En el artículo anterior dejamos al 69º Regimiento de Voluntarios de Pennsylvania acampado para pasar el invierno de 1862-1863 tras el desastre de Fredericksburg.

La moral del Ejército del Potomac y de la nación en general estaba por los suelos. Ningún general de la Unión parecía ser capaz de desarrollar una estrategia clara. A pesar de sus limitados recursos, el Sur continuaba resistiendo con firmeza.

Lincoln probó suerte con otro cambio en el mando del Ejército del Potomac. Esta vez era el turno de Joseph Hooker. El general hizo un gran trabajo restableciendo el orden en el Ejército, no solo en la disciplina y la moral, sino también en cuestiones prácticas como las raciones, atención médica y salarios.

Por desgracia, como estratega dejaba que desear, o mejor dicho, tenía el insuperable reto de ser más hábil que Robert E. Lee. El plan perfecto de Hooker para rodear y derrotar al ejército del Sur en la primavera de 1863 se estrelló completamente en Chancellorsville, donde nuestros irlandeses apenas tuvieron ocasión de intervenir.

El Ejército del Potomac no solo había fracasado en su ataque, sino que además ahora tenía que hacer frente a un Lee que había pasado a la ofensiva y con un plan atrevido. En lugar de volver a la tantas veces arrasada Virginia, Lee avanzaría más al norte, hacia Pennsylvania, con el fin de causar pánico en el norte y provocar una reacción desordenada.

Mientras Lee avanzaba, Hooker le seguía en paralelo para bloquear el camino a Washington. Las continuas presiones para que atacara acabaron haciendo estallar a Hooker, que presentó su dimisión. Fue aceptada sin dudarlo un instante. El sustituto sería el General Meade.

Poco a poco los ejércitos iban aproximándose. El 30 de junio una pequeña fuerza del Sur se aproximó a la localidad de Gettysburg, Pennsylvania. Allí encontraron caballería del Norte, pero sin enfrentarse a ella volvieron con el grueso del ejército.

Más tropas del Sur iniciaron un reconocimiento al amanecer del 1 de julio. Nadie sabía que iba a comenzar la mayor batalla de la Guerra Civil Americana en la que el 69º Regimiento de Voluntarios de Pennsylvania salvaría el destino de América.

Gettysburg

El 1 de julio transcurrió con la normalidad, si se puede llamar normalidad, de una escaramuza entre los dos ejércitos, que fue aumentando a medida que llegaban más efectivos. El Ejército del Potomac trató de establecer una primera línea dentro de la propia Gettysburg, pero el empuje de las fuerzas del sur fue haciéndole retroceder a lo largo del día hasta establecer una excelente posición defensiva en una serie de colinas a las afueras de la ciudad.

Al anochecer llegaba el 69º a las inmediaciones de Gettysburg. Como era de prever que el Ejército de Lee trataría de flanquear la posición del Norte, se asignaron a los regimientos que iban llegando posiciones en dirección sur para proteger el flanco.

Al amanecer del 2 de julio el 69º se trasladó a la posición que se les había asignado, un poco más abajo de la cresta de una colina llamada Cemetery Ridge y tras un pequeño muro de piedra, con la derecha del regimiento tocando el punto en el que el muro hacía un ángulo recto, un lugar en ese momento insignificante, pero que pasaría a la Historia con el nombre de Ángulo Sangriento. Frente a ellos, la carretera de Emmitsburg y tras una milla de terreno despejado y ondulado, unas filas de árboles donde se encontraban las posiciones confederadas.

Por primera vez, Lee iba a fallar en su genio como general. La falta de información debida a la lejanía de las unidades de caballería no le permitió tener una imagen clara de las líneas de la Unión, lo que le llevó a lanzar un ataque escalonado en puntos que creía poco defendidos. A pesar de todo, un descuido de Meade al no defender una colina llamada Little Round Top podría haberle dado la victoria, pero la rápida reacción de un oficial del Norte que reconoció la zona salvó la situación.

El segundo día de batalla nos daría para todo un artículo, pero volvió a ser un día de poca acción en la posición del 69º, salvo justo al acabar el día cuando recibieron hacia las seis treinta de la tarde la carga de la Brigada de Georgia de Ambrose Wright. La andanada de fusilería del 69º hizo fracasar la carga y se mantuvo la línea con pocas bajas, aunque algunas destacadas como el Capitán Duffy, herido, y el Teniente Kelly.

Al caer la noche, los Estados Mayores de cada ejército se reunieron. Meade confiaba en que tenía una posición defensiva sólida y decidió no moverse. Lee confiaba en que esa posición no era tan sólida y se podía repetir el plan anterior.

Decidió jugárselo todo a una carga frontal, cuyo objetivo principal sería un grupo de árboles que estaba en Cemetery Ridge. Una vez rota la línea de la Unión en ese punto, se podría atacar por la retaguardia el resto de posiciones y acabar con el Ejército del Potomac o forzarle a huir. Justo en el punto en el que Lee quería atacar se encontraba la posición del 69º.

La mañana del 3 de julio transcurrió con tranquilidad en el sector del 69º Regimiento, sin nada que destacar. De repente, a la 1 del mediodía, se extendió un silencio inusual e incómodo por el campo de batalla. A los pocos minutos, se dejó oír el disparo de un solo cañón. Los hombres del 69º corrieron a sus posiciones.

Instantes después, se desataba sobre ellos un infierno de 150 cañones disparando sobre Cemetery Ridge. 15 minutos después comenzaba la respuesta de la artillería de la Unión. El bombardeo duró 1 hora, y a pesar de su espectacularidad y de tratarse del mayor bombardeo de la guerra, la mala colocación de la artillería confederada hizo que apenas tuviera efecto.

Pasada esa hora, volvió a extenderse el silencio. Un opresivo calor de 31 grados con mucha humedad hacía la situación aún más tensa. Más allá del muro donde estaba el 69º, al otro lado del campo de batalla, de entre los árboles empezaron a aparecer los 12.500 hombres de la Brigada del General Pickett colocados en dos líneas.

Comenzaron su avance y el infierno de la artillería volvió a desatarse, haciendo estragos y reduciendo cada vez más la línea. Varios regimientos fueron incapaces de avanzar; otros, ante tal carnicería, entraron en pánico y volvieron corriendo hacia el bosque, mientras desde las líneas de la Unión les gritaban: «¡Fredericksburg! ¡Fredericksburg!» recordándoles el día del pasado diciembre que ellos estuvieron al otro extremo de la masacre.

En cambio, los hombres del 9º, el 14º, el 38º, el 53º y el 57º de Virginia, unos 2.500 hombres dirigidos por el General Lewis Armistead, siguieron avanzando impasibles, con la precisión y tranquilidad que les daba su veteranía. Frente a ellos tenían un muro y a los hombres del 69º de Pennsylvania, listos para responder, mientras su oficial al mando, el Coronel O’Kane, les decía que contuvieran el fuego hasta que pudieran verle el blanco de los ojos al enemigo.

Muchachos, estáis defendiendo la tierra de vuestro Estado. Que vuestro trabajo hoy acabe en victoria o en muerte.

Como la mayoría de los hombres que le rodeaban, las raíces de O’Kane estaban en otro país. Había nacido en Irlanda. Se había casado allí y sus dos primeros hijos habían nacido en Derry. Pero al hablar de lealtad a la tierra, había hablado de Pennsylvania y de Estados Unidos. Aquellos hombres se habían alistado libremente bajo una bandera verde y bajo una bandera americana, mostrando su doble identidad. Sin embargo, en este momento crucial O’Kane solo habló de América.

La Brigada de Armistead cruzó la carretera de Emmitsburg, hizo un giro para atacar oblicuamente el ángulo del muro y continuó el avance. Cuando se encontraban a entre 15 y 20 metros, el 69º recibió la orden de disparar. Por un momento, los virginianos detuvieron su marcha. Rápidamente se recompusieron y continuaron.

Al verles acercarse al ángulo, y por motivos que se desconocen, el comandante del 71º Regimiento de Pennsylvania, colocado a la derecha del 69º, dio orden de retirarse. Los 258 hombres del 69º tendrían que hacer frente solos a los 2500 de Virginia.

Armistead vio su oportunidad y con su sombrero clavado en la punta del sable para que sirviera de punto de referencia, dio orden de cargar. Poco después, sus hombres, con él a la cabeza, conseguían saltar el muro, exponiendo completamente el flanco y la retaguardia del 69º.

Las compañías I, A y F del 69º, ubicadas en ese extremo, tenían que girar para hacer frente a los atacantes que habían superado el muro. Las compañías I y A giraron, pero el comandante de la compañía F, Thompson, fue abatido antes de poder dar la orden. Los hombres de Armistead rodearon rápidamente a la compañía F. En pocos minutos, todos los hombres de la F estaban muertos, heridos o prisioneros.

La siguiente en la línea, la compañía D, tuvo tiempo de girar, pero ya no había tiempo de cargar los fusiles. La batalla se convirtió en un cuerpo a cuerpo despiadado, luchando con bayonetas, cuchillos, piedras y culatas de fusil. El cabo Hugh Bradley, «un auténtico salvaje» según sus oficiales, destrozó una cabeza tras otra con la culata de su fusil hasta acabar sufriendo el mismo destino a manos de un soldado del Sur.

Dejaba en Philadelphia a una madre y a 8 hermanos que dependían de él para su subsistencia. El soldado Thomas Donnelly, usando también su rifle como una maza, cuando le exigieron que se rindiera, respondió en tono burlón «me rindo» y abatió de un devastador golpe al que intentó capturarlo.

En toda esta batalla campal los hombres del 69º habían retrocedido unos 50 metros. Cuando todo parecía perdido, una descarga de fusil del 72º de Pennsylvania –a la izquierda de nuestros irlandeses–, más un contraataque del 19º y el 20º de Massachusetts, el 7º de Michigan y el 42º de Nueva York frenaron a los hombres de Armistead. El propio Armistead recibió tres balazos, que no lo mataron pero lo dejaron gravemente herido y tendido junto al muro. Sin un oficial que los guiara y arengara, los virginianos se retiraron.

La línea había resistido. La bandera del 69º permanecía en su posición. Los padres de aquellos irlandeses habían huido de la miseria y la hambruna para comenzar de nuevo. Fueron despreciados, agredidos e insultados en su nuevo hogar. Sus hijos, aun siendo ya americanos de pleno derecho, siguieron siendo tratados como basura.

Y sin embargo, aquellos hijos de inmigrantes no dudaron en ir a defender a su país. Y en el momento más crucial fueron capaces de combatir y resistir por la nación que les menoscababa. 258 inmigrantes, 258 ciudadanos de segunda, 258 irlandeses que no tenían más pedigrí que la miseria de su vida como obreros no cualificados y las palizas e insultos recibidos desde pequeños habían hecho fracasar los planes de Lee y salvado el futuro de los Estados Unidos de América.

Fracasada la carga de Pickett, Lee ya no podía continuar con la batalla. Al día siguiente iniciaría la retirada. Quedaban por delante aún casi dos años de guerra que causarían numerosas muertes y devastación. Sin embargo, el ejército de Lee nunca se recuperaría del golpe recibido y ya nunca más pudo organizar una ofensiva sólida.

El precio había sido muy alto. Todos los oficiales de alto rango eran bajas: el coronel O’Kane y el teniente coronel Tschudy, muertos; el mayor Duffy, que ya había sido herido el 2 pero había decidido seguir en primera línea, herido de gravedad y el adjunto Whildey, herido. Entre los oficiales de campaña, 4 muertos, 6 heridos y los dos oficiales de la compañía F prisioneros. Entre los suboficiales y soldados, 39 muertos, 80 heridos y 16 prisioneros. En total, 151 bajas de los 258 efectivos que había al comenzar la batalla. Todo ello en apenas 20 minutos.

Las bajas entre los hombres de Armistead eran aún más brutales. El ángulo del muro, cubierto de muertos y heridos, recibió así el nombre de Ángulo Sangriento. En total, en la Brigada de Pickett, de sus tres generales, 2 estaban muertos y 1 herido; solo 1 de todos los oficiales de campaña de los 14 regimientos que formaban la brigada terminó ileso. Entre los soldados, las tres cuartas partes estaban muertos, heridos o prisioneros.

Frente al muro estaban listas para su captura las banderas de varios regimientos confederados, captura que suponía recibir una medalla. Los hombres del 69º sin embargo no estaban para trofeos. Su preocupación inmediata eran sus compañeros heridos, a los que se pusieron a atender de inmediato. Otros soldados que no habían estado en el Ángulo Sangriento fueron los que se llevaron las banderas. Ni un solo hombre del 69º recibió una medalla por la acción del 3 de julio.

Hasta el final de la guerra

El 69º siguió activo hasta el final de la guerra y participando en todas las acciones del Ejército del Potomac, aunque sin grandes hechos que remarcar. El resto de 1863 transcurrió en una continua persecución del Ejército de Lee que no llevó a nada, más duro trabajo de retaguardia construyendo fortificaciones o escoltando suministros.

1864 fue el año en el que Grant fue nombrado comandante del Ejército del Potomac y el año en el que se llevó a cabo una estrategia de desgaste contra el Sur, que sería la que finalmente causaría su derrota. El 69º estuvo presente en las cruentas batallas de Spotsylvania y Cold Harbor, así como en el asedio de Petersburg. Finalmente, en 1865 participó en la persecución final del Ejército de Virginia y estuvo presente en la rendición de Lee, en Appomattox el 9 de abril.

Tras participar en el gigantesco desfile de la victoria en Washington que duró dos días, el 1 de julio de 1865 el regimiento fue disuelto. Los supervivientes del regimiento volvieron a sus vidas. Se habían ganado con su sangre y su fiereza el respeto del país. Un país que ha sido grande cada vez que ha respetado la inscripción presente en la Estatua de la Libertad:

Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres
Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad

Que siga siendo así, ahora y siempre. Los Presidentes pasan. El pueblo y la grandeza que le da contar con la presencia de gentes de todo mundo, permanece.