. El nombre de Gertrud Kolmar pasa por encima del lugar donde creció y fue destruido el poder del nazismo.
Cuando muera mi nombre flotará
Durante un breve tiempo sobre el mundo.
Cuando muera, quizás aún
Se me podrá encontrar por vallas en campos.
Pero pronto me perderé
Como agua que fluye de una desgastada jarra,
Como el tesoro secretamente perdido de las hadas
Una pequeña nube de humo de un tren a toda marcha.
Cuando muera mi corazón y mi espalda se desharán,
Lo que me sostuvo y me mantuvo dando pasos,
Y solo mis manos abiertas y silenciosas,
Ajenas, están junto a mi.
Y en torno a mi frente será
Como antes del amanecer, cuando la boca de una cueva captura las estrellas
Y en el manto de la sombra de piedra de la luz
Pliegues gigantes cuelgan una bufanda gris.
Cuando muera tan solo quiero descansar,
Con mi rostro vuelto al interior,
Si el niño ha visto demasiado,
Y después dormir tranquila y profundamente,
Cuando temblando me presente
Como lo que fui: una luz cerosa
Que guardaba el segundo mundo.