Hace exactamente cien años, el 11 de noviembre de 1918 a las 11:00 entraba en vigor el armisticio entre los Aliados y las Potencias Centrales que ponía fin a la Primera Guerra Mundial. Estaba lejos de ser una paz verdadera. Decenas de conflictos derivados destruirían durante bastantes más años las vidas y propiedades de millones de personas. Occidente consiguió al menos una cierta paz. Llegaba el momento de la reconstrucción y de honrar a los muertos en diversos cementerios y monumentos.
Muchas veces me han preguntado por qué me dedico a visitar esos cementerios. Pero la pregunta no es la correcta. No es el por qué los visito. Sino por quién los visito.
Por ejemplo, por el Capitán Martin.
Os conté su historia en l’Endavant
O por ejemplo, por el soldado Small, muerto con 19 años también en el primer día del Somme. “Iremos con él, pero él no volverá a nosotros”.
La historia del Regimiento de Terranova es otra historia de heroicidad y tragedia. Un buen día de 1914 atracó en Inglaterra un barco venido de Terranova fletado por sus propios ocupantes, que venían dispuestos a alistarse voluntarios. Nadie les esperaba. En la llamada a filas lanzada desde el Reino Unido a todos los territorios y colonias, nadie había pensado en Terranova, con su escasa población. Pero una vez allí, nadie podía decirles que no. Una vez proporcionado el material y adiestrados, el Regimiento intervino en la campaña de Gallipolli y en 1916 fue trasladado al Somme en el sector de Beaumont-Hamel.
Cuando el 1 de julio de 1916 a las 8:45 el Regimiento recibió la orden de avanzar, se encontraron con las trincheras que comunicaban con el frente totalmente colapsadas por muertos y heridos. Como solución el teniente coronel al mando dio orden de avanzar por el campo de batalla directamente, sin protección. En el momento en el que lo hicieron eran las únicas tropas avanzando en el sector, con lo que las tropas alemanas del otro lado se emplearon a fondo con ellos. En 15 minutos 658 de los 780 hombres que avanzaron estaban muertos o heridos. Y así, jóvenes como el soldado Warford, 22 años, nunca más vieron a sus madres.
Y también voy a estos lugares por todos aquellos soldados italianos que se sacrificaron inútilmente en el Monte Ortigara…
…o por los que lo hicieron en el Castelletto
O por soldados como Ludwig Weissmann, que dio su vida por un país que treinta años después envió a sus parientes a la cámara de gas por el mero hecho de ser judíos.
Por los miles y miles que se sacrificaron en Ypres en 1917, muriendo bajo el fuego enemigo o ahogados en el barro.
También por todos aquellos que ni siquiera se sabe quiénes son.
Y por aquellos que no solo vieron sus países colonizados, sino que además tuvieron que luchar en guerras que no eran suyas.
O por los que hicieron los trabajos que no quería hacer nadie, tratados como gente de segunda. Como los trabajadores del Chinese Labour Corps.
Cuando el Ejército Británico empezó a tener una grave escasez de efectivos, se recurrió a contratar trabajadores en China para hacer todo tipo de tareas en el Frente Occidental: cavar trincheras, cocinar, lavar ropa, construir carreteras, cargar y descargar materiales… Se les mantenía en campamentos separados de los soldados y con prohibición de visitar las poblaciones de alrededor o mantener cualquier tipo de contacto con la población francesa y belga. Muchos continuaron allí durante los meses de la posguerra realizando tareas de reconstrucción. Y buena parte de ellos nunca volvió a sus hogares porque la epidemia de gripe española se los llevó por delante. Están enterrados en diversos cementerios construidos con estilo supuestamente oriental y muchas veces con caracteres incorrectos en sus nombres por errores en la transcripción. Uno de estos cementerios está en Noyelles-sur-mer, Francia.
En definitiva, por todos aquellos que poco a poco ya no son más que una lápida o una foto que amarillea y se descompone o un nombre recordado en los encuentros familiares. Por todos aquellos que se van quedando sin nadie que los recuerde. Por todos aquellos que se desvanecen de nuestra memoria.