El lugar donde hoy se alzan las Dolomitas era en origen muy diferente a como lo conocemos. Cuesta imaginar que lo que hoy son montañas míticas del mundo de la escalada y el alpinismo era un mar tropical poco profundo salpicado de islas con arrecifes coralinos.
A lo largo del Pérmico, el Triásico y el Jurásico diferentes ciclos de actividad coralina y de depósito de sedimentos de grandes ríos fueron creando diferentes estratos. Finalmente en el Cretácico la placa tectónica africana inició su choque con la europea y aquellas islas tropicales se alzaron miles de metros para formar las montañas.
Millones de años después los seres humanos llegaron a la zona y dieron nombre a las montañas. En la zona del Paso de Falzarego una de esas montañas fue bautizada como Tofana di Rozes. Parte de la montaña es un pequeño promontorio separado que inevitablemente recibió un nombre muy apropiado por su forma y ubicación: el Castelletto.
La Tofana di Rozes acabó convertida como el resto de las montañas de la zona en un lugar mítico de escalada. Nada podía hacer suponer que una guerra la convertiría en el lugar de una batalla épica y de un gran fracaso de la arrogancia humana.
Como ya os conté en el artículo sobre la batalla del Monte Ortigara, Italia entró en la Primera Guerra Mundial declarando la guerra al Imperio Austro-Húngaro en 1915. En los primeros días de la guerra tuvo lugar lo que literalmente fue una carrera hacia las cumbres: tomar posiciones en las montañas que separaban los dos países que ofrecieran una ventaja estratégica. Y la Tofana di Rozes era una de ellas. Los austro-húngaros no ocuparon toda la Tofana. Hicieron algo mucho más inteligente: atrincherar un pequeño contingente en el Castelletto.
Y es que dada la posición del Castelletto y que está unido a la Tofana solo por una estrecha pared de roca, unos pocos hombres y unas ametralladoras eran suficientes para situarse en una posición inexpugnable y además convertir en una trampa mortal todo el valle. Los italianos pagaron rápido con mucha sangre no haber conseguido dominar la posición. Pasar por el valle era o morir bajo una ametralladora austriaca o recibir un balazo de un francotirador.
El problema era que el Castelletto, de la noche a la mañana, se había convertido en un punto estratégico. El valle de la Tofana di Rozes daba acceso al Paso de Falzarego. Con el paso en tus manos, en dirección oeste se te abría la ruta a la retaguardia del frente del Trentino y la «liberación» de dos grandes objetivos del irredentismo italiano: Trento y Bolzano.
Pero algo aún más importante. Descendiendo el paso rumbo norte, ya sin obstáculos naturales, se abría ante ti el corazón de Austria: en una dirección, el Brenero e Inssbruck; en la otra, Linz. Ni el Ejército Italiano podía renunciar a atacar el Castelletto ni el Ejército Austro-Húngaro podía renunciar a defenderlo. Los austriacos taladraron túneles en la roca para construir alojamientos y posiciones de tiro y se prepararon para un largo asedio.
El primer plan italiano fue algo tan directo como escalar el Castelletto y asaltarlo. En una noche del verano de 1915 cuatro Alpini llevaron a cabo la escalada pero fueron descubiertos cuando el primero de la cordada alcanzaba la cumbre. Los guardias austriacos dispararon y al poco se oyeron aterradores gritos montaña abajo. El siguiente intento fue a través de la hondonada entre el Castelletto y la Tofana. Nuevamente los Alpini fueron descubiertos y ametrallados sin piedad.
Finalmente en otoño de 1915 y con el tiempo corriendo en su contra, el Mando Italiano no pudo resistirse a intentar un asalto frontal. Cientos de hombres fueron masacrados sin ni siquiera acercarse a la ladera del Castelletto.
Frustradas todas estas posibilidades, el Mando Italiano optó por un plan radical, imbuido del espíritu de la época. Si la ciencia y la técnica habían dotado al hombre moderno del siglo XX con las herramientas para doblegar la Naturaleza, ¿cómo podía permitirse que una montaña impidiera el avance del Ejército Italiano? Si no había forma de tomar el Castelletto, solo quedaba una solución: volarlo por los aires.
Se construirían dos túneles por el interior de la montaña: uno que terminaría en una cámara bajo la posición austriaca que se llenaría de explosivos; el otro saliendo a la ladera de la Tofana donde se esperaba que terminara el cráter de la explosión. Tras la explosión, soldados italianos subirían por el túnel y atacarían la cumbre, apoyados por pelotones que descenderían con cuerdas desde la Tofana y otros que escalarían la hondonada entre ambas montañas.
La excavación comenzó en febrero de 1916 y duraría varios meses. Mientras tanto, los austriacos seguían con su rutina: vigilar la montaña y preguntarse cuáles eran las intenciones italianas con el fondo del ruido incesante de los taladros y la dinamita. La única novedad fue el relevo del oficial al mando –muerto por un francotirador– por el teniente Hans Schneeberger, de 19 años y sin hijos, lo que le hacía el candidato ideal para una posición tan desesperada.
Paraos un momento a pensar dónde estabais y qué hacíais a vuestros 19 años. A esa edad Hans Schneeberger fue enviado a comandar un pelotón en una montaña de más de 2000 metros de altura y rodeado por fuerzas 20 veces superiores, que estaban preparándose para volar su posición.
A finales de junio se hizo el silencio en la montaña. Los italianos habían terminado la perforación y el siguiente paso era llenar la cámara de explosivos. Durante tres días se acarrearon por el túnel 35.000 kilos de gelignita. La fecha del ataque se fijó para el 11 de julio. Tanta expectación había, que se invitó al Comandante Supremo, Luigi Cadorna, y al Rey Víctor Manuel a observar la operación desde las líneas italianas.
A las 3:30 de la mañana del 11 de julio el teniente Manzetti, al mando de las tropas atacantes, pulsó el interruptor del detonador. La Naturaleza había necesitado 300 millones de años para crear el Castelletto. Meses de trabajo y una explosión hicieron desaparecer media montaña. El hombre iba a triunfar una vez más sobre la Naturaleza. O eso parecía.
Schneeberger y sus hombres fueron expulsados de sus camas por la violenta explosión. Al salir de su habitación el joven teniente se encontró con un cráter donde había estado parte de la montaña. 20 de sus hombres habían muerto en la explosión y estaban sepultados bajo las rocas. Pero no había tiempo de lamentarse. Era de esperar un ataque inminente. Con los hombres restantes y las armas que quedaban se atrincheraron en la posición del otro lado de la montaña, que había quedado intacta.
Pasaron unos minutos interminables. El ataque no llegaba. La Naturaleza le había reservado una sorpresa al Ejército Italiano. La explosión había logrado su objetivo, destruir buena parte de la montaña y abrir camino a los atacantes. Pero también había expulsado el oxígeno del túnel y lo había llenado de monóxido de carbono y otros gases.
Los primeros hombres de Manzetti cayeron desplomados en el túnel, asfixiados unos, desmayados otros. Los otros batallones preparados para el ataque tampoco iban a tener mejor suerte. Los que con gran esfuerzo habían escalado la Tofana para atacar desde arriba se encontraron con que la explosión había destrozado sus cuerdas. Los que se encontraban en la hondonada vieron cómo se les venían encima gigantescas rocas desprendidas por la explosión, muriendo aplastados a decenas.
El Castelletto estaba de todas formas herido de muerte, tanto la montaña en sí como los efectivos austriacos. Al día siguiente los italianos volvieron a escalar la Tofana y ametrallaron sin piedad el Castelletto. Schneeberger envió un mensaje desesperado pidiendo refuerzos. Llegaron esa noche y por fin Schneeberger y sus hombres pudieron retirarse.
Horas después, por fin los italianos lograron atacar a través del cráter. El pelotón de refuerzo hizo lo que pudo pero la mayoría cayó prisionero. El Castelletto estaba en manos italianas.
Y en realidad para nada. La soñada ofensiva hacia el Paso de Falzarego y el corazón de Austria, que tan sencilla parecía sobre el mapa, nunca llegó a materializarse. Miles de vidas humanas, cantidades ingentes de trabajo y de materiales se perdieron para nada. Y una montaña quedó marcada para siempre, pero sigue alzándose indiferente a nuestra arrogancia.
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