Juego de Tronos (o Canción de Hielo y Fuego, según el tipo de aficionado que seáis) ha sido la enésima ficción con toques históricos y específicamente medievales que ha tomado al asalto los intereses de la cultura popular. Y es algo que ya lleva décadas ocurriendo: Los Hijos del Grial, Los Pilares de la Tierra, El Nombre de la Rosa… han sido best-sellers o películas taquilleras durante años.

Nos vemos arrebatados por historias plenas de violencia, hechos heroicos, intrigas complicadas… Tendemos a pensar que el autor se ha tomado varias licencias artísticas para hacer amena la historia que cuenta. Y muchas veces es cierto. Pero hay otras muchas que estas ficciones palidecerían si las comparáramos con hechos que realmente ocurrieron y personajes que realmente existieron. Por eso creo firmemente que, sin dejar de lado estas ficciones (y soy tan aficionado como el que más a ellas), a veces en un buen libro de Historia podemos encontrar acontecimientos aún más impactantes y emocionantes.

Podríamos recurrir a cientos de ejemplos, pero para poder acotar el artículo nos centraremos en el Imperio Bizantino y en las vidas de tres emperadores en concreto: Nicéforo I, León V el Armenio y Justiniano II Rhinotmetos.

Nicéforo I: No hay rival pequeño

Nicéforo I fue Emperador del año 802 al 811, llegando al trono tras una conspiración contra la Emperatriz Irene. Dispuesto a reformar el Imperio y reforzar sus fronteras, se embarcó en la aplicación de nuevos impuestos que le hicieron impopular y en diversas guerras con sonoros fracasos.

Su gran obsesión militar y su perdición fueron los búlgaros. Instalados en antiguo territorio bizantino desde el año 680, Nicéforo se propuso no ya someterlos sino expulsarlos o exterminarlos. Para ello inició una campaña en el 811 que, en un inicio, tuvo grandes victorias. Tantas, que el rey búlgaro Krum ofreció la paz varias veces.

Cegado por los éxitos, Nicéforo rechazó las ofertas de paz y siguió avanzando. En julio llegaba a Pliska, la capital búlgara, tras dividir su ejército en tres para atravesar los pasos de montaña que la separaban de territorio bizantino. El ejército bizantino se empleó a fondo: saquearon y arrasaron la ciudad, se hicieron con el tesoro de Krum y masacraron a la mayor parte de la población y a todo el ejército búlgaro que la defendía.

Krum volvió a ofrecer la paz. Nicéforo volvió a rechazarla. Y como tantos y tantos otros generales de un ejército poderoso enfrentado a un enemigo inferior en recursos y efectivos, dio por hecho que los búlgaros estaban totalmente derrotados e inició el regreso a Constantinopla por el paso de Verbitza sin preocuparse de llevar por delante exploradores.

Krum estaba preparado. Durante los días anteriores había reorganizado su ejército y empleando incluso a mujeres y niños había cerrado el paso de Verbitza con una empalizada de madera. Para cuando el ejército bizantino lo descubrió, ya era tarde. Rápidamente los búlgaros montaron otra empalizada en la entrada del paso. Los bizantinos estaban atrapados.

Indeciso, Nicéforo decidió acampar el ejército y esperar acontecimientos. Durante tres días los búlgaros, desde las paredes del desfiladero, provocaron y amenazaron a los bizantinos, día y noche, sin dejarlos descansar. Y al amanecer del cuarto día, se arrojaron sobre el campamento.

El paso de Verbitza

El paso de Verbitza

Unos pocos valientes resistieron al principio, pero pronto se inició una desbandada general. Algunos murieron cazados por los búlgaros. Otros, atrapados en el barro de un arroyo y pisoteados por los compañeros que venían detrás. Por último, el resto, o bien aplastados contra la empalizada, o gravemente heridos tras saltar al otro lado de ésta (los búlgaros habían tenido el detalle de cavar un foso al otro lado y hacer así más grande la caída).

Entre los pocos supervivientes, el hijo de Nicéforo, Estauracio, paralizado de cuello para abajo por las heridas sufridas y que sucedería a su padre durante unos pocos meses hasta que, vista su incapacidad física, le hicieron abdicar.

¿Y Nicéforo? Muerto en el combate, Krum hizo que sus soldados buscaran el cadáver. Le cortaron la cabeza, la clavaron en una pica y una vez quedó el cráneo limpio, Krum hizo que lo abrieran y lo engarzaran a un asa de plata con piedras preciosas. El cráneo del emperador quedó así convertido en la copa con la que Krum celebró su victoria.

¿Lo más irónico de todo? Nicéforo significa “El que trae la victoria”.

León V el Armenio: Nunca te dejes arrastrar por el espíritu navideño

León V el Armenio, Emperador de 813 a 820, se encargó de arreglar los desaguisados provocados por Nicéforo I y que no pudieron resolver los dos breves emperadores que le precedieron, Estauracio (como hemos dicho, incapacitado) y Miguel I Rangabe, que de tan bueno que era, por evitarse pollos cuando León empezó a conspirar contra él, abdicó y se hizo monje. También hay que decir que tuvo suerte con uno de esos desaguisados: Krum murió en 815 y se firmó así una paz de 30 años con los búlgaros.

Su reinado podría haber pasado sin pena ni gloria como una época tranquila y próspera, pero cómo no, tenía que acabar con momentos de best-seller. Todo empezó con la sospecha de una conspiración por parte uno de sus generales y compañero de armas de muchos años, Miguel el Amorio.

León mandó detener a Miguel la Nochebuena del año 820 y tras mucho insistir, acabó confesando. León se sintió terriblemente herido. Su compañero de armas de tantos años, que en tantas batallas había estado con él, le traicionaba. Preso de la ira, ordenó que lo arrojaran a los enormes fuegos que calentaban las calderas de palacio.

Pero ay… La emperatriz intervino y le dijo a León que apenas faltaban dos horas para la Navidad y que no se podía ejecutar así a un amigo de toda la vida en esas fechas. León acabó haciendo caso a su mujer y ordenó que pusieran grilletes a Miguel y que lo encerraran en una apartada habitación de palacio, colgándose él las llaves de su cuerpo.

Error.

Miguel consiguió desde su celda en el palacio enviar mensajes a sus compañeros de conspiración, amenazando con revelar sus identidades si no actuaban de inmediato. Y vaya si actuaron.

En el servicio de maitines del día siguiente, Navidad, un grupo de monjes irrumpió en la capilla de palacio. Arrojaron los hábitos y sacaron las armas. Eran los compañeros de Miguel. Entre la confusión y la poca luz, atacaron al sacerdote en lugar de a León, que logró parapetarse tras el altar y defenderse con una pesada cruz mientras llamaba a la guardia.

Pero las puertas estaban bloqueadas y los conspiradores rápidamente acabaron con él. Un primer golpe de espada cercenó el brazo que agarraba la cruz. El segundo, la cabeza. Hecho esto, arrojaron el cadáver al exterior.

Consumado el asesinato, fueron a liberar a Miguel y sin ni siquiera poder quitarle los grilletes (la llave había quedado en el cadáver de León), lo proclamaron emperador.

No termina aquí el horror. Era tradición en el Imperio Bizantino que el Emperador fuera una persona con un cuerpo “completo”. Por tanto, no podía serlo un eunuco o alguien con alguna otra mutilación (recordad esto, será importante en nuestra última historia).

Así, los cuatro hijos de León fueron castrados para impedir cualquier posibilidad de poder ser aceptados como emperadores, tan brutalmente que uno de ellos murió en el proceso. Los otros tres y su madre fueron exiliados a monasterios.

Justiniano II Rhinotmetos: Don’t Give Up

La canción ayudará a introducir a nuestro último protagonista, Justiniano II, emperador del 685 al 695 y de nuevo del 705 al 711. Y es que es alguien que nunca se rindió y que hizo sus sueños realidad porque todo el Universo conspiró a favor suyo… Lo malo es que los resultados no fueron nada coelhescos. Justiniano II merecería sin duda el título de hijo de puta esférico (dícese del que es hijo de puta, se mire por donde se mire).

Justiniano no es que tuviera mucha mano izquierda. Si por ejemplo había que desplazar poblaciones de una punta a otra del Imperio para repoblar, se hacía. Si hacían falta mercenarios para una guerra, se usaban. De hecho este uso de mercenarios llevó a una de sus atrocidades: en plena guerra con los árabes, un ejército de mercenarios eslavos se rebeló tras ser sobornados por los árabes, lo que causó la derrota del ejército bizantino en la batalla de Sebastópolis y la huida del Emperador a Propóntide. Una vez allí, se desahogó masacrando a todos los eslavos a los que pudo echar mano.

Con la Iglesia, y en concreto con Roma, no es que las cosas fueran muy bien tampoco. Convocó el Concilio QuiniSexto, que no tenemos tiempo de detallar, pero que digamos que agradó tanto al Papa Sergio I que dijo que no firmaría las conclusiones ni muerto. Justiniano ordenó que lo detuvieran, pero la revuelta de los soldados de Rávena que tenían que llevar a cabo la orden hizo fracasar el plan.

Y como además el hombre tenía una gran afición a lo dorado y a hacer monumentos, los impuestos que aplicaba para mantener el tren de vida no contentaron a las clases populares. Su apoyo a los campesinos libres tampoco le ganó el favor de la aristocracia terrateniente.

El resultado de todo esto fue una rebelión en el 695 dirigida por el general Leoncio. ¿Recordáis la tradición de mutilar a alguien para impedirle ser emperador? Con Justiniano optaron por cortarle la nariz, ganándose así su apodo, Rhinotmetos (el de la nariz cortada).

El error fue dejarlo vivo. Lo deportaron a Quersón (hoy en Crimea), desde donde se puso a conspirar para volver al trono. “¡Pero si le habían mutilado!”, exclamaréis. Recordad que Justiniano era muy fan de Peter Gabriel:

Las maniobras conspiratorias eran tan escandalosas que las autoridades de Quersón acabaron expulsándolo. Justiniano fue acogido por Busir, el khagan de los jázaros, un pueblo venido de Asia Central y que dominó un imperio en el Cáucaso durante varios siglos.

Busir entregó a Justiniano a su hija como esposa, pero eso no quiere decir que no estuviera dispuesto a escuchar ofertas. El entonces emperador bizantino, Tiberio (que había depuesto a Leoncio), le ofreció un soborno y Busir mandó a dos de sus guerreros a asesinar a Justiniano.

No sabían con quién se la jugaban… Justiniano, prevenido, les esperó en su casa detrás de una puerta. Después de golpearlos brutalmente, procedió a estrangularlos. Sí. Se cargó con sus propias manos a dos guerreros jázaros.

Hecho esto, Justiniano se hizo con un barco y navegó hasta Quersón, donde recogió a sus partidarios para seguir camino a Bizancio. Una tormenta les sorprendió en el Mar Negro, tan fuerte que uno de los compañeros de Justiniano le pidió que prometiera a Dios ser magnánimo al volver al trono para que se salvaran de la tormenta. ¿La respuesta de Justiniano?

“Que Dios me ahogue aquí y ahora si perdono aunque sea a uno solo de mis enemigos.”

Sobrevivieron a la tormenta. Justiniano necesitaba un ejército, así que visitó a Tervel, rey de los búlgaros. A cambio de prometerle ciertos territorios cuando volviera al trono, Justiniano se hizo con un ejército de 15000 soldados. Y tras plantarse ante las murallas de Constantinopla, Justiniano y unos compañeros se colaron en la ciudad por un desagüe, abrieron las puertas y tomaron la ciudad.

Luciendo una nariz de oro macizo para reemplazar a la mutilada, Justiniano volvió a ser proclamado emperador. Acto seguido, capturó a Leoncio y Tiberio y tras someterlos a humillación pública en el Hipódromo, mandó decapitarlos junto a muchos de sus partidarios.

Como podéis imaginar, el segundo reinado no fue precisamente un remanso de paz. Por lo pronto, renegó de su acuerdo con Tervel y atacó Bulgaria, fracasando en la campaña. A continuación, llevó a cabo una represión brutal en Quersón y Rávena. El entonces Papa, Constantino, decidió que mejor no jugársela y viajó a Constantinopla para reconciliarse.

A pesar de toda esta brutalidad, o gracias a ella, Justiniano consiguió mantenerse en el trono diez años más. Una revuelta del general Bardanes en el 715, mientras Justiniano iba camino de Armenia, tuvo éxito. Justiniano volvió a toda prisa a Constantinopla, pero fue capturado a las afueras. Los rebeldes no cometieron ningún error esta vez y le enviaron a Bardanes, ya proclamado Emperador Filípico, la cabeza de Justiniano.

Podríamos seguir durante horas contando historias. Podríamos hablar de cómo Basilio II se ganó su apodo de Bulgaroktonos (el Matabúlgaros). O de cómo los venecianos tomaron una en principio inexpugnable Constantinopla. Y todo esto sin salir del Imperio Bizantino… Hacedme caso. Buscad un buen historiador, preferentemente británico.

De los clásicos, como Norwich o Runciman. O de la nueva hornada, como Tom Holland o Janina Ramirez. Leed sus libros y disfrutad de una realidad que supera a la ficción.