Llevaba un vestido blanco y una chaqueta de punto roja. La calidad de la foto publicada en los periódicos no dejaba ver bien cómo, pero los pies descalzos en el aire lo dejaban bien claro. La mujer se había ahorcado. El comentario de la noticia, publicada en julio de 1995 pocos días después de la caída de Srebrenica en manos serbobosnias, no daba muchos datos.
«Una mujer de Srebrenica se ahorcó en el bosque junto al campo de refugiados en el que se encontraba». Pasarían semanas hasta que supiéramos toda la dimensión del horror desatado en aquella ciudad. Y pasarían años hasta conocer toda la historia de la mujer ahorcada. Se llamaba Ferida Osmanovic.
Como contamos en Héroes de Gorazde, en 1993 Naciones Unidas puso bajo su protección los enclaves bosnios de Zepa, Gorazde y Srebrenica. Los enclaves resistieron como pudieron con la ayuda que llegaba a cuentagotas y el aguante y el ingenio de sus habitantes.
De los tres, el que más aislado estaba era Srebrenica. Nadie apostaba porque pudiera conservarse como territorio bosnio. Y quizás por este y otros motivos, se destinó allí al contingente con menor experiencia de combate y posiblemente peor preparado de toda UNPROFOR: el batallón holandés. Esta decisión resultaría fatal para los habitantes de la ciudad.
Fracasado su ataque contra Gorazde, en junio de 1995 el ejército serbobosnio puso en el punto de mira Srebrenica. La operación era tan importante que la dirigiría el comandante en jefe serbobosnio, Ratko Mladic.
Como Gorazde y como tantas y tantas ciudades bosnias, Srebrenica está en el fondo de un valle, rodeada por montañas. Bastaba con tomar esas montañas para tener la ciudad bajo control. La historia se repetía, pero esta vez los acontecimientos no tendrían la heroicidad de lo ocurrido en Gorazde.
Por el motivo que fuera: inexperiencia, falta de voluntad por parte del Gobierno Holandés… el contingente holandés distaba mucho de haber tomado las medidas que habían tomado los Royal Welch en Gorazde. Los puestos de observación ni siquiera eran estructuras fijas, consistían en un blindado protegido con unos cuantos sacos terreros.
Desmantelar el puesto era tan sencillo como dar marcha atrás con el blindado. Y cuando el 6 de julio los serbobosnios comenzaron a avanzar hacia los puestos, los holandeses o bien se rindieron o bien simplemente se retiraron hacia su base en Potocari, a las afueras de Srebrenica. Las tropas bosnias de la ciudad, malnutridas y sin apenas armamento, no tuvieron tiempo de reacción. El 11 de julio Ratko Mladic hacía su entrada triunfal.
Mladic hizo su entrada en la ciudad como un benevolente conquistador. Cogió niños en brazos, tranquilizó a mujeres. Dijo a los habitantes que los combates habían cesado y no había nada que temer, que simplemente se tomarían medidas de seguridad y se facilitaría a quien quisiera la marcha a territorio bosnio.
El comandante del batallón holandés, el Teniente Coronel Karremans, llegó a saludarse con Mladic y brindar. No sabemos si lo hizo cegado por el encanto personal de Mladic, si lo hizo aterrado ante la perspectiva de morir él y todo el batallón… Pero la imagen quedó para la historia y para la vergüenza aún mayor de Naciones Unidas. No solo eso, sino que Karremans puso el batallón a disposición de Mladic para colaborar en la «evacuación» de los civiles.
Al anochecer la realidad sería otra. Las tropas serbobosnias hicieron literalmente lo que quisieron. Saqueos. Violaciones. Mutilaciones. Ejecuciones de las maneras más horribles imaginables. Todo bajo la supuesta protección de Naciones Unidas.
A la mañana siguiente llegaron los autobuses para la evacuación. Entre la gente que esperaba salir de la ciudad se encontraba una familia, los Osmanovic, formada por Selman, su mujer Ferida y sus dos hijos Damir y Fatima. La tarde del 11 de julio Selman había tratado de unirse a una columna de hombres que se formó en Srebrenica con el fin de tratar de atravesar territorio serbobosnio y llegar hasta Tuzla.
El viaje era un plan suicida, pero al menos era una oportunidad mejor que quedarse sentado en Srebrenica intuyendo lo que los serbobosnios podrían hacer con los hombres. Sin embargo, Ferida había convencido a Selman que era mejor quedarse y que la familia unida tendría más posibilidades de salir adelante. Era mejor acudir a la protección del batallón holandés.
La unidad familiar duró poco. Al ir a subir a uno de los autobuses, los serbobosnios separaron a Selman, al igual que a todos los hombres de entre 17 y 70 años, «para investigar posibles crímenes de guerra». El autobús partió hacia Tuzla y nunca más vieron a Selman. Fue otro más de los 8000 bosnios que a lo largo de cinco días fueron torturados, mutilados, ejecutados y enterrados en fosas comunes en los alrededores de Srebrenica.
Mientras tanto en Tuzla, Ferida, Damir y Fatima habían llegado a un campo de refugiados. Damir y Fatima recuerdan que durante el viaje en autobús su madre perdió totalmente el sentido de la realidad. Llegó a un punto en el que no hacía más que repetir: «mi marido está llegando, mi marido está llegando». Al anochecer, Ferida dijo a los niños: «quedaos aquí». Damir y Fatima se echaron a dormir. A la mañana siguiente, su madre no estaba. Durante días la buscaron por el campo de refugiados sin éxito.
Esa mañana el fotógrafo croata Darko Bandic fue a visitar el campo de refugiados. Unos niños le dijeron que en el bosque había una mujer colgada. Nadie sabía quién era. Bandic no esperaba que la foto fuera muy del agrado de sus jefes, así que hizo dos tomas rápidas.
Poco después unos policías bosnios descolgaron el cuerpo y lo taparon. Horas más tarde, al no poder encontrar a familiares ni identificarla, la enterraron en un extremo del campo con una lápida de madera: «Sin identificar, Tuzla».
Fatima y Damir siguieron durante días buscando a su madre. En el caos reinante, nadie ató cabos y los relacionó con la anónima mujer ahorcada. Mientras tanto, la foto de Darko Bandic se convertía en portada de periódicos y de noticias de todo el mundo. Ferida Osmanovic se convertía en el símbolo del horror de la guerra de Bosnia y de la pasividad de los países occidentales.
Solo meses después, cuando un periodista americano logró identificar a Ferida y se puso a buscar a sus hijos, consiguieron Damir y Fatima saber qué había pasado con su madre. Esto resolvió lo que había pasado, pero nunca lograron saber el por qué.
Quizás el sentimiento de culpa por no haber dejado marchar a su marido, aunque lo cierto es que de los 15000 hombres que intentaron llegar a Tuzla, solo lo consiguieron 3500. Quizás todo el horror vivido en Srebrenica. Quizás todo junto.
Fatima y Damir cuentan en una entrevista años después que el rostro de su madre se ha desvanecido. Lo único que consiguen recordar de ella es la foto ahorcada. De su padre solo tienen la lápida de su tumba en el memorial a las víctimas, después de que hace pocos años se identificara su cuerpo en una de las fosas comunes de Srebrenica.
Y ahora por fin, después de muchos años, han conseguido superar el odio que primero sintieron hacia su madre por abandonarles y han entendido que su desesperación pudo más. Nosotros nunca podremos superar la vergüenza de haberles abandonado a su suerte.