En 1938 el cerco sobre los judíos de Alemania se estrechaba cada vez más. Para entonces una cuarta parte había abandonado el país, pero aún quedaban atrapados cientos de miles de personas, a las que tras el Anschluss se sumaron otros 180 mil judíos austriacos.
Podríamos pensar que esto generó una ola de simpatía y solidaridad entre los países democráticos, pero como suele suceder cuando no se corta de raíz una política totalitaria, hubo un efecto de contagio que hizo resucitar el antisemitismo en muchos países. Esto unido a las secuelas de la crisis de 1929 extendió el temor a una oleada de refugiados judíos que le quitarían el trabajo y el pan a los ciudadanos de bien. Estados Unidos no estaba dispuesto a ampliar sus cuotas de refugiados (que ni siquiera se estaban llenando) y el Reino Unido afirmaba estar al límite de su capacidad. El Reino Unido se encontraba además con el problema de querer limitar la emigración judía al Mandato de Palestina para contentar a los dirigentes árabes y aplacar la revuelta que llevaba intentando sofocar desde 1936.
Ante esta situación el Presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt decidió convocar una conferencia en Évian, Francia, a la que se invitó a 32 países. Podríamos pensar que lo hizo movido por la compasión y un deseo de justicia. Pero para comenzar, como representante de Estados Unidos no envió a ningún miembro del gobierno, sino a un amigo suyo, el empresario Myron Taylor. Y antes de la conferencia, Estados Unidos y el Reino Unido llegaron a un acuerdo en secreto: el Reino Unido no señalaría que las cuotas de inmigración de Estados Unidos no se estaban completando y por tanto podrían acoger más refugiados; y Estados Unidos a cambio no plantearía el Mandato de Palestina como posible destino de los refugiados.
Y como podemos imaginar, la conferencia fue básicamente un “thoughts and prayers”. El único país que se ofreció abiertamente a recibir refugiados fue la República Dominicana, eso sí, exigiendo el dictador Trujillo una buena compensación económica. Estados Unidos y el Reino Unido no ampliaron cuotas. Francia afirmó estar saturada de refugiados, así como la gran mayoría de países. Australia dijo que “no tenían un problema racial y no querían importar uno” (los aborígenes eran tratados como animales, así que suponemos que no entraban en la cuenta del delegado australiano).
Hitler por supuesto se frotó las manos ante este espectáculo lamentable. No perdió la oportunidad y afirmó:
“Dado que el resto del mundo tiene tanta simpatía por estos criminales, lo único que espero es que sean generosos y conviertan esta simpatía en ayuda real. Por nuestra parte estamos preparados para poner estos criminales a su disposición, si hace falta en barcos de lujo”.
Se cerró así la última oportunidad que habrían tenido los judíos de Alemania y Austria de salvarse. La Kristallnacht al menos hizo caer la cara de vergüenza a algunos países y aunque no oficialmente aceptaron más refugiados de los que dirían que aceptarían. El Reino Unido organizó los Kindertransport para evacuar a niños, aunque tan solo a 10 mil y solo si había garantías de que podrían ser mantenidos por alguien, en su mayoría organizaciones judías de socorro.
Mientras tanto decenas de barcos de refugiados fueron rechazados. Y para terminar de contentar a los dirigentes árabes, el Reino Unido adoptó en 1939 el Libro Blanco para Palestina, desdiciéndose de la Declaración Balfour y prohibiendo estrictamente la emigración judía. El inicio de la guerra puso las cosas aún más complicadas al cerrarse fronteras. Y aún peor, hombres en edad militar que se habían refugiado en el Reino Unido pasaron a ser ciudadanos de una nación hostil, así que se vieron en la obligación de o alistarse al ejército británico o tramitar visado para ir a otro país.
Y hubo casos totalmente denigrantes, como le ocurrió al hermano de Gertrud Kolmar, que fue embarcado a Australia como “ciudadano enemigo” junto a otros alemanes, sin tener en cuenta que lo estaban juntando con miembros del Partido Nazi y prisioneros de guerra de la Wehrmacht.
300 mil personas. Esas eran todas las personas que los 32 países de la Conferencia de Évian tenían que acoger. Una media de 9000 personas por país. 300 mil personas que habrían escapado a la Shoah. Aun incluso poniéndonos negativos, si contamos a la baja pensando en lo peor para los refugiados que hubieran sido acogidos en países luego ocupados por el Reich, quizás se habrían salvado 250 mil personas. Quizás aún habríamos disfrutado de más obras de Gertrud Kolmar o Walter Benjamin. Quizás no tendríamos un diario de Anna Frank porque nunca se habría visto en la necesidad de escribirlo. Y quién sabe qué otras cosas habrían aportado al mundo esos miles y miles de personas.
Tras la guerra la situación no mejoró en absoluto. La Shoah no hizo cambiar de idea a las autoridades británicas y se continuó interceptando barcos e incluso ametrallando algunos, causando la muerte de algunos refugiados. Para añadir aún más crueldad, en numerosos casos se devolvió a los judíos a los campos de refugiados de los que se habían fugado en Alemania. La política se mantuvo hasta el último minuto, hasta la proclamación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948.
Esta fue la política que adoptó el Reino Unido ante unos refugiados y por desgracia sus políticos actuales están volviendo a discursos y actitudes similares ante las nuevas crisis de refugiados. Esperemos que esta vez no cueste la aniquilación de centenares de miles de vidas.