El silencio es un concepto interesante. Por lo general se entiende como la ausencia: de opinión, de criterio, de comunicación…, pero en realidad puede ser una de las armas comunicativas más poderosas. Aparentes oxímoron que se encuentran en lugares tan comunes como el “silencio atronador”, pero que son tan reales como la realidad misma. Porque un silencio puede decir mucho más y mejor que muchas palabras, por bien ordenadas y edulcoradas que estén.
Dicen que quien calla otorga. Pero igual es que no tiene nada que decir. O no quiere decir nada. O no puede decir nada, incluyendo el no poder decir que no puede hablar. ¿Cómo saber ante qué ocasión nos encontramos? Depende de lo que interese al receptor del silencio.
Guardar silencio es una tarea durísima. Y en nuestros días, aún más. Donde quiera que se mire, se ejerce la verborrea. Opinión, ideologia, marketing y lo que haga falta, bajo el manto de información. Vivimos inmersos en una cacofonia múltiple y constante.
Nos encanta hablar. Nos gusta escucharnos, y que nos escuchen. Y que nos digan lo bien que hablamos, y lo interesantes que son nuestras palabras. Pero mientras oímos al otro, ya estamos pensando cual será nuestra réplica. Todo para no dejar sitio al silencio. A los silencios “incómodos”.¿Por qué se llaman incómodos? Porque nos dejan a solas. Con el otro, pero sobre todo con nosotros mismos. Pero sin el silencio exterior es imposible el silencio interior. Y sin él, es más que imposible el diálogo. El escuchar, y escucharse.
Y he aquí que [el nombre de las cuatro letras] se manifestó, y un viento grande y fuerte que hacía desmoronarse las montañas y quebraba las rocas ante [el nombre de las cuatro letras]; empero [el nombre de las cuatro letras] no estaba en el viento; y después del viento, un terremoto; pero en el terremoto no estaba [el nombre de las cuatro letras].
Y después del terremoto, fuego, pero [el nombre de las cuatro letras] no estaba en el fuego; y después del fuego el sonido de un susurro tenue.
Ocurrió que al oírlo, Eliahu ocultó su rostro con su manto y salió y se puso de pie en la entrada de la cueva. Y he aquí una voz que se dirigió a él, y dijo: “Qué haces aquí, Eliahu?”.
I Reyes, 19:11-13
Solo en el silencio, en el suave susurro, encontramos la voz que nos pregunta “¿Qué haces aquí?”, y solo en el silencio podemos responder esa pregunta de forma efectiva, con contenido y significado reales. Solo en el silencio podemos encontrarnos con nosotros mismos y situarnos para poder decidir si queremos seguir nuestro camino o necesitamos cambiar de dirección.
Es en silencio cuando podemos no solo apreciar nuestra voz interior, si no además aprehender mejor la perfección de la Creación, ya sea en la belleza del firmamento estrellado, de la salida o retirada del Sol, o la grandiosidad de las montañas. Sin silencio no hay comprensión. Y sin comprensión no hay gran cosa.
Es en silencio cuando podemos reflexionar sobre lo que nos acaba de decir el otro, y pensar no solo en ello, si no en aquello en que nos hace pensar. Y solo en ese silencio que nos permite pensar, pensar con claridad pero no menos importante, pensar aquello que queremos decir, podremos ser capaces de decir lo que pensamos.