Soy detective privado. A veces los casos vienen a mi y a veces tengo que salir a buscarlos. Depende de muchas cosas. La mayoría de las cuales no están a mi alcance. El caso que quiero relataros es uno de los segundos. Después de varios meses sin casos, decidí, después de ver una magnifica película de la zona, decidí pues, viajar a Anatolia (Turquía).
Sabía que en Marzo el frio y la nieve me acompañarían. Eso me daría opción de vestir mas acorde a mi profesión que si hubiera optado por ir a buscar un caso a Miami. Además, estaba seguro que habría mas de un criminal en Anatolia que ni en sus peores pesadillas se podría imaginar que un sabueso aparecería por ahí, y, además, para resolver su caso. Eso me daría cierta ventaja.
Es así, que estando un día por Capadocia, conocí a Sísifo. Estaba empujando una enorme piedra cuando le vi por primera vez. Subía una pequeña cuesta. Al llegar arriba, y limpiarse la frente del sudor, la piedra rodó hacia abajo, al principio de la cuesta. Durante un par de horas le estuve observando, y el movimiento se repitió más de una docena de veces. No parecía tener fin.
Un bonito sol anaranjado empezaba a dibujar el atardecer en ese paraje cuando empecé a notar frio de veras. Y me sorprendió por partida doble. Hasta entonces no había observado que Sísifo estaba desnudo. Y tampoco me había extrañado que sudara con el frio que hacía. Me decidí entonces a hablarle mientras me comía un bocata de jamón de mi zurrón.
— Hola, aldeano. ¿Cómo te llamas? – le pregunté.
— Soy Sísifo. Y no soy ningún aldeano. Soy hijo de Eolo y Enareta. Y Rey de Corinto. Debes dirigirte a mi con más respeto, mortal.
— Un momento. Un momento. ¿Dices que eres Sísifo? ¿Sísifo el del Mito?
— Soy Sísifo, Rey de Corinto. Ya te lo he dicho. No sé de qué Mito me hablas.
Desde luego, yo sentía frio. Y había bebido. Sí. Lo reconozco. Pero solo para entrar en calor. La petaca me recordaba siempre a un detective de la Costa Oeste americana, y eso también ayudaba. A beber quiero decir. Que me hacía sentir un poco detective, vaya. Concluí que no estaba ni borracho ni alucinado.
Me dije a mi mismo que a lo mejor eso era alguna tradición turca –aquí debo decir que me reí un rato al hacerme yo mismo el juego de palabras de ir un poco bebido y lo de la turca. También pensé que antes de irme a dormir podría reírme del aldeano un rato. No pensé en ningún momento en ofrecerle ni comida ni vestido ni ropa. Eso lo pensé mucho después. Cuando ya era tarde.
— Sísifo – Le dije. — ¿Sabes que todos tus Dioses, Diosas, medio Dioses, superhombres, etc. ya no son venerados? ¿Y sabes porque no son venerados? Porque han sido sustituidos. Ya nadie se preocupa de ellos. Es más. No te lo tomes mal. Ni te me pongas triste. Pero ya no existen.
A Sísifo le cayó la piedra antes de llegar arriba de la cuesta. Se me acercó. Olía mal. A sucio y a aliento podrido. Antes de que pudiera hablarme le ofrecí un trozo de pan. Y le acerqué la petaca. Le hice con los brazos el gesto universal de llévatelo a la boca y come y bebe, gilipollas. Pareció entenderlo.
El pan le sentó bien. El frio me estaba dejando los pies helados. Cada vez había menos luz. Naranja. Preciosa. Las casas capadocianas que se veían en los montículos daban la sensación de ser muy acogedoras. Se veían columnas de humo. Fuegos, sin duda. Estaba cansado y tenia ganas de someterme a una ducha caliente.
Este pequeño monologo interior me libró (a mi y a vosotros) de ver los detalles de la vomitada de Sísifo. Se ve que el whiskey no le sentó tan bien como el pan. Desparramado por la piedra, la visión de sus nalgas me asqueaba. Volví al ataque. No me divertía. Pero algo en él me obligaba a seguir con la broma. Que yo tenía intención de que fuera mas que eso. Quería humillarlo. Me repugnaba.
— Sísifo. Entiéndelo. Ya era absurda tu misión cuando fuiste castigado. Pero al menos en ese momento alguien te controlaba. Alguien estaba al tanto de tus progresos. Y quizá aun tenías algún templo a tu nombre. Pero eso se acabó. Hace tiempo que acabo. Dios. Me recuerdas a esos japoneses de la segunda guerra mundial que seguían luchando veinte años después de su final. Venga Sísifo. Deja ya la piedra. Jamás la conseguirás dejar en la cima. Y créeme. Aunque lo consiguieras, a nadie le importaría. Nadie lo sabría. Y volverías a empezar.
Claro. Pero a mí nadie me había dicho que yo estaba en un pliego del espacio-tiempo. En un mundo paralelo. Donde Sísifo no era griego. Pero si turco. Un mundo en el que el saber había nacido en Turquía y no en Grecia. Por eso cuadra que yo estando en Anatolia me lo encontrara. Y yo no contaba que un trago de Whiskey podía matar.
Cuando vi que Sísifo estaba muerto es cuando me di cuenta que la piedra estaba en lo alto del montículo. En ese momento yo seguía pensando que era un simple aldeano. Y me lamenté que fuera desnudo porque pensaba robarle la cartera. Éticamente feo. Pero los pliegues temporales tienden a debilitar la moral.
Así que cuando llegó Tánatos yo no tenía ningún plan. Tánatos se enfadó al ver a Sísifo muerto.
— No era esto Sísifo. No era esto. La has liado. – Dijo en un tono enigmático.
Tánatos entonces reparó en mí. Yo estaba muerto de frio. Enfadado. Y cansado.
Entonces Tánatos se me acerco. Y hablando muy bajito (su aliento también era fétido), me dijo:
— Ahora vas y lo cuentas, ¿de acuerdo Homero? Pero lo cuentas tal y como yo te lo voy a dictar. No tenías ningún derecho a matar a Sísifo. Y nuestra intención con él era mostrar el absurdo de la existencia humana. ¿Crees que un tipo que muere por un trago de whiskey porque lleva unos 800 años sin comer ni beber ni dormir es un ejemplo de algo absurdo? Nos has fastidiado bien Homero.
— Verás…
— Tánatos.
— Verás, Tánatos. No soy Homero. Soy detective privado. Me acabo de enterar que por algún motivo desconocido me he metido en lo que parece ser el pliegue de un espacio temporal. En otra dimensión. O en un mundo paralelo. No lo tengo muy claro. Pero que yo soy de otro tiempo. De otra cultura. Es muy posible que ahora cuando me marche todo vuelva a su sitio y tu Sísifo vuelva a andar y a empujar su piedrecita.
Empezaba a estar cabreado. Me parecía ya que este juego de los capadocianos no tenia ninguna gracia. El que se hacía pasar por Sísifo estaba bien muerto. Eso lo pude comprobar. Pero el tal Tánatos… Con esa calavera sin pelo como cabeza. Desnudo también, aunque ir solo con huesos no sé si es técnicamente ir desnudo. Apuré el Whiskey y eso me dio calor. Decidí seguir su juego. Aparté al Sísifo muerto y me puse a empujar la piedra. Y a dejarla caer.
— ¿Así está bien Tánatos?
— Así está perfecto Homero. ¿Pero quién escribirá ahora la Odisea si tú haces de Sísifo?
En ese momento, William McIntire, que había escrito Macbeth y Otello, acababa de cruzar un pliegue y había aterrizado al lado de Tánatos.
— Pues este tipo tiene pinta de escritor — me aventuré a decir.
Tánatos no se lo pensó dos veces.
[Nota Final]
El Tánatos turco de nuestro espacio temporal tuvo que viajar en el tiempo y el espacio hasta dar con un bardo de un pueblo galo, al que secuestró y se llevó a Inglaterra. Le dio los libros de William McIntire y tuvo que convertir al pueblo galo en un cómic. Todo este trabajo, no me lo perdonó nunca.