El ruido de la lata al rebotar contra la lápida resonó entre las calles de nichos del cementerio. Cogió otra de la bolsa de plástico y después de abrir-la, dejó caer un chorro sobre la tumba en la que estaba medio sentado, medio acostado.
—¿Recuerdas aquella vez que nos colamos en la cantina de oficiales de noche y les vaciamos la nevera de cervezas? ¿Quienes éramos? Estabas tú, Peláez, Griñán, Navarro y yo, claro.
Dio un par de palmadas al mármol, justo donde el liquido se había estancado formando un charco y las salpicaduras le mancharon los pantalones. Intentó sacudir las manchas con la mano que sujetaba la lata y acabó rociándose la entrepierna de cerveza.
—¡Me cago en la puta que parió a los moros!
Esta vez la lata no rebotó cuando la lanzó hacia la pared contraria. Al ir casi llena, rompió el protector de la lápida de un nicho, llenando la noche de ruido de cristales rotos. Una figura se asomó desde la calle adyacente pero estaba demasiado ocupado abriendo una nueva lata para percatarse.
—Estoy borracho, como aquella noche —Un sollozo le robo la voz un par de segundos—… Solamente quedamos Peláez y yo. Y hace años que no veo al puto Peláez. Igual lo llamo mañana.
Se levantó con esfuerzo y se apartó de la tumba. Se acercó a los cristales rotos y dejando caer los pantalones, orinó sobre la lápida que había recibido el golpe de lata. Cuando terminó, se inclinó para recoger los pantalones y se golpeó la cabeza contra la lápida cubierta de orines. Con una maldición, acabo de vestirse y volvió a la tumba.
—Es una puta vergüenza. Has tenido que morir del corona-bicho de los cojones.
Metió la mano en la bolsa y descubrió que ya no quedaba ninguna cerveza.
—Ya no quedan hombres como nosotros. Gente dispuesta a todo por este país de mierda. Hicimos lo necesario y por desgracia no pudimos acabar nuestro trabajo. Pero lo intentamos, ¿verdad?
El eco repitió las carcajadas por entre los nichos.
—Trabajamos sin descanso para proteger una idea hermosa como pocas: que este país podía ser mejor. Y creímos tenerlo al alcance. Pero quedaron demasiadas ratas en las alcantarillas. Gentuza que lo único que ha deseado siempre es acabar con nosotros y nuestra patria.
Escupió un reguero de baba con furia.
—Me jode saber con certeza que estuvimos a punto de conseguirlo. Que con unos pocos años más hubiéramos limpiado el país de indeseables. Así ahora no estarían mandando ellos, o sus hijos, y tú no hubieras acabado así. Deberíamos haberlos castrado —Dejó escapar una nueva carcajada—. Bueno deberíamos haber castrado a muchos más.
Una ráfaga de viento se llevó la bolsa vacía y le provocó un escalofrío.
—Hicimos nuestro trabajo incluso cuando nadie nos lo pedía. Mal pagados y cansados, seguimos luchando aun sabiendo que la batalla estaba perdida. Creíamos en algo mejor que nosotros mismos. Y eso nos permitió soportar las largas noches con las manos metidas en la mierda, la sangre y la mugre de los enemigos de la patria.
Dio un puñetazo en el mármol y dejó escapar un gemido de dolor.
—Es que me cago en Dios y todos los ángeles. Tendríamos que estar haciéndote un funeral con honores y aquí estoy, yo solo, bebiendo cerveza que he comprado en un puto paki viniendo hacia aquí. Este país no nos merece, amigo.
Decidió recostar la cabeza en la tumba de su camarada.
—Voy a descansar unos minutos, vale, cierro los ojos un momento y me levanto, ¿de acuerdo?
Se despertó sobresaltado cuando una mano le sacudió el hombro.
—Mi general. Lo siento, mi general pero van a abrir el cementerio y es mejor que no le vean así.
El general abrió los ojos y miró a su guardaespaldas. Alzó una mano para que le ayudara a levantarse y vio que tenia los pantalones mugrientos y la pechera del uniforme manchada de vómito. La cabeza le dolía horriblemente y cada latido de su corazón resonaba en sus sienes como un martillo neumático.
—Lo siento, mi general, pero el coche no cabe por estas calles. Estamos aparcados pasados esos nichos.
Caminaron lentamente hacia el coche, el general agarrado al brazo del soldado, pensando en tiempos pasados que, ciertamente, fueron mejores. Mejores para él y sus amigos.
—Llama a comandancia de marina y que te pasen el contacto del General Peláez. Quiero hablar con él hoy mismo.
—A sus órdenes, mi general.