Seguramente todos habremos oído ya la historia de Stanislav Petrov. La sangre fría de este oficial soviético impidió que la URSS creyera que estaba siendo atacada por Estados Unidos y que lanzara un ataque nuclear de represalia. Pero lo que no se conoce tanto es que hubo otro día ese mismo año donde el mundo estuvo aún más al borde de la hecatombe.
1983 estaba siendo un año pleno de tensiones entre los dos bloques de la Guerra Fría, tensiones que se venían produciendo desde dos años atrás, con la llegada de Ronald Reagan a la Presidencia de Estados Unidos. Con una retórica beligerante y un pleno convencimiento de que el sistema democrático debía prevalecer sobre el comunismo, Reagan no iba a continuar la política de apaciguamiento y coexistencia de sus predecesores.
La llegada de Reagan desató todas las alarmas en el Politburó. Dominado por una gerontocracia que había vivido la agresión nazi en 1941 y presidido por un Brezhnev ya muy enfermo, el Politburó quedó convencido de que Estados Unidos estaba más que dispuesto a iniciar una guerra nuclear cuando lo considerara conveniente.
La URSS pusó en marcha la Operación RYaN, siglas en ruso de Ataque con Misiles Nucleares, dirigida por el director del KGB, Yuri Andropov. Todos los agentes adscritos a embajadas occidentales tenían que informar de posibles señales de preparativos para un ataque nuclear en base a una lista elaborada desde Moscú: incremento de comunicaciones diplomáticas entre países, campañas extraordinarias de donación de sangre, seguimiento de los movimientos de las personas responsables de la defensa civil, actividad inusual en bases militares etc.
RYaN debería haber servido para obtener información, pero lo único que hizo fue alimentar la paranoia. No se planteó para desmentir temores, sino para confirmarlos. Los agentes encargados de la operación no se iban a arriesgar a contradecir a sus superiores, así que les proporcionaron la información que deseaban oír, no la real. Y así, acciones totalmente inocentes no relacionadas con la guerra nuclear fueron reportadas como confirmaciones de los temores del Kremlin.
Las acciones de Estados Unidos tampoco ayudaban a calmar los ánimos. Reagan había iniciado nada más llegar a la Casa Blanca todo un programa de operaciones psicológicas (PSYOPS) destinadas a poner a prueba los sistemas de defensa soviéticos y minar su moral. Así, varias veces durante 1981 y 1982 se hizo que bombarderos volaran directos hacia espacio aéreo soviético para dar la vuelta en el último momento. Eso mismo se hizo con diversos buques de la Armada, que durante horas navegaban justo al límite de las aguas territoriales soviéticas observando las reacciones de radares y sistemas de alerta.
Reagan puso en marcha también un programa de rearme como nunca se había visto en la Guerra Fría. Se incrementaron efectivos en todos los cuerpos y se desbloquearon proyectos que estaban encallados desde hacía años, como el bombardero B-1, con armamento nuclear y capaz de penetrar el espacio aéreo soviético a velocidades supersónicas.
Los soviéticos por su parte tampoco contribuyeron con sus acciones a apaciguar los ánimos en cuestiones de armamento. Desde finales de los ’70 la URSS contaba con los misiles nucleares de medio alcance SS-20. Instalados en un enorme vehículo todo terreno, se podían mantener ocultos en los bosques de Ucrania y Bielorrusia para lanzarlos desde allí y alcanzar en minutos objetivos en Europa Occidental.
Como respuesta Estados Unidos había anunciado el despliegue en Europa Occidental de los misiles Pershing II, que como los SS-20 podían alcanzar en cuestión de minutos objetivos en Moscú.
El fallecimiento de Brezhnev a finales de 1982 no cambió nada. Su sucesor fue Andropov, que precisamente había dirigido RYaN desde el KGB, con lo que la operación siguió su curso. Comenzó 1983 y toda una serie de incidentes que nos llevaron al borde de la guerra nuclear.
El 8 de marzo de 1983 los ánimos comenzaron a agitarse con un discurso de Reagan ante la Asociación Nacional Evangélica:
“…Así pues, al tratar la congelación del armamento nuclear, les insto a no caer en la tentación del orgullo, la tentación de declararse por encima de todos y decir que ambas partes han cometido errores, ignorando los hechos históricos y los impulsos agresivos de un imperio maligno…”
Las palabras “imperio maligno” causaron una gran consternación e indignación en el Kremlin. Los líderes soviéticos se sintieron personalmente insultados y se convencieron aún más de que Reagan estaba totalmente dispuesto a borrarlos del mapa con un ataque nuclear preventivo.
Y nada podía estar más alejado de la realidad. A pesar de su retórica y su actidud combativa, Reagan no podía concebir provocar una guerra contra la URSS y no era capaz de entender que se pudiera percibir así desde el Kremlin. Asimismo, los simulacros de guerra nuclear en los que había participado desde que era Presidente le habían afectado profundamente al ver la destrucción total que suponía para ambas partes. El concepto de Destrucción Mutua Asegurada (MAD en inglés) le parecía eso mismo, una locura. Reagan estaba dispuesto a convertir la guerra nuclear en una opción imposible, pero en su inocencia puso en marcha un programa que causó todo lo contrario: La Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), apodada por la prensa “Guerra de las Galaxias”.
La SDI consistía en una red de satélites que podían detectar un ataque nuclear soviético y destruir los misiles en el espacio utilizando lásers o armamento cinético. La tecnología ni siquiera existía cuando Reagan anunció el proyecto el 23 de marzo de 1983, pero el mero hecho de plantearlo elevó aún más alertas en la URSS. Lo que Reagan veía inocentemente como un sistema que impedía el uso de armas nucleares y por tanto provocaba su inviabilidad fue visto desde el otro lado como la manera de asegurarse un ataque preventivo sin temor a represalias. La locura de la MAD no era tal locura: el no disponer de manera de defenderse de una guerra nuclear era lo que la hacía inviable. Con la SDI en cambio la guerra nuclear dejaba de ser una guerra que ninguno de los dos bandos podía ganar.
Mientras tanto las PSYOPS seguían adelante. A primeros de abril de 1983 tuvo lugar FleetEx ’83, unas maniobras de la Armada de Estados Unidos y aliados en el que participaron 3 portaaviones y los buques de su grupo en torno a las Aleutianas. Además de practicar la coordinación entre unidades, se pretendía poner a prueba como en otras PSYOPS las defensas soviéticas y ver sus respuestas. Un grupo de cazas de uno de los portaaviones llegó a penetrar durante unos minutos en espacio aéreo soviético, provocando una airada respuesta diplomática y un “vuelo de represalia” sobre las Aleutianas por parte de cazas soviéticos.
Tras un verano de relativa calma, el Pacífico Norte volvería a ser el punto de tensión con una de las peores tragedias de la Guerra Fría: el derribo del KAL 007.
El KAL 007 era un Boeing 747 de Korean Airlines que hacía la ruta Anchorage-Seúl. El 1 de septiembre de 1983, al parecer por unos errores al configurar el sistema de navegación inercial, el avión se desvió de su ruta y penetró espacio aéreo soviético sobre el Mar de Okhotsk. Las tensiones acumuladas durante meses y la presencia en la zona unas horas antes de un avión espía americano hizo pensar a la defensa aérea soviética que se trataba de un avión espía haciéndose pasar por un avión civil. Se ordenó el derribo del avión. Dos misiles de un caza destruyeron el avión causando la muerte de los 269 pasajeros y tripulantes.
La administración Reagan no dejó pasar la oportunidad que le daba la tragedia de pintar a los dirigentes soviéticos como inhumanos y crueles, omitiendo además durante días el dato del avión espía americano que había estado por la zona. Por su parte los líderes soviéticos en lugar de analizar las terribles carencias en su sistema de defensa interpretaron el incidente como una acción orquestada por Estados Unidos para desacreditarlos y justificar un ataque preventivo, con teorías como que el sistema inercial había sido saboteado por la CIA o que el KAL 007 era en realidad un avión espía con tripulación militar y la lista de pasajeros era falsa.
Y en este ambiente de tensión máxima llegó el incidente Petrov. El 26 de septiembre Stanislav Petrov se dirigió a su puesto de mando de un sistema de satélites que vigilaba los silos de misiles nucleares americanos para detectar lanzamientos. A los pocos minutos de comenzar el turno las alarmas saltaron: los satélites habían detectado el lanzamiento de un misil. La Humanidad tuvo la suerte ese día de que quien estaba al mando era Stanislav Petrov, que era uno de los encargados de programar los ordenadores que interpretaban las imágenes que captaban los satélites. Petrov sabía perfectamente que el sistema era imperfecto y tenía errores. Además, el sistema solo había detectado un misil. Petrov tenía claro que eso no tenía ningún sentido y que en un ataque real Estados Unidos lanzaría centenares de misiles.
A pesar del sonido constante de las alarmas, a pesar de que solo había unos minutos para reaccionar, a pesar de las llamadas de sus superiores preguntando por qué no daba la alerta, Petrov mantuvo la calma. Pasó todo el tiempo que el misil necesitaba para impactar en territorio soviético y no hubo ningún impacto. Petrov tenía razón. Posteriormente se descubriría que el reflejo del amanecer sobre las nubes en el Medio Oeste americano había hecho a las cámaras de los satélites detectar la llamarada del motor de un misil. Petrov fue degradado. Solo muchos años después le llegaría el reconocimiento por haber salvado el mundo.
Pero como decíamos, aquí no acaba la historia de 1983. El momento más peligroso estaba por llegar.
Uno de los indicadores de RYaN era detectar un incremento de las comunicaciones entre los miembros de la OTAN. En octubre de 1983 los soviéticos detectaron un incremento en los canales diplomáticos entre Estados Unidos y el Reino Unido. Las comunicaciones claro está estaban cifradas, así que la URSS no podía saber que se trataba simplemente de comunicaciones diplomáticas debidas a la invasión americana de Granada, territorio de la Commonwealth.
Los agentes soviéticos también habían observado en octubre que las bases americanas por todo el mundo habían reforzado su seguridad y que llevaban a cabo una hora de silencio radio al día. El motivo de estas acciones no era más que el atentado contra los Marines en Beirut. El KGB en cambio lo interpretó como otro preparativo para la guerra.
Otro de los los indicadores era el incremento de la actividad del personal técnico y administrativo implicado en el uso de armamento nuclear. Justamente a primeros de noviembre de 1983 los agentes soviéticos detectaron esos movimientos, aunque no era lo que ellos pensaban. Era el comienzo de Able Archer ’83.
Able Archer era un ejercicio de la OTAN que era la culminación de las típicas maniobras militares. Pero en este caso no había ejercicios navales o terrestres. Se trataba de hacer un ejercicio de mando y en concreto simular cómo ante una agresión soviética la OTAN procedería a tomar las decisiones necesarias para una respuesta nuclear.
El ejercicio comenzó el 7 de noviembre con los participantes en un búnker en el Cuartel General de la OTAN en Mons, Bélgica, al que se iban enviando teletipos desde diferentes bases informando de los avances soviéticos. Las estaciones de escucha soviéticas captaron esas comunicaciones, y aunque cada una de ellas iba precedida de un “simulacro, simulacro, simulacro”, los soviéticos no se fiaban. Creían perfectamente posible que se usara un simulacro para planear un ataque, ya que Moscú precisamente sí tenía diseñado un plan de ese tipo.
El 8 de noviembre la situación definida en el simulacro se había vuelto crítica para la OTAN, con lo cual se pasó a aplicar el procedimiento para solicitar la autorización del uso de armas nucleares. Y justo en ese momento, en esa fase crítica de solicitar el uso de armas nucleares, ocurrió lo inesperado: se pasaron a emplear nuevas claves en las comunicaciones. Los diseñadores de Able Archer ’83 habían querido probar la capacidad de hacer tal cambio en plena crisis. Para las estaciones de escucha soviéticas, era la prueba irrefutable de que verdaderamente se preparaba un ataque.
Para empeorar aún más las cosas, en ese momento no había al timón de la URSS alguien con buena salud y nuevas ideas. Andropov había sido un continuista de la política de Brezhnev, además del creador de RYaN, y apenas había estado unos meses con buena salud en el cargo. En el verano de 1983 diversas afecciones minaron la salud de Andropov y en octubre, en lugar de volver a Moscú tras unas prolongadas vacaciones en Crimea, fue directamente a la clínica Kuntsevo, la clínica para dirigentes a unos 20 km de Moscú.
La tarde del 8 de noviembre la clínica se llenó de militares y miembros del Politburó y las reuniones con Andropov se sucedieron una tras otra. Se dio orden de poner en alerta todas las fuerzas nucleares. El personal de los silos de misiles pasó a alerta de combate nada más comenzar sus turnos la noche del 8. Los operadores de baterías de SS-20 también pasaron a alerta de combate.
Diversos escuadrones de bombarderos pasaron también a estar en alerta, completamente cargados y preparados para despegar en quince minutos. Escuadrones de cazas soviéticos de Alemania del Este y Checoslovaquia pasaron a “alerta de pista”, que consistía en estar preparado para despegar y con el motor en marcha. El Jefe del Estado Mayor soviético, el Mariscal Ogarkov, que tenía autoridad para lanzar armamento nuclear en caso de que Andropov no pudiera hacerlo, se instaló en un búnker en Moscú preparado para actuar.
La tarde del 9 de noviembre el simulacro en Able Archer llegó al momento clave. Se dio la autorización del uso de armas nucleares y se procedió a simular la selección de objetivos y entrega de órdenes. Las estaciones de escucha soviéticas dieron una nueva alerta. Un militar soviético se quedó sentado junto a Andropov llevando en sus manos el cheggets, el “maletín nuclear” soviético con los códigos de activación.
Por su parte el KGB envió un telegrama urgente a sus estaciones para estar atentos a actividades inusuales y además se envió con urgencia un mensajero a Bruselas para contactar con Rainer Rupp, alias Topaz.
Rainer Rupp fue uno de los grandes éxitos de los servicios de inteligencia del Este. Rupp, un alemán occidental de convicciones comunistas, fue captado por los servicios de Alemania del Este en 1968 y entrenado para trabajar como espía. Rupp consiguió en 1977 un puesto en el Cuartel General de la OTAN y desde entonces y hasta la caída del Muro de Berlín proporcionó miles de documentos secretos al bloque oriental. Era por tanto una persona perfectamente cualificada para dar su opinión sobre si estaba justificado prepararse o no para una guerra nuclear.
A Rupp le sorprendió bastante la pregunta. Sabía de Able Archer aunque no era responsabilidad de su departamento, y toda la actividad esos días para él era completamente normal. No había visto ninguna indicación de preparativos para la guerra y así lo comunicó. Sin duda Rupp ayudó a poner en duda que el ataque era inminente. Pero no era más que una fuente entre muchos agentes. Quizás hasta se había pasado al enemigo.
Comenzó una larga noche en Moscú. Las horas pasaron y pasaron lentamente sin más novedades y sin que el ataque llegara. Andropov dudó. Quizás Topaz tenía razón. Quizás RYaN se había planteado erróneamente. Quizás no quería ser responsable de la destrucción del mundo.
Al amanecer estaba ya claro que todo había sido una falsa alarma. La mañana que muchos millones de personas nunca habríamos visto finalmente llegó. El 10 de noviembre el mundo continuó en marcha sin saber lo cerca que había estado del final.