El 6 de octubre de 1973 Israel estaba inmerso en el silencio y la calma del Día de Yom Kippur. Zvi Greengold, alias Zvika, teniente del Ejército de Israel de 21 años y residente en el kibbutz Lohamey HaGetaot estaba en su casa con un permiso de dos semanas, previo a hacer el curso de comandante de compañía de carros de combate.
A primera hora de la tarde notó algo inusual: el ruido de cazas israelíes. Teniendo en cuenta lo estrictamente que se respetaba la festividad, era señal de que algo muy grave estaba pasando. Se puso el uniforme, corrió a la calle e hizo autoestop para que le llevaran a la base más cercana.
Allí le confirmaron sus temores. Siria y Egipto estaban lanzando un ataque conjunto y cinco divisiones de tanques sirios avanzaban por los Altos del Golán. Eran tanques T-55 y T-62 equipados con tecnología soviética a la última (incluidos visores de infrarrojos para operar de noche), protegidos por sistemas antiaéreos y unidades de artillería y acompañados de asesores soviéticos. Los sirios tenían delante unos 180 tanques israelíes, casi todos Centurion ingleses diseñados poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial, aunque profundamente modificados y mejorados por los israelíes.
Los israelíes también contaban con una ventaja: los Altos son fácilmente defendibles. Los sectores sur y centro no son difíciles para los tanques, por lo que los israelíes habían construido una enorme zanja. El sector norte, más montañoso, requiere el uso de carreteras para poder avanzar. Pero por defendible que sea un terreno, requiere defensores, e Israel no estaba sobrado de efectivos en ese momento.
Una valiente resistencia frenó inicialmente el acceso a la zanja antitanque causando terribles bajas a los sirios pero no pudo impedir que finalmente consiguieran franquearla. En el sector central-norte, el siguiente objetivo era la Carretera Tapline, que atraviesa en diagonal el norte de los Altos siguiendo un oleoducto que iba de Arabia Saudí a Líbano. Siguiendo esta carretera se llegaba a la base de Nafakh, el cuartel general de la Brigada Barak del coronel Ben Shoham. A partir de Nafakh los sirios disponían de una carretera que daba fácil acceso al norte de Israel. Había que defender Nafakh a toda costa.
Greengold se desplazó a Nafakh. El panorama era desolador. Más que una base, se había convertido en un hospital de campaña. Se puso a ayudar a atender a los heridos y le comunicaron que en breve llegarían dos tanques averiados y que se los asignarían. Poco después hacían su entrada en la base los maltrechos Centurion, aun con cuerpos de sus tripulantes dentro. Zvika ayudó a repararlos y a ponerlos a punto en lo posible.
No había tiempo para ajustar la mira del cañón o hacer demasiados preparativos. Mientras el sol caía, el teniente coronel Yisraeli, vicecomandante de la Brigada Barak, se acercó a los tanques y se dirigió a Greengold: «estos son tus tanques. Desde ahora seréis la Fuerza Zvika. Avanzad por la Tapline». A las 21 horas, la Fuerza Zvika se ponía en marcha. Comenzaban 20 horas que pasarían a la Historia.
Zvika se encontraba ante una desventaja abrumadora. Por lo pronto, una relación de 50 a 1 entre las fuerzas sirias y sus dos tanques. Además, como hemos dicho, los T-55 y T-62 contaban con visores de infrarrojos para operar de noche, mientras que los Centurion israelíes no. No quedaba más que aguzar la vista y acercarse mucho a los tanques sirios para poder acertarles. Con todo, al menos no había que temer demasiado los misiles antitanque Sagger ya que el terreno no facilitaba usarlos, a diferencia de en el Sinaí, donde en los días siguientes estos misiles harían estragos.
Greengold tenía claro que cumplir la orden de avanzar sin más era suicida. Buscó un lugar en el que emboscarse. A las 21:20 tuvo el primer encuentro con un tanque sirio. Disparo. Explosión y un enorme estallido de luz. El tanque sirio quedó destruido. Tras indicarle al comandante del otro tanque que le siguiera continuaron avanzando, pero perdieron el contacto. Zvika y su tripulación estaban solos.
Al llegar a una cima hubo un nuevo encuentro con los sirios. Tres tanques avanzando con todas las luces encendidas, seguramente para poder ir más rápido, convencidos de que nadie se interpondría en su camino. Tres disparos y tres tanques destruidos.
Tras establecer otra posición de emboscada, Zvika esperó. Media hora más tarde aparecía una columna de 30 tanques y camiones en formación, como si estuvieran desfilando. 500 metros. Espera. 200 metros. Espera. 100 metros. 20 metros. Disparo al primer tanque de la columna. Caos absoluto mientras Greengold se movía, disparaba, volvía a moverse, volvía a disparar. 10 tanques sirios acabaron destruidos en pocos minutos y la columna, presa del pánico pensando que se enfrentaba a una fuerza muy superior, acabó dando la vuelta.
Afortunadamente, el tanque perdido reapareció y en las siguientes horas la Fuerza Zvika siguió el mismo patrón: moverse, emboscarse, disparar, manteniendo una confusión total entre las fuerzas sirias e incluso entre la mayor parte de las fuerzas israelíes de la zona, que no sabían que la Fuerza Zvika consistía en nada más que dos tanques medio averiados. Por la radio los mandos de la Brigada Barak pedían informes, a los que Zvika simplemente respondía: “mi situación no es buena, sigo combatiendo”. Temiendo que los sirios pudieran escuchar sus emisiones de radio, no se atrevía a revelar que no tenía más que dos tanques.
Poco a poco, en un goteo lento pero seguro, iban llegando refuerzos. La Fuerza Zvika llegó casi a duplicarse (es decir, recibió un tanque más). Los sirios sin embargo estaban empezando a recuperar el temple. En plena preparación de otra emboscada, los tres tanques de Greengold recibieron un ataque. Envueltos en llamas, Zvika y su tripulación consiguieron salir del tanque, heridos y con la ropa ardiendo.
Zvika se acercó a otro grupo de tanques cercano para tomar el mando. Tomó la radio y anunció el ya familiar “Fuerza Zvika”. En ese momento se percató de su estado. Todo el costado derecho con graves quemaduras. Metralla clavada en diversos puntos. ¿Tenía sentido seguir? Justo a tiempo llegó la respuesta del coronel Ben Shoham, el jefe de la Brigada Barak. Había que continuar. Zvika se recompuso y pocos minutos después dos tanques sirios quedaban fuera de combate.
Al amanecer el 7 de octubre la Brigada Barak, lo único que se interponía entre la 1ª División Blindada siria y el norte de Israel, era apenas veinte tanques en diferentes grados de avería. Mientras no llegaran las fuerzas de reserva, había que seguir combatiendo. El coronel Shoham organizó una fuerza con él al frente. El objetivo era nuevamente la carretera Tapline.
Los sirios estaban esperándoles. A pesar del valor y de la implacable precisión en el tiro de los israelíes, rápidamente fueron superados por los flancos. Zvika decidió que era mejor retirarse y buscar otra posición. En el camino pasó por un grupo de tanques destruidos entre los que estaba el del coronel Shoham. No había supervivientes. Cerca estaba, también destruido y con sus ocupantes muertos, el tanque del teniente coronel Yisraeli, el que había entregado horas antes sus dos primeros tanques a Greengold y había “creado” la Fuerza Zvika. Sin munición, su última acción había sido embestir un T-62 disparando la ametralladora del tanque.
Por radio llegó un mensaje aún más aterrador. Varios tanques sirios estaban alcanzando el perímetro de Nafakh y las fuerzas israelíes que quedaban se retiraban a un monte desde el que poder defenderse mejor, incluido el general Eitan, que poco antes había tenido que abandonar su cuartel general al entrar un T-55 prácticamente hasta la cocina hasta ser destruido.
Impotente, Eitan contemplaba desde el risco la llegada de los sirios a la base… y de alguien más. Campo a través, para evitar las fuerzas sirias que estaban en la Tapline, estaban llegando dos tanques. Era la Fuerza Zvika. Sin perder ni un segundo, los dos tanques de Greengold se pusieron a disparar a todo lo que se movía. Siguiendo el perímetro de la base y sin parar de moverse, iban destruyendo un tanque sirio tras otro.
Lo que podría haber sido una acción suicida acabó siendo la salvación de Nafakh y del frente norte de la guerra. El freno al avance sirio provocado por Greengold continuó hasta la llegada de la primera fuerza importante de reservistas. Con firme determinación los tanques israelíes expulsaron a los sirios de la base.
Mientras veía avanzar los tanques de los reservistas hacia la Tapline, Greengold salió del tanque. Todo a su alrededor estaba lleno de tanques y vehículos sirios ardiendo. Con las heridas y quemaduras de horas antes, con el pelo rubio ennegrecido, se acercó al mayor Dov, el oficial de inteligencia de la Brigada Barak y el oficial de mayor graduación que seguía vivo.
Habían pasado 20 horas desde que Zvika había salido de Nafakh con sus primeros tanques. Con cara de disculpa, le susurró a Dov: “no puedo más”. Dov le abrazó y lo llevó al centro de evacuación de heridos. La guerra había terminado para Zvika, pero sus acciones habían sido determinantes para detener el avance sirio.
En los días siguientes Israel pasó a la ofensiva. No solo hicieron retroceder a los sirios del Golán, sino que además un ataque en profundidad en territorio sirio hizo que la artillería israelí estuviera a punto de tener a su alcance Damasco. Salvado por la campana de la URSS exigiendo un alto el fuego en el Consejo de Seguridad, el régimen sirio evitó la catástrofe total.
Nunca se pudo saber muy bien cuántos tanques llegó a destruir Greengold. Las estimaciones van entre los 20 y los 40, algunas llegan incluso hasta los 60. Tras concedérsele la Medalla al Valor, la máxima condecoración israelí, Greengold pasó a la vida civil en 1974. Tras trabajar en varias compañías de alimentación y químicas, a sus 65 años sigue dando conferencias para narrar su experiencia.