Entre todo el mundo de robots, adolescentes atribulados y criaturas coleccionables que suele caracterizar al mundo del anime existen pequeñas joyas que escapan de estos temas tradicionales (y no es una crítica, por cierto; he disfrutado mucho de series que tenían robots, adolescentes atribulados y criaturas coleccionables, a veces todo a la vez). Una de estas pequeñas joyas es la serie Mushishi.
El estilo se marca ya desde el comienzo de cada capítulo, con una tranquila canción de guitarra e imágenes de flora diversa con efecto halo:
https://www.youtube.com/watch?v=pzyHIMznnyM
En el universo de Mushishi el mundo está poblado de unas etéreas criaturas, algunas microscópicas, otras gigantescas, que no son animales ni plantas y que parecen ser formas muy esenciales de vida.
Son invisibles para casi todo el mundo pero su existencia no pasa del todo desapercibida porque a veces causan daños o beneficios a plantas, animales o personas. Y cuando surgen problemas, acuden los mushishi, personas expertas en mushi que pueden verlos y capturarlos o expulsarlos del lugar donde causan daños o curar las enfermedades que provocan.
En la serie seguimos las peripecias de Ginko, un mushishi interesado en descubrir qué son los mushi realmente y que tiene el don de atraerlos, así que no puede permanecer mucho tiempo en un mismo lugar sin provocar el caos.
El planteamiento de la historia no podría ser más sencillo. 26 episodios con un hilo conductor pero con una historia completa en cada uno de ellos y que de hecho pueden verse desordenados en su mayor parte sin perder nada esencial.
Y eso es mucho cuando en otros anime hacen falta diecisiete episodios para que transcurra una tarde. La estructura de cada capítulo suele seguir una fórmula: un mushi, o unos cuantos mushi, causan algún efecto o enfermedad.
Ginko se presenta en el lugar y averigua lo que ocurre. Ginko y las personas afectadas por el mushi se enfrentan a él y… se llega a una conclusión de la historia, que puede ser buena o mala, triste o alegre o… Ninguna de esas opciones.
Este argumento podría haberse desviado fácilmente hacia una serie totalmente comercial. Una serie en la que el protagonista caza los mushi y los colecciona entre momentos de acción, generando de paso un merchandishing millonario. Pero no era la intención de este anime ni sobre todo del manga original y su autora, Yuki Urushibara.
La serie no trata de centrarnos en la acción. Ginko ni siquiera es un verdadero protagonista. Él es nuestra ventana al mundo de los mushi, un médium que nos permite conocerlos pero que no hace juicios de valor. No se trata de una lucha del bien contra el mal. Los mushi son indiferentes a nuestro bienestar o malestar. Se trata más bien de una lucha por la armonía y el equilibrio, por el orden de lo terrestre y lo celestial.
Y es que Mushishi es una serie esencialmente japonesa y que bebe de la esencia espiritual de Japón: el shinto.
El sintoísmo tiene cuatro afirmaciones que lo caracterizan:
- Tradición y familia. Entender que la familia es la base para preservar las tradiciones.
- Amor a la naturaleza. Considerarla sagrada.
- Pureza ritual. Mantenerse limpios física y espiritualmente para poder adorar a los dioses de manera correcta.
- Matsuri. Celebrar festivales para honrar y adorar a los dioses y los ancestros.
Estos principios que han definido una parte del alma japonesa (no toda, ya que no podemos olvidar la otra parte formada por el budismo zen) se ven constantemente en Mushishi. Así, los mushi alteran la vida y tradiciones de una familia, o dañan el equilibrio natural de una montaña.
El mushishi ha de restablecer el orden y el equilibrio y hacer que la armonía se mantenga. Y que así siga fluyendo el Kōki, el Río de Luz, que en el universo de Mushishi mueve la vida y la energía por el mundo. Un Río de Vida que nunca acaba, como la serie, que no tiene verdaderamente principio ni fin.
El protagonismo de la naturaleza requería hacer un gran trabajo en el apartado artístico. ArtLand, el estudio que produjo la serie, no decepcionó lo más mínimo. Los fondos gozan de un detalle y paleta de colores que pocas veces he visto en anime y sobre todo un tratamiento espectacular de la luz.
Lo mismo puede decirse de las criaturas. Incluso los mushi más simples, con aspecto de gusano luminoso, cobran una vida única. Y criaturas más complejas como el Dueño de la Montaña son obras de arte.
Hasta en escenas aterradoras, como el momento en que un mushi sale de los ojos de una niña, se encuentra una inquietante belleza.
Resulta paradójico ver los making-off de la serie y descubrir que el estudio ArtLand es una oficina abarrotada de papeles, con mesas diminutas, ordenadores encajados, una oficina de la que se queja el director de la serie, porque en verano hace mucho calor y en invierno hace mucho frío.
La belleza y la armonía se crean en un lugar carente de belleza. O quizás es reflejo de otro principio japonés, este procedente del budismo: wabi-sabi, la belleza imperfecta o incompleta. Una serie perfecta creada en una oficina imperfecta.
Y entre todo este contexto, entre esa naturaleza bella pero impasible, veremos plantearse grandes cuestiones de la vida humana: la lealtad; el amor; el deber; la relación con nuestros antecesores y lo que dejamos a nuestros sucesores; las consecuencias de querer burlar la muerte…
Es imposible no ver algún capítulo que trate una circunstancia vital que te esté afectando en ese momento y no sentir una profunda emoción. Espero que tengáis ocasión de verla y disfrutarla tanto como yo.