En el verano de 1911 Franz Kafka y Max Brod tuvieron una idea que podría haber cambiado su vida para siempre y toda su historia tal como la conocemos.
En unas vacaciones en Suiza se pusieron a analizar las carencias de las guías de viaje de la época, sobre todo las publicadas por el líder del sector, Baedeker. Las guías Baedeker no eran más que una lista de hoteles, restaurantes y atracciones de cada lugar, con precios y direcciones. Esto no era problema para un viajero de clase alta pero la naciente clase media que empezaba a poder ir de vacaciones, como Kafka y Brod, necesitaba afinar más el tiro para que el viaje no fuera un fracaso, una ruina o ambas cosas.
Los dos amigos empezaron a hacer una lista de las cosas que ellos necesitaban en una guía. ¿Qué días había descuentos en las entradas de los museos? ¿Había conciertos gratuitos en tal sitio? Para cierto trayecto, ¿merecía la pena un taxi o el tranvía ya era suficiente? ¿Cuáles eran los timos típicos con los que intentan liar a los turistas en Italia? ¿Cuál es la costumbre al dar propinas en esta región o en esta otra?
La idea les llenó de excitación y empezaron a hacer planes de cómo organizar la oficina o qué publicidad necesitarían. Kafka hasta resolvió la cuestión de mantener la guía actualizada. Los clientes podrían suscribirse a un servicio y recibir por correo periódicamente actualizaciones de la ciudad o región que les interesara. Y tuvo otra gran idea que ahora nos parece muy obvia pero en ese momento nadie había pensado: dado que era imposible conocer todos los idiomas de los destinos que a uno le podían interesar, la guía incluiría un apéndice lingüístico de supervivencia: verbos en infinitivo, 200 palabras básicas, guía de gestualidad de cada país, indicaciones de pronunciación…
La idea se había convertido en un plan de negocio que podría proporcionarles millones, independencia de sus familias y librarse del trabajo de oficina. Unos meses después de las vacaciones le presentaron la idea al editor Ernst Rowohlt. Pero muy preocupados porque les robaran la idea, Kafka y Brod se negaron a revelar los detalles cruciales si no recibían un adelanto. Rowohlt se negó. No lo intentaron con nadie más, Kafka y Brod siguieron con sus vidas y sus angustias y la idea se perdió hasta que años después surgieron las guías modernas.
No sabemos si se puede sacar alguna conclusión de esta historia. Si la hubieran llevado adelante, Kafka y Brod habrían llevado una vida acomodada quizás, aunque no sabemos si feliz. Muy posiblemente nunca habríamos tenido al Kafka escritor de excepción ni al Brod escritor mediocre. Posiblemente no existirían estudios, doctorados ni biografías sobre Kafka como la excelente biografía en tres volúmenes de Reiner Stach de la que hemos extraído esta historia (y que recomendamos encarecidamente). Quizás existiría una Kafka Publishing House que iría por la tercera o cuarta generación de propietarios de la familia o que quizás habría sido comprada por Penguin Random House Mondadori Weber Cemarska Rotocaifo Caifosa Catafur Price Waterhouse Coopers Ernst & Young The Coca-Cola Company White Whale.
Pero pensando en nosotros, hace tres años y medio que Le Tapiriste existe. Podríamos habernos parado a pensar un plan de negocio, intentar sacar dinero por publicidad o ver cómo podíamos conseguir suscripciones. Y seguramente hoy no tendríamos Le Tapiriste. Decidimos que teníamos cosas que contar y que queríamos disfrutar. Y a veces cuesta y tenemos que sacar horas que no tenemos y correr el domingo o el lunes porque aún no tenemos nada para publicar ese martes. Pero el placer de ver cada martes que nos prestáis atención y apreciáis lo que hacemos, más la diversión que nos supone contaros cosas y el gran honor de estar rodeado en esta aventura con gente tan fantástica como la que tenemos en el equipo de redacción no tiene precio. Como las guías de Kafka que nunca existieron.
Nos vemos a la vuelta de las fiestas. Disfrutad.