“Estimados compatriotas, conciudadanos, como resultado de la nueva situación y de la creación de la Comunidad de Estados Independientes, ceso mis actividades en el cargo de Presidente de la Unión Soviética. Tomo esta decisión en base a principios. He defendido firmemente la independencia, el autogobierno de las naciones y la soberanía de las repúblicas, pero a su vez el mantenimiento de la unión del Estado, de la unidad del país”.
Con estas palabras iniciaba Mijail Gorbachov el 25 de diciembre de 1991 el discurso que marcaría el final de la Unión Soviética. La maquinaria que sus reformas había puesto en marcha acabó provocando la caída del propio Estado que dirigía.
Significativamente Gorbachov iniciaba el discurso hablando de la autodeterminación y la unidad. Su gobierno no había podido evitar que una tras otra las repúblicas soviéticas proclamaran su independencia.
Al frente de Rusia quedaba Boris Yeltsin y con un problema similar. Rusia no se llama oficialmente Federación Rusa por capricho. Es en realidad un Estado formado por repúblicas federadas que acogen las diferentes naciones que lo forman. Tras meses de negociaciones Yeltsin consiguió lo que parecía imposible: un nuevo tratado de la Federación que todas las repúblicas aceptaron firmar. Todas excepto una pequeña república del Cáucaso: Chechenia.
El pueblo checheno, famoso por su espíritu independiente y combativo, había pasado a formar parte del Imperio Ruso en el s. XIX tras la conquista del Cáucaso. Siglo y medio después y tras haber padecido la deportación a Kazajstán de la mayor parte de la población ordenada por Stalin bajo la falsa acusación de ser colaboradores de los nazis y el retorno a su tierra con Kruschev, Chechenia estaba dispuesta a convertirse de nuevo en una nación independiente bajo el gobierno de Dzhojar Dudayev.
Dudayev, un antiguo general de la Fuerza Aérea Soviética, no era exactamente un modelo de buen gobierno y de firmeza democrática. Su declaración de independencia no tuvo ningún alcance internacional y sus pésimas medidas económicas y la incapacidad de controlar los diferentes clanes que forman la sociedad tribal chechena convirtieron rápidamente la pequeña república en un lugar caótico en manos de bandas criminales.
Rusia de todas formas no se decidía a actuar. Yeltsin optó por vías indirectas, fomentando y financiando a los diferentes grupos opositores chechenos en sus continuos e infructuosos intentos de derrocar a Dudayev. Finalmente, el 11 de diciembre de 1994 y convencido de que sería una sencilla operación militar de pocas semanas, Yeltsin ordenaba la invasión de la república.
La realidad le estalló de inmediato en la cara. Los chechenos no eran un pueblo extranjero. Eran o habían sido ciudadanos rusos. Todos los hombres en edad militar habían hecho el servicio militar en el Ejército Ruso y por tanto conocían sus tácticas y su armamento. Y no eran el ciudadano medio típico de una república rusa. Eran un pueblo con un espíritu combativo y dispuesto a todo por la independencia de su nación. Porque si bien poca gente tenía claro que Dudayev era su presidente o el presidente adecuado para su nación, lo que todos los chechenos tenían claro desde el primer momento que un soldado ruso puso pie en su suelo es que había que luchar.
El avance hacia la capital, Grozny, que se había previsto que fuera cuestión de un par de días, se convirtió en una pesadilla de tres semanas sufriendo continuos ataques con táctica de guerrilla por parte de los chechenos. Habría sido de esperar que en esas tres semanas el Ejército ruso se hubiera dado cuenta de que había que cambiar planes y tácticas, pero no fue así. Todo siguió su curso y los mandos ni siquiera se plantearon sustituir con tropas profesionales a los miles de reclutas inexpertos que constituían buena parte de las unidades.
Como si fuera una Budapest o una Praga cualquiera, los mandos rusos planearon la ocupación de Grozny con cuatro columnas de infantería y tanques que no tendrían más que avanzar hacia el Palacio Presidencial y tomarlo. Pronto descubrirían su error y cientos de jóvenes rusos que hacían su servicio militar sin saber muy bien dónde estaban ni qué objetivo tenían lo pagarían con su vida.
El 31 de diciembre Grozny se despertó con un bombardeo masivo. Pocas horas después las cuatro columnas rusas se pusieron en marcha. Solo la columna norte consiguió avanzar como es debido. El resto sufrieron ataques y problemas de coordinación que les impidieron avanzar. Los chechenos tenían muy estudiada la técnica para bloquear el avance ruso. Divididos en grupos compuestos por varios soldados con lanzagranadas, otros con ametralladoras pesadas y otros con rifles de francotirador, primero de todo inutilizaban con lanzagranadas el primer y el último vehículos de la columna. Los de las ametralladoras y los francotiradores liquidaban a los que salían de los vehículos destruidos y a la infantería de apoyo. Colocados además en semisótanos o en pisos muy altos, los cañones y ametralladoras de los tanques rusos no podían bajar o subir lo suficiente para alcanzarlos.
Las comunicaciones entre las unidades rusas eran pésimas así que la columna norte siguió su avance sin tener constancia de que era la única que se adentraba en la ciudad. Ni siquiera había buena comunicación entre las dos unidades principales de la columna, el 81 Regimiento y el 131 Regimiento. Los chechenos no tenían que preocuparse por luchar en varios frentes. Solo tenían que sentarse a esperar a que el enemigo cayera en la trampa tendida.
El 81 comenzó su avance sufriendo diversos ataques pero sobre todo un gran caos en la organización del tráfico. A pesar de todo se fue avanzando con un continuo goteo de bajas hasta que finalmente cayeron en la trampa tendida por los chechenos en la plaza Dzezhinsky. Prácticamente no quedó ni un solo blindado o tanque operativos y los supervivientes, entre ellos el coronel al mando, tuvieron que combatir a pie para lograr volver a las líneas rusas.
Pero lo peor estaba por llegar. El 131, sin saber lo ocurrido al 81, llegó sin incidentes a sus posiciones en la estación de tren. Era justo donde los chechenos los querían. El infierno desatado sobre los incautos soldados rusos es indescriptible. Los chechenos repitieron su táctica para bloquear a los rusos. Las tripulaciones de los blindados se vieron entre la tesitura de arder dentro de sus vehículos o salir corriendo bajo la lluvia de fuego chechena. Los supervivientes que alcanzaron el edificio de la estación se vieron atrapados en un edificio en llamas. El coronel al mando hizo repetidas llamadas de ayuda que fueron en su mayor parte desoídas. Algunas unidades de otras columnas que sí recibieron el mensaje trataron de ayudar sin poder llegar nunca a la estación por los ataques chechenos.
Los combates en la estación duraron dos días más. Durante esos dos días el 131 trató desesperadamente de salir de la trampa sin éxito. El 3 de enero, cuando por fin se dio por acabada la batalla, solo 160 hombres lo habían conseguido. Atrás quedaban 96 capturados y 789 muertos, aparte de la destrucción total del material del regimiento.
Mientras tanto, el Gobierno ruso anunciaba que había tomado todos los distritos centrales de Grozny. Los chechenos respondieron mostrando ante las cámaras de la cadena NTV a sus prisioneros, desencadenando la situación más épica y surrealista de la batalla: al ver las imágenes muchas de las madres de los prisioneros no lo dudaron un instante y viajaron hasta Grozny para negociar la libertad de sus hijos. Todo ello transmitido en directo por NTV y mientras a dos calles de donde estaban las madres los combates seguían.
La humillación no podía quedar sin respuesta y el Ejército ruso decidió cambiar de táctica: pasar al bombardeo indiscriminado. Y esto es lo que ocurre cuando el Ejército ruso bombardea indiscriminadamente.
Y hay algo muy sangrante en los gritos de este niño. No solo no es un combatiente. Es uno más de los miles de rusos que todavía vivían en Grozny al comenzar la guerra. El Gobierno Ruso no tuvo en consideración ni siquiera los miles de ciudadanos de su país atrapados en los combates.
Un día tras otro de bombardeos de este tipo eran demasiado hasta para los chechenos, que no disponían de aviación o material pesado con el que responder. Aun así, la resistencia continuó siendo feroz a la vez que poco a poco las fuerzas chechenas se iban retirando. Las tropas rusas no lograron tomar el Palacio Presidencial, el objetivo que se iba a tomar en 2 horas el 31 de diciembre, hasta el 19 de enero.
En un intento de mejorar la moral de las tropas, se concedió al General Rokhlin, al mando de la toma del Palacio Presidencial, la medalla de Héroe de la Federación Rusa. El general la rechazó alegando que no había nada glorioso en luchar en su propia tierra. Algunos piolines deberían tomar nota.
Y por supuesto la toma del Palacio Presidencial no supuso el final. Los chechenos continuaron con su “retirada ofensiva”, sacando tropas de la ciudad pero manteniendo de manera continua las emboscadas, que en algunos casos afectaron incluso a las tropas rusas de artillería que estaban a kilómetros de la ciudad. Grozny no pudo darse por totalmente controlada por Rusia hasta el 22 de febrero.
La operación había supuesto la muerte de unos 6000 combatientes chechenos. Rusia nunca ha dado unas cifras veraces sobre sus bajas, pero podrían rondar los 3000 soldados, la mitad de ellos en el primer día de la operación. Con respecto a los civiles, nunca habrá forma de saberlo con certeza, pero los cálculos apuntan a unos 35 000 civiles y una ciudad totalmente arrasada.
Cuenta una leyenda que cuando los chechenos aún eran paganos, su dios se presentó ante la asamblea de los clanes y les hizo una propuesta:
“Puedo hacer que seáis un pueblo feliz y próspero, que viva en la abundancia y pacíficamente, pero que sea ignorado y desconocido por todos los pueblos de la tierra; o puedo hacer que seáis conocidos por todo el mundo, aunque lo pagaréis con un continuo dolor y sufrimiento”.
Y según cuenta la leyenda los chechenos exclamaron al unísono sin dudarlo:
“¡Que nuestra fama sea grande!”
En esta primera guerra chechena la profecía se cumplió sin duda. Bajo todo este horror y sufrimiento, los chechenos no se doblegaron y las imágenes de sus proezas dieron la vuelta al mundo. Optando por una táctica de guerrillas, la resistencia continuó en el sur del país. En 1996 el Ejército Ruso logró dar con el paradero de Dudayev y acabó con él en un bombardeo. Inmediatamente reemplazado por su segundo, Aslan Masjadov, los chechenos no hicieron más que redoblar sus ataques y poco después lograron durante dos semanas reconquistar Grozny. Finalmente Rusia tuvo que aceptar la situación y firmar un tratado de paz que daba la independencia de facto a Chechenia.
Las cosas por supuesto no salieron bien. Si Dudayev no controlaba el país, Masjadov aún menos. Para complicar más la situación, hizo su irrupción entre las filas chechenas el jihadismo y el paso al terrorismo contra civiles en territorio ruso. Tras diversos atentados con bomba en edificios de apartamentos en 1999, el entonces recién llegado y totalmente desconocido primer ministro ruso Vladimir Putin dio orden de iniciar la segunda guerra chechena que acabaría esta vez sí con la derrota chechena y la instalación de un gobierno títere. Pero esto es otra historia…