Un 3 de mayo de 1771 nacía en Harold’s Cross, hoy un suburbio de Dublín, James Spratt. Viniendo de familia de tradición marinera, James se alistó en 1796 en la Royal Navy y su carrera le acabó llevando a ser subteniente del HMS Defiance durante la Batalla de Trafalgar.
El Defiance no tuvo un papel muy activo en los combates de Trafalgar. Avanzada la batalla, vieron a la deriva un barco francés, L’Aigle, muy dañado por el HMS Bellerophon, y se decidió intentar abordarlo. Como subteniente, James Spratt se puso a organizar la partida de abordaje, pero en los combates habían quedado destruidos los botes. Pero eso no iba a frenar a Spratt, que en la borda gritó a sus marineros que le siguieran, cogió el sable entre los dientes y se lanzó al mar.
Spratt nadó hasta L’Aigle y subió a la popa del barco escalando las cadenas del timón. Miró atrás y… sus hombres no le habían seguido. Miró adelante y… tenía ante sí a decenas de tripulantes de L’Aigle. Volver al agua no era tampoco una opción para Spratt, así que sable en mano se lanzó al combate. En la lucha mató a dos marineros y cuando estaba agarrado a un tercero, ambos cayeron de la cubierta de popa a la principal, con el desafortunado marinero francés debajo. El francés se rompió el cuello y Spratt no se hizo nada. Abriéndose paso sable en mano hasta el mástil principal, consiguió arriar la bandera y justo después recibió un balazo en la pierna.
Mientras tanto, tras unos minutos de no dar crédito a lo que estaban viendo, los marineros del Defiance reaccionaron y abordaron L’Aigle justo a tiempo para salvar a Spratt. Trasladado a su barco, el cirujano examinó su pierna y decidió que había que amputarla. Spratt se negó y a pesar de meses de sufrimiento consiguió salvar la pierna, que de todas maneras quedó 3 centímetros más corta. Tuvo que ser declarado no apto para el servicio y así terminó su breve pero fulgurante carrera en la Royal Navy.
No sabemos si a Spratt alguno lo llamó loco al saltar por la borda. Seguramente ninguno le dijo que había que negociar con los marineros de L’Aigle y estamos bastante seguros de que ningún periodista se puso a examinar si la caída por la borda en la que murió un marinero francés fue crimen de guerra. Quizás alguno se puso a analizar si se había llegado a Trafalgar por intolerables provocaciones inglesas o quizás porque las casas inglesas tenían césped verde y las francesas no.
A veces nos quedamos solos ante el mundo. Todos a nuestro alrededor nos dicen que nos equivocamos, que lo que hacemos es una locura, que no es la manera, que seguro que hay una solución mejor. Muchas veces son gente que no tiene nuestro valor, que no tiene nuestros conocimientos o que en realidad nos desean ver fracasar. Así que a veces no queda más remedio que ponerse el sable entre los dientes y nadar, confiando en que algunos por fin verán la luz y reaccionarán a tiempo. Que así sea y que todos vean la luz aunque aún tenga que pasar un largo invierno.