Cuando uno llega a Zaragoza en tren, se apea en la estación de las Delicias. Uno podría pensar que es un adelanto de las maravillosas pitanzas gastronómicas que le esperan. En realidad, lo que se encuentra es un no parar de malentendidos llenos de grasa de cerdo. Eso, y bares maravillosos como el Bar Cardi.
No entramos al Bar Cardi para tomar uno de sus, de nuevo esperables, cócteles. De hecho, y llegados a este punto, esperar algo, o darlo por sentado, en Zaragoza es como entrar en el primer círculo del infierno dantesco. Hay que abandonar toda esperanza.
El Bar Cardi es un bar normal, de toda la vida. Café con leche en vaso, y bocadillos. Exacto, de queso. Pero si se esperaban que en el Bar Cardi le hubieran servido a este su humilde servidor un bocadillo de queso diferente, es que no han leído bien el párrafo anterior. Vuelvan a hacerlo.
¿Ya? Bien. En el Bar Cardi sirven bocadillos normales. El bocadillo de queso que uno no se espera encontrar, ni tan siquiera en Zaragoza, lo sirven no muy lejos, en el bar Terminal 3. Terminal 3 es lo que tampoco debería uno esperar en el aeropuerto de Zaragoza. Con una terminal ya es demasiado. Así que cuando uno va a Zaragoza, va en tren y llega en… esto ya lo hemos dicho, ¿no?
En fin, que uno fue al Terminal 3 a desayunar, y se encontró con uno de los típicos bares de toda la vida. Y como en todos sitios, pidió un café con leche y un bocadillo de queso. La amable regenta del local puso una cara extraña —todo lo extraña que pueda parecernos a los españoles una cara china tras una mascarilla—, preguntando si queríamos un bocadillo solo de queso.
Tras la respuesta afirmativa, la amable regenta nos avisó que solamente disponía de queso cuadrado, así que le contra-respondimos que nos estaba bien. Y el pan con tomate —pero no con ketchup—, por favor. De nuevo cara extraña, y con razón…
Al rato se nos presentó el bocadillo. O mejor dicho, la afrenta. Pero antes de seguir, déjenme repetir lo de abandonar cualquier esperanza de conseguir algo con un mínimo de sentido, en Zaragoza. Y que alguien debería escribir un diccionario sino-maño-español. Porque “solo tengo queso cuadrado”, que en casi cualquier sitio de la península debería significar queso de barra, del de baratillo, en el Terminal 3 significa que te acabas de pedir un bocadillo de tranchetes. Y a menos que sean universitarios de primer curso, cocidos en alcohol de garrafón tras una noche de fiesta, no quieren un bocadillo de tranchetes.
Pero lo más inquietante de toda la visita no fue eso. Esa misma noche, tras asistir a un evento social, uno se paró en el Bar Carlos V y pidió, cómo no, un bocadillo de queso. De nuevo, se obtuvo un “¿un bocadillo de queso? ¿Y ya está?”. La pregunta empieza a resultar… inquietante.