El domingo salimos a desayunar con mi mujer, y terminamos en Pamplona. No. No es un chiste, ni hay que buscar dobles sentidos picantes. Podríamos decir que el señor director nos encargó un artículo y fuimos a la ciudad. O que, sencillamente, nos vinimos arriba. La verdad es que la idea era ir a Monzón y ya. Pero al llegar —la oferta gastronómica válida disponible era un Döner, donde lo mejor del ágape ha sido la cerveza (¡Águila!)—, seguimos la carretera.
Llegados a Pamplona, y como buenos guiris, fuimos a otear por las calles del casco viejo. Pero claro, en una ciudad como Pamplona, tras la misa del domingo, en febrero, poco quehacer hay. Aún menos a las siete de la tarde. Por eso decidimos pasar olímpicamente de las recomendaciones de la recepcionista del hotel. Por suerte. Casi todo cerrado. Igual los comercios han decidido sumarse a la campaña «guiris go home», boicoteando con el cierre de persiana. Vamos, es que ni la Herriko Taberna de la calle del Carmen, que en el pasado ha dado a este peregrino grandes estampas de adolescentes con cara de estar enfadadísimo a las 12 del mediodía, ¡hasta la Herriko Taberna estaba cerrada! Remodeladísima y con pantallas anunciando el merchandising de la temporada nueva, ¡pero cerrada!
Total, que tras visitar las principales calles de pinchos y constatar que todo Pamplona es una trampa para turistas, nos decidimos por el sitio ese de Hemingway. ¿Qué cuál? ¿¡Pero como que «cuál»!? ¡El de Hemingway! Ah, ¿qué allá en Pamplona casi todos los sitios son «el sitio de Hemingway»? ¡Pues claro! ¿No han entendido lo de la trampa? Si es que…
En este sitio Hemingweyano, las bravas estaban 2 euros más baratas que en cualquier gastro-tabernak pija —y falsa—, o de cualquier garito normal de pinchos. Por no decir nada del menú de fin de semana, solo un par de euros más caro que… ¿Se imaginan? Sí… Monzón. Por el módico precio de apenas 7 euros por cabeza, uno puede cenar en el sitio favorito de Hemingway de Pamplona. El bueno, el de verdad. Y por si fuera poco, al salir, encontrárselo luego, merendando tranquilamente en una churrería en la calle Estafeta. A Hemingway, sí. Algo desmejorado, hay que decirlo. Ah, ¿que no nos creen? Aquí no mentimos…
Bueno… quizá era Unamuno, que todo puede ser…